DOMINGO XXX T. ORDINARIO
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
El pecado es... no amar
Los fariseos del tiempo de Jesús andaban atrapados en un laberinto de leyes. Dicen
que eran nada menos que 613 los mandamientos que pesaban sobre la conciencia
del pueblo judío. Como para volverse locos. Ya dice la sabiduría popular que quien
mucho abarca poco aprieta. No es, por eso, extraño lo que nos cuenta el evangelio
de este domingo: que un legisperito se acercara a Jesús y le preguntara a
bocajarro: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal y primero?".
La pregunta no estaba descaminada, quizá nos viene bien a nosotros, hombres del
siglo XXI, superficiales, acostumbrados a mariposear en todo sin profundizar en
nada. La respuesta de Jesús es simple y clara como el agua:" El primer
mandamiento consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón,
con toda el alma". Y añade: " El segundo es semejante a éste: amar al prójimo
como a uno mismo . En estos dos mandamientos se encierra toda la enseñanza de
la ley y de los profetas". Conseguir, pues, que el móvil de todas nuestras acciones
sea el amor es ir llegando a la esencia del mensaje de Jesús.
Estoy seguro de que si entendiéramos bien esto del amor, lo que es amar de
verdad, no los sucedáneos de moda en el mercado de valores, entenderíamos otras
muchas exigencias que son consecuencia del amor y que, fuera del amor, no se
entienden.
San Pablo el cantor del amor cristiano dice que “el amor es paciente, servicial, no
es envidioso, no es maleducado ni egoísta, no se engríe, no busca su interés, no
toma cuentas del mal; el amor disculpa, confía, espera sin límites; el amor no pasa
nunca". Del néctar del amor necesitamos proveernos en grandes dosis y con él
rociarlo todo.
La excesiva valoración del subjetivismo ha llevado al hombre de hoy a pensar a que
lo único absoluto es cada uno para sí mismo y que para ser felices necesitamos ser
centro y dueños exclusivo de nuestro propio mundo. Con ello, no sólo Dios deja de
ser el valor absoluto y fundamental, también dejan de serlo los otros, que quedan
relativizados. La consecuencia de este deseo contumaz de ser cada uno centro
exclusivo del propio mundo es la soledad del egoísmo. La pretensión de "ser como
dioses", que siempre nace y renace en el corazón, está muy presente en la cultura
actual. Desde ahí se absolutiza la libertad individual y todo queda supeditado al
propio gusto, al propio interés, la propia conveniencia o a la propia manera de ver
las cosas.
Lo anterior tiene consecuencias desastrosas para la vida personal, familiar y social.
Hay maneras de amar que no pasan de ser egoísmos encubiertos. Pensemos, por
ejemplo en algunos amores de fin de semana, a medida de los gustos, el atractivo,
el interés o la conveniencia propia.
Me da mucha pena que buena parte de la juventud, que tan prematuramente se
adiestra en el sexo, no haya sido educada para el amor. Esta educación implica no
sólo desear cosas grandes y bellas, sino también ensañar a exigirse el esfuerzo y
las renuncias necesarias para conseguirlas. Enseñarle a uno sólo a pasarlo bien y a
preparar un futuro económico desahogado no es educar. Quien no haya aprendido
la lección del esfuerzo y la renuncia, quien no sepa privarse de nada, quien piense
que el mundo entero tiene que estar pendiente de lo que uno necesite, no ha
alcanzado la preparación para amar, ni para ser auténticamente libre, ni para ser
esposo o esposa, ni para ser padre o madre, ni para hacer nada valioso por los
otros en la vida social. No serán capaces de amar a Dios, pero tampoco serán
capaces de amar a los demás. En los tiempos que corren, de crisis y turbulencias
económicas, probablemente sea la austeridad una de las claves para capotear el
temporal.
Aprendamos a actuar movidos por el amor. No nos privemos de tal o cual acción
porque es pecado, sino porque el pecado no cabe en las reglas del amor.
Uno intuye que el amor es la verdad más honda, la fuente de realización más alta,
la clave más definitiva de la alegría y de la felicidad propia y de los demás. "El que
no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor ", dirá san Juan.