VII Domingo de Pascua, Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Hechos de los Apóstoles 1, 15-17.20-26;
1Juan 4, 11-16; Juan 17, 11-19
EVANGELIO
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: Padre santo: guárdalos en
tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando
estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba , y
ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la
Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi
alegría cumplida.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los
guarde del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos
en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo
también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren
ellos en la verdad.
HOMILÍA
Ninguno de nosotros hemos conocido a Jesús. Y ninguno de nosotros hemos visto a
Dios. Pero todos somos como aquel niño que con mucho entusiasmo e imaginación
se puso a hacer un dibujo de Dios. Cuando su madre lo vio, le dijo: ¿cómo vas a
dibujar a Dios si nadie sabe cómo es? Y el niño, con toda su inocencia, le contestó:
lo sabrán cuando termine mi dibujo.
Yo, también, intento dibujar al Jesús que no he conocido y al Dios a quien no he
visto con palabras: palabras de la Escritura y palabras mías. Y alguno podría decir:
¿cómo puede hablar de alguien a quien nunca ha visto?
Y ojalá pudiera decir yo también con la inocencia del niño: lo sabrán cuando
termine de hablar; lo sabrán cuando escuchen la proclamación de la Palabra; lo
sabrán cuando empiecen a vivir según la Palabra; lo sabrán cuando amen como
Dios ama.
Sabemos que alguien es el mejor futbolista, no porque lo dice la prensa, sino
porque gana los partidos y hace muy bien su trabajo.
Sabemos que Dios es amor, no porque lo dicen los curas, sino porque en Jesucristo
dio la vida por todos, por los buenos y los malos.
Sabemos que Dios es amor, no por lo que decimos o cómo lo pintamos, sino por el
bien que hacemos a los demás.
Dios no es una enseñanza maravillosa. Dios es una vida sencilla y entregada.
Nosotros somos el retrato de Dios y de Jesucristo cuando amamos. Nosotros somos
los embajadores de Dios y de Jesucristo y tenemos que representarlos bien,
tenemos que hablar bien y tenemos que hacer lo que ellos hacen, amar.
Jesús, en este evangelio de hoy, que es su discurso de despedida, hace una oración
por nosotros, sus discípulos, sus seguidores. Jesús ora por nosotros.
"Jesús levantando los ojos al cielo dijo: Padre santo, guarda a los que me diste, que
todos sean uno. Ahora vuelvo a ti. No te pido que los saques del mundo pero sí que
los defiendas del maligno. Hazlos santos según la verdad".
Esta es la oración de Jesús por nosotros. ¡Qué distinta de nuestra oración!
Nosotros oramos y pedimos cosas extravagantes, impertinentes, innecesarias y a
veces escandalosas.
Jesús pide a su Padre santo por la unidad de sus seguidores. La unión es signo de
amor; el divorcio es signo de falta de amor, "incompatibilidad de caracteres", una
manera fina de decir que el amor se acabó, que no nos aguantamos más.
Dios no se divorcia de sus hijos. Su fidelidad es para siempre. Y Jesús ora para que
nosotros no nos divorciemos ni de Dios ni de los hermanos.
Jesús es la cabeza del cuerpo, de la Iglesia, y a Él tenemos que estar unidos por
amor y unidos a la comunidad que juntos formamos, la comunidad del Pilar.
Que todos sean uno. Uno en el Dios que nos salva.
Éranse dos hombres que naufragaron y , a nado, llegaron a una isla desierta. Uno
de ellos gritaba desesperado: aquí nos vamos a morir, aquí no hay agua ni luz, no
hay nada.
El otro le decía no tengas miedo, confía en mi. Yo gano cien mil dólares a la
semana. ¿Y de qué nos sirven tus dólares aquí?, le decía el compañero.
No te preocupes porque yo doy el diezmo cada semana a mi iglesia y seguro,
seguro, que mi párroco me encontrará.
Dios no nos pide el diezmo. Dios nos pide el ciento por ciento de nuestro amor. Y
Dios no lo quiere sólo para Él, quiere que se lo demos a los hermanos. La unidad
por la que ora Jesús es la unidad en el amor, en el único Dios y Padre de todos.
Aquí, en la iglesia, venimos a celebrar la unidad de Jesús y en Jesús. Muchos y
todos distintos, muchos y todos manchados con los mismos pecados, muchos pero
todos mirando al mismo Señor, creyendo en el mismo Padre y guiados por el
mismo Espíritu.
Aquí, vivimos la alegría de la oración y el don de la unidad. Aquí nos sentimos todos
hermanos. Pero el Señor quiere que esta unidad se prolongue ahí afuera.
"No te pido que los saques del mundo pero sí que los defiendas del maligno. Hazlos
santos según la verdad".
No los saques del mundo. Nuestro pequeño mundo, lleno de egoísmos, drogas,
crímenes divorcios, odios, soledades, enfermedades… este mundo hay que salvar y
en este mundo nosotros estamos llamados a vivir nuestra fe, dar esperanza a todos
y practicar el amor. Y desde este pequeño mundo, a veces difícil de entender y
aceptar, tenemos que tender un puente hacia un mundo más grande, más limpio,
más puro, más fraterno…el mundo del amor de Dios.
Vivimos, trabajamos, sufrimos y morimos en este nuestro pequeño mundo pero
somos del mundo de Jesús.
Y enviados al mundo para continuar la tarea que Jesús comenzó:
anunciar el Dios amor.
ser embajadores de Dios.
sanar el mundo.
derrotar el maligno.
crear unidad entre los hombres.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P