Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2 de noviembre)
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Libro de las Lamentaciones 3, 17-26; Romanos 6, 3-9;
Juan 14, 1-6
HOMILÍA
"En el bautismo fuimos sepultados con Cristo y así como Cristo fue resucitado de
entre los muertos por la gloria del Pare, así también nosotros podemos vivir una
vida nueva". Romanos 6,3-5
No hace falta ir a la escuela para aprender que tenemos que morir.
La experiencia de cada día...
Nuestro propio envejecimiento...
En la silla eléctrica, en la calle, en el hospital, en la casa, joven o viejo... STOP
PARA TODOS.
Estamos programados como las bombillas para durar un determinado número de
horas. No hay que ir a la escuela para aprender esta lección.
Podemos hacer una manifestación contra la policía que mata, la bomba atómica que
mata, contra los gobiernos que matan, contra las clínicas de aborto que matan...
Podemos y debemos protestar contra todas las formas de muerte injusta y
violenta... pero todos aceptamos, sin más, nuestro destino, la muerte.
Aquí, en nuestra iglesia, nos manifestamos todos los domingos para celebrar la
muerte y la resurrección de Jesucristo y para celebrar nuestra propia muerte, no
como final, sino como principio del encuentro con Cristo.
Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para aprender a vivir para siempre.
Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para recibir el don de la vida eterna.
Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para "escribir nuestros nombres en el
libro de la vida".
¡Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para creer y aprender la vida nueva,
para poseer la vida con Dios, "para brillar como estrellas para siempre".
Sí, hay que venir... para aprender a vivir bien y a morir bien.
Hoy celebramos, en toda la iglesia, el día de los difuntos o "el día de los muertitos"
como dicen los mejicanos.
"La calavera tiene hambre.
¿No hay un pansito por ahí?
No se lo acaben todo,
Dejen la mitad. Pan, pan para la calavera".
Así cantan los mejicanos en sus casas y en los cementerios a sus muertitos.
Es una manera de recordarnos que cuando morimos, por buenos y santos que
hayamos sido, no estamos aún completos y perfectos. Quedan heridas que sanar y
manchas que limpiar.
Es una manera de recordarnos que no estamos condenados a morir. Los creyentes
estamos condenados a resucitar porque llevamos en nuestro cuerpo el sello del
amor, el sello del Espíritu Santo, el sello de Dios; porque nuestra relación con Dios
es indestructible, porque nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios.
Por eso, en esta manifestación a favor de la vida y del amor que es cada eucaristía,
proclamamos en el Credo: creemos en la resurrección de los muertos y la vida del
mundo futuro. Amén
Hoy, miramos al pasado para orar y revivir esas relaciones de vida, de familia, de
amor y de fe. Esos seres queridos cuyas fotos cuelgan en las paredes de nuestras
viviendas o llevamos en nuestras carteras.
Hoy, nos sentimos agradecidos y en deuda con los nuestros y les ofrecemos
nuestro mejor recuerdo, nuestra mejor oración.
Hoy, miramos también al futuro con los ojos de la esperanza cristiana y con la
seguridad de la resurrección que nos promete la Palabra de Dios.
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Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P