“El que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna y que yo lo resucite en el último día”
Jn 6, 35-40
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA PERSECUCIÓN
El fragmento de los Hechos de los Apóstoles pone claramente de manifiesto que una de las
causas de la difusión del Evangelio a través del mundo es la persecución. Son objeto de la
misma los irreductibles, los “extremistas” compañeros de Esteban, los que no aceptaban
componendas con el judaísmo. Los apóstoles se libran por ahora, posiblemente porque
todavía confían en encontrar una solución a los delicados problemas planteados con la
tradición judía. La persecución le ha ayudado a la Iglesia a no dormirse y a encontrar o
reencontrar sus propias raíces misioneras. Estas han sido después el secreto de su
perenne juventud. La Revolución francesa, por poner un solo ejemplo, supuso una fuerte
prueba para la Iglesia , pero le hizo salir de la tormenta más delgada y más dispuesta a
reemprender su itinerario misionero por el mundo.
Cuando existe el peligro de instalarnos cómodamente en un lugar, cuando existe la
tentación de considerarnos integrados en un contexto social, cuando estamos demasiado
tranquilos, entonces es cuando interviene el Espíritu para dar la alarma a través de diversas
pruebas, la más terrible de las cuales -aunque quizás también la más eficaz- es la
persecución. Esta última da frutos cuando la Iglesia está viva, como en el caso de la
comunidad de Jerusalén. La Palabra se difunde para que los que están dispersos queden
impregnados de la novedad cristiana, de la sorprendente realidad de la salvación en la que
se sentían implicados y corresponsables. Por eso puede proceder del duelo la alegría, de la
diáspora el crecimiento, de la muerte de Esteban la multiplicación de los apóstoles.
ORACION
Esta Palabra, Señor, me turba una vez más, porque me parece que tú prefieres más bien
los medios rápidos para alcanzar tus fines. Querías hacer salir el alegre mensaje de
Jerusalén, y surge una violenta persecución. Me siento turbado, lo confieso. Y es que me
gusta evitar las desgracias y vivir en paz. En mi paz, que no es exactamente la tuya. Con mi
paz no crece la alegría en el mundo; con tu dinamismo, producido de una manera
frecuentemente desagradable para mí, crece, en cambio, la alegría en los que están fuera
de mis intereses.
Señor, estoy turbado, sobre todo, porque esta Palabra tuya me dice que yo debería estar
alegre en las persecuciones, que debería pedírtelas cuando me encuentro demasiado bien y
cuando me siento satisfecho de lo que hago y de lo que me rodea. Pero te confieso que me
falta valor. Con todo, hay algo que debo pedirte para no morir de vergüenza: que frente a las
posibles persecuciones, puedan ver al menos mis ojos que éstas tienen un sentido para ti y
para tu Iglesia. Y, por consiguiente, también para mí.