XI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Ezequiel 17,22-24; 2 Corintios 5,6-10;
Marcos 4, 26-34
EVANGELIO
En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: El Reino de Dios se parece a un hombre
que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana: la
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la
cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el
grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola
usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más
pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa
ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas
parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se
lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
HOMILÍA
Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una
nueva tienda. El rótulo decía: “Regalos de Dios”. Entré. Un ángel atendía a los
compradores.
-¿Qué es lo que vendes?, pregunté.
- Vendo cualquier don de Dios.
-¿Cobras muy caro?
-No, los dones de Dios son siempre gratis.
Miré las estanterías. Estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, macutos
llenos de esperanza… Yo necesitaba un poco de todo.
Le pedí al ángel que me diera una ración de amor, dos de perdón, tres de
esperanza, unos gramos de fe y el gran paquete de la salvación.
Cuando el ángel me entregó mi pedido quedé totalmente sorprendido. ¿Cómo
puede estar todo lo que he pedido en un paquete tan diminuto?, le pregunté al
ángel.
Mira, amigo, Dios nunca da los frutos maduros. Dios sólo da pequeñas semillas que
cada uno tiene que cultivar y hacer crecer.
La manía de lo grande anida en cada corazón y en nuestra sociedad. El rascacielos
más grande, el coche más potente, el hombre más rápido, el predicador más
elocuente… Sólo premiamos al número uno. Lo queremos todo ya, aquí y ahora.
Despreciamos lo pequeño y lo invisible.
Saint Exupéry dice que las cosas esenciales sólo se ven con el corazón.
Dios según la parábola del grano de mostaza nos ofrece una enseñanza
sorprendente.
Dios no nos necesita pero quiere contar con nosotros. El evangelio, semilla de
mostaza sembrada en el campo del mundo, es fuerza de salvación para todos los
que creen en él.
La vida de Jesús, semilla sembrada y enterrada, ha dado grandes frutos y se ha
convertido en el único árbol en el que todos podemos hacer nuestro nido.
Hoy son muchos los que desconfían de los grandes árboles, las religiones
organizadas, que presumen de ser la única solución.
“Es imposible hacer eclesiología sin cristología, y cualquier problema eclesial no
puede resolverse sin hacer un recurso previo a Cristo: hay que hablar menos de la
Iglesia y más de Cristo; hay que luchar contra el peligro del narcisismo eclesial”.
(José M. González Ruiz)
Sólo hay salvación en Jesucristo. En Él tenemos que fijar nuestros ojos. En Él
tenemos que poner nuestra fe y nuestra esperanza.
Como la semilla crece y da frutos a pesar de nosotros, dejemos actuar el poder de
Dios.
Vivimos muchas veces obsesionados por los grandes problemas de nuestro mundo:
la contaminación, la droga, la violencia, los fallos de las personas y sus pecados…
Nuestra predicación enfatiza lo negativo como si Dios no existiera y no se
preocupara de nuestro mundo.
Son muchísimas las cosas buenas, las personas buenas, los actos solidarios que nos
rodean, semillas del Reino, que lo hacen crecer sin que nos demos cuenta. Celebrar
la bondad de Dios y cantar su poder para que todo fructifique es la tarea del
cristiano.
Lo nuestro es crecer y ayudar a crecer en Cristo a los hermanos.
Lo nuestro es creer en el árbol grande y generoso que es Jesucristo.
Lo nuestro es confiar en que todo depende de Dios y trabajar por el Reino como si
todo dependiera de nosotros.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P