II DOMINGO ADVIENTO
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Preparar su venida, purificar el corazón
A lo largo de este año litúrgico que hemos comenzado, va ser el evangelista Marcos
quien prioritariamente nos acompañe. La tradición ha presentado a este evangelista
como discípulo y compañero de Pedro y, por tanto, como transmisor de lo recibido
de quien había sido testigo ocular de Jesús. Parece que su evangelio fue redactado
en Roma, en torno al año 70, y dirigido a una comunidad de cristianos que venían
del paganismo. Comparado con los otros evangelios, es más concreto. Es el relato
de un hombre del pueblo, lleno de sabrosos detalles. Pero, dentro de su sencillez,
Marcos es también un teólogo, que parece entregarnos el progresivo
descubrimiento que Pedro hizo de Jesús. En la primera parte está, unas veces
latente y otras, patente, una pregunta: “¿Quién es Jesús?”. Las obras que hace y
las palabras que dice no dejan indiferentes, suscitan interrogantes. Pero,
curiosamente, Jesús impone el “secreto” sobre su persona. Luego, en la segunda
parte de su vida pública, lo irá desvelando poco a poco.
Marcos da un singular valor a Galilea, tierra acogedora y abierta al mensaje, en
oposición a Jerusalén, que lo rechaza.
“Comienzo de la Buena Noticia…”. La primera palabra del evangelio de Marcos es la
misma que la de la Biblia (“comienzo del cielo y de la tierra” ( Gn.1,1); la misma
que utiliza san Juan (“en el comienzo era la Palabra”( Jn. 1,1) y que evocan
también a su modo Mateo y Lucas. Es como sugerirnos que, por medio de Jesús, el
designio de Dios inicia una nueva partida, como una nueva creación.
La mejor manera de afrontar el tiempo de Adviento sería disponernos a acoger la
novedad de Jesús, capaz de crear en nosotros una vida nueva.
Estamos habituados a la palabra “evangelio” (buena noticia), pero aquí no significa
un libro, sino la Buena Noticia del Reino de Dios, presente en la persona de Jesús.
La palabra viene del profeta Isaías cuando anunciaba a los deportados el fin del
destierro: “Consolad, consolad a mi pueblo… Hablad al corazn de Jerusalén y
gritadle que se ha cumplido su servidumbre. Súbete a un monte bien alto, tú que
traes la buena noticia a Jerusalén...Di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro
Dios”. Mirad el Seor viene, apacienta a su pueblo como un pastor, los congrega
con su brazo, toma a los corderitos en su regazo, y conduce con cuidado a las que
están criando”. ( Is. 40. 1- ss.)
“Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios”. No se trata simplemente de una buena
noticia más, sino de la que trae Jesús, el Hijo de Dios. Estos títulos de Jesús son la
clave de todo el relato de Marcos. Volverán a resonar al final del evangelio, cuando
un pagano, viéndole morir en la cruz, exclamará: “ Verdaderamente este hombre
era el Hijo de Dios”. ( Mc. 15,39). “Jesús”, que significa “Dios salva”, era el nombre
familiar, que designa el carácter histrico del hombre de Nazaret. “Cristo”, quiere
decir “el Ungido del Seor, el Mesías al que Israel esperaba”. “Hijo de Dios” es un
título que sólo nos entregará todo sentido en la resurrección.
No es por azar que el evangelio de Marcos comience citando al Antiguo
Testamento: “Como está escrito en el libro del profeta Isaías: “He aquí que yo
envío mi mensajero por delante, para preparar el camino. En el desierto una voz
grita: “Preparad el camino al Seor, allanad su ruta”. El mensajero será Juan
Bautista, que aparece en el desierto predicando un bautismo de conversión. Hoy
tampoco nos imaginamos que sea posible encontrar a Jesús, en Navidad, sin
preparar su venida, sin purificar el corazón.
“Iba Juan vestido con una piel de camello, ceida con una correa de cuero ala
cintura”. Es el vestido típico de los hombres del desierto, de los beduinos. La gente
que venía a bautizarse debían dejar el mundo cómodo en que vivían; suponía
renunciar a lo fácil. El desierto es un lugar de horizontes abiertos, donde los
caminos no están trazados con claridad; es lugar de soledad y silencio, sin
distracciones que impidan al hombre encontrarse consigo mismo. Así es como Dios
pude hacerse entender, y nosotros escuchar su llamada a la verdad de nuestro ser,
dejando que se caigan las máscaras tras las que nos escondemos.
Juan proclamaba: “He aquí que viene uno de tras de mí al que no soy digno de
desatar las correas de las sandalias. Yo os bautizo con agua; él os bautizará con
Espíritu Santo”. Juan es sólo un introductor de otro, al que no se nombra sólo como
“el que viene”.
No podremos encontrar a Jesús en la próxima Navidad si no preparamos el corazón.
Si a los exiliados de los tiempos de Isaías les sonaba a miel y a libertad el mensaje
del profeta, mejor tenía que sonarnos a nosotros la Buena Noticia de Jesús. El viene
a renovarnos con la fuerza de su Espíritu. ¡Preparad el camino al Señor!