EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Juan 6,35-40.
Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá
hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me
envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio,
sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida
eterna y que yo lo resucite en el último día".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
Beato Juan Pablo II
Carta Apostólica «Novo Millennio Inuente», §16-17
«La voluntad de mi Padre es que todo hombre que ve al Hijo y cree en Él
tenga la vida eterna»
«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por
algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha
resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como
aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás
no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de
Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia
reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también
su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?
Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos
los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo
más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo
ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período
singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.
La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él
dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de
este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado
plenamente en el Nuevo, hasta el punto que san Jerónimo afirma con vigor:
«Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la
Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (Jn 15,26), que es el origen de
aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (ibíd., 27), que tuvieron
la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo
escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (1 Jn 1,1).
Lo que nos ha llegado por medio de ellos es una visión de fe, basada en un
testimonio histórico preciso.
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