XIX Domingo del Tiempo Ordinario A
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
1 Reyes 19, 9.11-13; Romanos 9, 1-5;
Mateo 14, 22-33
EVANGELIO
Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la
barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después
de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba
allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas,
porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el
agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de
miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -Ánimo, soy yo,
no tengáis miedo.
Pedro le contestó: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo: -Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al
sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -¡Señor,
sálvame!
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -¡Qué poca fe! ¿Por qué has
dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo: -Realmente eres Hijo de Dios.
HOMILÍA
Érase una vez un enfermo mental que insistía en que era Jesucristo.
Ningún médico pudo convencerle de que se trataba de una ilusión, de que él era
simplemente Félix Jiménez de Noviercas.
Un día el médico le dijo que extendiera los brazos y lo midió y también lo midió de
la cabeza a los pies.
El médico salió y regresó con un martillo y unos clavos. El enfermo empezó a sentir
gran curiosidad y nerviosismo.
¿Qué está haciendo?, le preguntó el enfermo.
¿Usted es Jesucristo, no es cierto? Sí, lo soy.
Entonces, mientras el médico hacía una cruz, entonces usted debería saber lo que
estoy haciendo.
Espere, espere, por favor, gritó el paciente, yo no soy Jesucristo. Yo soy Félix
Jiménez de Noviercas. ¿Qué le pasa, doctor, está usted loco?
¿Hay aquí algún Félix Jiménez que cree ser Jesucristo?, que extienda las manos y lo
mediremos.
¿Hay aquí alguien como Pedro que quiera caminar sobre las aguas del Duero?
Todos, todos, estamos llamados a caminar al encuentro de Jesús. Todos, por lo
tanto, llamados a caminar sobre las aguas.
Las aguas son el símbolo de las furias, la tormenta, las fuerzas del mal, la sed de
venganza, la sed de la pasión que con sus rugidos apagan la voz de Jesús que nos
dice: Ven.
La llamada de Jesús es constante pero la tormenta en nuestra vida también es
constante y por eso no oímos, no creemos, no caminamos con fe hacia Jesús que
nos llama y vivimos como náufragos. Estamos llamados a caminar hacia Jesús no a
ser Jesucristo. Sí a dar la vida por Jesucristo y los hermanos.
Para caminar hacia Jesús hay que saber dónde encontrarle. Hay que aprender a
escucharle.
El profeta Elías, defensor de Dios, se pasó toda la noche escuchando y comprobó
que Dios no estaba en el viento, no estaba en el terremoto, no estaba en el fuego,
y lo sintió presente y vivo en un levísimo susurro.
Una vida y una hora en la iglesia para escuchar a Dios y sentirlo presente y vivo en
su vida y en la asamblea litúrgica; para sentirlo vivo y presente en las pequeñas
cosas, en los acontecimientos cotidianos, en el silencio y en lo inesperado.
A Dios no se le puede programar. Dios es sorpresa constante.
Dios no está en la limusina blanca.
Dios no está en las palabras sabias.
Dios está en el suspiro vacilante de todo corazón que escucha, que busca al Dios
escondido y se deja sorprender.
Nos dice el evangelio que los discípulos iban solos en la barca.
Jesús oraba en la montaña. Y la barca atravesaba por en medio de una gran
tormenta.
Solos en la barca.
Solos en la tormenta.
Solos en la impotencia.
Solos en la comunidad.
¿Sabrán escuchar su voz y distinguir su presencia? No es un fantasma el que
camina sobre las aguas. Es el Señor. La fe les abrió los ojos.
La Iglesia vive también este tiempo, separada de su Señor Resucitado que nos
espera en la otra orilla y nos manda remar, trabajar, avivar la fe, enfrentar las
tormentas, confesar a Jesús ausente-presente, y confiar en el poder de Jesucristo
que viene a rescatarnos.
Pedro dejó la barca para descubrir su propia debilidad y aprender a fiarse del poder
de Dios.
1.- Confianza, la base de nuestra relación con Dios.
2.- Seguridad, ponerla en las manos de Dios.
3.- Llamada, escucharla cada día.
4.- Oración, "aumenta mi fe".
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P