III Domingo de Adviento, Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Isaías 61, 1-2.10-11; 1 Tesalonicenses 5, 16-24;
Juan 1, 6-8.19-28
EVANGELIO
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz,
sino testigo de la luz.
Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le
preguntaran: -¿Tú quién eres? El confesó sin reservas: -Yo no soy el Mesías. Le
preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías? El dijo: _No lo soy. ¿Eres tú el
profeta? Respondió: -No. Y le dijeron: -¿Quién eres? Para que podamos dar una
respuesta a los que nos han enviado,¿qué dices de ti mismo? El contestó: -Yo soy
"la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor" (como dijo el profeta
Isaías). Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: -Entonces, ¿por qué
bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: -Yo
bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene
detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de
la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
HOMILÍA
Un día le preguntaron a un profesor: ¿cuál es el sentido de la vida?
Y éste sacando del bolsillo un trozo de espejo dijo a sus alumnos.
Cuando yo era pequeño me encontré un espejo roto y me quedé con este trozo y
empecé a jugar con él. Era maravilloso, podía iluminar agujeros profundos y
hendiduras oscuras. Podía reflejar la luz en esos lugares inaccesibles y esto se
convirtió para mi en un juego fascinante.
Cuando ya me hice hombre comprendí que no era un juego de infancia sino un
símbolo de lo que yo podía hacer con mi vida. Comprendí que yo no soy la luz ni la
fuente de la luz. Pero supe que la luz existe y ésta sólo brillará en la oscuridad si yo
la reflejo.
Soy un trozo de espejo y aunque no poseo el espejo entero, con el trocito que
tengo puedo reflejar luz en los corazones de los hombres y cambiar algunas cosas
en sus vidas. Ese soy yo. Ese es el significado de mi vida.
Juan, el hombre enviado por Dios, el presentador de Jesús, el vocero del bautismo
en el Espíritu, comprendió también que él no era la luz, sino un reflejo de la luz, él
era sólo el despertador que anuncia la luz del nuevo día, y al Señor de todos los
días.
Juan, un predicador al aire libre y callejero, metía mucho ruido y atraía a mucha
gente y bautizaba en el río Jordán y tenía sus seguidores y esto preocupaba a las
autoridades.
Así pues el alcalde y las autoridades de Jerusalén le enviaron unos periodistas del
Heraldo de Soria para hacerle una entrevista y tomar algunas fotos a Juan
bautizando.
¿Quién eres tú?, le preguntaron.
"Yo no soy el Cristo. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta."
Podía haber contestado: soy el hijo de Zacarías e Isabel. Mi padre es sacerdote del
templo de Jerusalén.
Juan se describe a si mismo en función de su trabajo, de su misión, de su
ministerio. Su identidad, su ID se lo da Cristo. Es un hombre, enviado por Dios,
para predicar el camino del Señor. Juan no quiere títulos para él, no quiere ser
confundido ni revestirse con las ropas de otro.
"Yo soy la voz del que grita en el desierto".
Juan es una voz anónima y pasajera.
Lo que importa es la voz.
Lo que importa es lo que la voz grita.
Lo que importa es que el mensaje se escuche.
Lo que importa es que Jesús sea anunciado.
Lo que no importa es de quién es la voz.
Y Juan fue por uno días el altoparlante de Dios que anunciaba a "uno que está en
medio de ustedes y que no conocen".
En mis rondas nocturnas visitando a las familias del barrio llamé a una puerta y la
abrió un joven y éste dijo es el Padre. Y su hermano dijo: "Déjale entrar , esa voz
la he oído yo predicar en las calles".
No me conocía ni sabía mi nombre. Pero conocía la voz.
La voz que habla y anuncia a Jesús, eso es lo importante, la voz que llega al
corazón y lo prepara para acoger la Palabra eterna de Dios.
En otro apartamento nos reímos mucho. Sobre la mesa tenían un libro titulado:
"Los sueños y los números. El libro supremo de la suerte". El número 71 era el de
la suerte para el mes de diciembre.
En ese desierto hay que poner otro libro, hay que anunciar que la suerte, la mejor
suerte es oír la voz de Jesús, la mejor suerte es "conocer al que está en medio de
nosotros y aún no lo conocemos", la mejor suerte es ser vivificado y renovado con
la unción del Espíritu.
Juan vino para ser testigo de la luz y para que creas en el que es la luz.
Ante los problemas de la vida necesitamos acudir a los profesionales.
Que tengo un accidente: un abogado.
Que estoy enfermo: un médico.
Que el coche no funciona: un mecánico.
Que voy mal en los estudios: una academia.
En las cosas de Dios no hay profesionales, sólo hay testigos del Dios que viene;
sólo hay voces que anuncian al Dios que viene.
Y como Juan Bautista, usted y yo y todos los bautizados estamos llamados a ser
testigos y voz de Dios, en Jerusalén, en Soria, en Almazán, en Noviercas y...
¿Difícil? Sí. Porque no conocemos al que es más grande que nosotros y está en
medio de nosotros.
¿Fácil? Sí. Cuando conocemos, creemos y amamos al que está en medio de
nosotros.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P