I DOMINGO ADVIENTO B
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
¡Velad! El Señor viene
Comenzamos, con el primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico. Y lo
iniciamos con una sacudida que quiere hacernos despertar: «Velad, porque no
sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al
canto del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre
dormidos».
La concepción de "la vida como un sueño" es tan antigua que parece encajada en la
experiencia misma de la humanidad. Está presente en el pensamiento hindú, en la
moral budista, en la tradición judeo-cristiana y en la filosofía griega. Según Platón,
el hombre vive como en un mundo de sueños y tinieblas, cautivo en una caverna de
la que sólo la tendencia hacia el bien podrá liberarle. Y Calderón de la Barca
compuso en el siglo XVII un drama admirable con el título de “La vida es sueño”.
Segismundo, el protagonista, vive en una cárcel, sumido en la más completa
oscuridad por el desconocimiento de sí mismo. Sólo cuando es capaz de saber
quién es, consigue la luz y el triunfo.
Los sueños, aunque sean proyecciones deformadas de realidades reprimidas en el
subconsciente, son irreales. Podemos soñar que estamos en el mejor de los
mundos, que lo tenemos todo, y despertarnos con las manos vacías. Podemos
“soñar despiertos” y en traje de faena, que es el vestido de los que esperan en un
mundo mejor, o podemos soñar despiertos, pero sumidos en el autoengaño, y eso
es alienación. Recuerdo que, en un estudio hecho hace años en Chicago, los
americanos pensaban que sus vehículos, los más potentes y veloces del mundo, les
daban libertad, les permitían ahorrar tiempo. El estudio probaba que, entre lo que
suponía la compra del vehículo, los carburantes, los talleres mecánicos, los seguros
y los aparcamientos, casi la mitad de la renta del trabajo del americano medio
estaba en función del mantenimiento del vehículo, que, a veces, para más “inri”, no
lograba desplazarse, debido a los atascos, a más velocidad que los viejos coches de
caballos.
Cuando la realidad se confunde con la publicidad, o cuando vivimos en un sueño
inducido por el contexto cultural que nos configura a merced de los grandes
intereses del mercado, podemos sentirnos tan bien que ni siquiera nos percatemos
de que estamos muriendo espiritualmente.
Hay sustancias que inducen y ayudan a conciliar el sueño. Son los somníferos, tan
bien conocidos por una generación como la nuestra, enferma de insomnio. Algunos
somníferos crean hábito, dependencia. Alguien los comparaba al vampiro, que,
según se creía, atacaba a las personas mientras dormían y, la vez que les chupaba
la sangre, les inyectaba una sustancia soporífera que les hacía experimentar de un
modo más dulce el dormir.
Se nos ha hecho creer que, por ser libres, todo nos está permitido, que podemos
incluso modelar la realidad a nuestro gusto y medida, sin tener que dar cuenta a
nada ni a nadie, como dueños absolutos del bien y del mal; pero nuestra libertad es
de criaturas, no de creadores, y ésta, si no responde a la verdad del hombre, puede
volverse contra él, como cuando violentamos las leyes de la naturaleza, que, con no
poca frecuencia, se vuelven contra el hombre.
El inmanentismo rampante de nuestra cultura y el hecho de que la venida del
“Dueño” se demore, podría dar lugar que el “largo me lo fiáis” nos acostumbrara de
tal manera a vivir en la inmediatez que acabáramos cegando los horizontes de
esperanza y trascendencia que dan real sentido a la vida. La única salvación,
entonces, vendría de alguien que nos sacudiera con fuerza, haciéndonos despertar
del sueño.
Eso es lo que pretende el grito que tan reiteradamente resonará en la liturgia del
Adviento: “¡Estad en vela!”. “Velad porque no sabéis a qué hora vendrá el “Dueño”,
si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o de madrugada”.
Seguramente Marcos, que fue colaborador de Pedro, recordaba, al hacer referencia
al canto del gallo, lo que aquél le contó, y cómo, por no haber sabido velar, negó
por tres veces a su Maestro en la noche aciaga de la pasión.