III Domingo de Pascua, Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19;
1 Juan 2, 1-5; Lucas 24, 35-48
EVANGELIO
En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y
cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús
en medio de sus discípulos y les dijo: -Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: -¿Por qué os
alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies;
soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y
huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la
alegría, y seguían atónitos, les dijo: -¿Tenéis algo que comer? Ellos le ofrecieron un
trozo de pez asado. Él lo tomo y comió delante de ellos. Y les dijo: Esto es lo que os
decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los
profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así
estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y
en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los
pueblos, comenzando por Jerusalén.
HOMILÍA
Érase una vez un niño indio que había sido picado por una serpiente y murió. Sus
padres lo llevaron al hombre santo de la tribu y colocaron su cuerpo ante él. Los
tres, sentados, lloraron durante largo rato.
El padre se levantó, se acercó al cuerpo de su hijo, puso sus manos sobre los pies
del niño y dijo: A lo largo de mi vida no he trabajado por mi familia como era mi
obligación. En ese momento el veneno salió de los pies del niño.
La madre se levantó también y colocando sus manos sobre el corazón del niño dijo:
A lo largo de mi vida no he amado a mi familia como era mi obligación. En ese
momento el veneno salió del corazón del niño.
Finalmente el hombre santo se levantó y extendiendo sus manos las puso sobre la
cabeza del niño y dijo: A lo largo de mi vida no he creído en las palabras que decía
como era mi obligación. En ese momento el veneno salió de la cabeza del niño.
El niño se levantó y también sus padres y el hombre santo y toda la tribu celebró
una gran fiesta ese día.
El veneno mortal es la falta de responsabilidad del padre, la falta de amor de la
madre, la falta de fe del hombre santo.
El contraveneno, la medicina de la vida, es el amor.
En este tiempo de Pascua, de vida nueva y resucitada, tiempo en que "Dios ha
glorificado a su siervo Jesús", Pedro y los testigos de la resurrección nos exhortan:
"Arrepiéntanse y conviértanse para que todos sus pecados sean borrados". Expulsar
el veneno y estrenar vida nueva.
Pascua es el tiempo en que nosotros comprobamos que la última palabra la tiene el
amor de Dios. Y el amor de Dios se posa sobre los pies, la cabeza y el corazón de
su hijo y vence a nuestro mayor enemigo, la muerte.
Pascua es, sobre todo, tiempo de dar testimonio; tiempo de reconocer al
resucitado. Pero no un testimonio pequeño, no mi testimonio, no testimonio de mi
mala vida. No. El testimonio cristiano sólo tiene un nombre: Jesucristo. El
testimonio cristiano sólo tiene un contenido: he reconocido a Jesucristo.
"En aquel tiempo los discípulos contaron lo sucedido en el camino y cómo habían
reconocido a Jesús al partir el pan".
¿Qué les sucedió a estos discípulos que iban a Emaús? ¿Cuál es su testimonio?
"Reconocieron a Jesús al partir el pan."
Reconocieron a Jesús en la mesa de la Eucaristía.
El Cristo resucitado se hizo presente y compañero en el pan.
Las Escrituras, "les abrió la mente para que lograran entender las Escrituras", es
como el precalentamiento, es la primera fase de la evangelización, es el
despertador, es la alarma, es el grito que nos invita a la siempre necesaria
conversión.
Y después los sentó a la mesa y lo reconocieron al partir el pan.
Cuando vamos a un banquete, lo importante no son los maravillosos discursos, lo
importante está en la mesa, compartir la mesa, la compañía, la amistad, partir y
comer el mismo pan.
¡Qué hermosa enseñanza para nosotros!.
De la Palabra al Sacramento.
De la Palabra a la Mesa.
De la Palabra al Amor.
La Palabra sola no salva.
La pregunta para nosotros hoy es, ¿dónde reconoceremos al Cristo Resucitado?
Los discípulos del evangelio lo encontraron en el camino de EMAÚS y lo
reconocieron al partir el pan.
¿Y nosotros?
¿En este camino lleno de prisas y tropiezos, lleno de ilusiones y tragedias, lleno de
amores y de soledades, encontramos y reconoceremos a Cristo Resucitado?
Sí, hermanos, hay que encontrarlo y reconocerlo en la belleza de las flores y en la
oración, en la lucha por la justicia y en las sanaciones del corazón, y sobre todo en
la Escritura, en la comunidad y en la fracción del pan.
Pascua es tiempo de dar testimonio de Cristo Resucitado. "Vosotros sois testigos de
todo esto".
¿Testigos de qué? De la vida resucitada.
¿Testigos de quién? Sólo de Jesucristo.
¿Testigos para quién? Para los hermanos perdidos en el camino de la vida.
Un catequista preguntó un día a un grupo de jóvenes que se preparaban para la
confirmación: ¿cuál es la parte más importante de la misa?
Uno contestó: la parte más importante es el rito de despedida.
El catequista sorprendido le preguntó: ¿por qué dices eso? Y éste le respondió: la
misa sirve para alimentarnos con la palabra, el cuerpo y la sangre del Señor. La
Misa comienza cuando termina. Salimos a la calle para hacer y decir lo que dijeron
los discípulos de EMAUS. Hemos reconocido al Señor al partir el pan y está vivo y
vive para siempre y para nosotros.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P