Fiesta. La Transfiguración del Señor (6 de agosto)
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Daniel 7, 9-10.13-14; 2 Pedro 1,16-19; Marcos 9,1-9
EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a
una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un
blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se le
aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra
y le dijo a Jesús: -Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y
salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis
visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó
grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
HOMILÍA
Uno de los personajes más memorables del musical "El Hombre de la Mancha" es la
prostituta Aldonza.
Antes de conocer a Don Quijote, era una mujer de la calle, pero gracias a su amor
se convirtió en una persona transfigurada.
Aldonza, la que no vale nada, se convierte en Dulcinea, la dulce. Y permaneció
unida a Don Quijote hasta la muerte.
En la última escena de la obra, Aldonza comienza a cantar "El sueño imposible". En
cierto sentido este es el tema de su vida porque el amor de Don Quijote había
convertido lo imposible en posible y su sueño se había hecho su realidad.
Cuando termina alguien le grita: "Aldonza". Su respuesta se dispara
inmediatamente, con dignidad y orgullo le contesta, "Mi nombre es Dulcinea".
Cada creyente es una persona transfigurada y tiene el poder y la responsabilidad de
ayudar a los otros a tener esta misma experiencia.
"He estado en lo cima de la montaña y he mirado alrededor y he visto la tierra
prometida", decía Martin Luther King.
Tenemos dos documentos de identidad. Uno dice quién somos: fecha y lugar de
nacimiento, nombre y raza; nos da un lugar en este mundo. El otro documento se
nos da en el bautismo. Un nombre nuevo, cristiano, una vida nueva, una
transfiguración; nos da un lugar en el mundo de Dios.
Aldonza, la mujer de la calle, fue transformada por el amor de Don Quijote en
Dulcinea, la dulce.
Cada uno de nosotros, hombres de la calle, con nuestras luchas, nuestros
sufrimientos, nuestras alegrías, nuestros pecados y nuestras muertes, deseamos y
oramos para ser transformados, transfigurados, no por un amor meramente
humano sino por el amor poderoso de Dios.
Cada ser humano es una persona transfigurada. Sí, somos criaturas nuevas,
aunque a veces vivimos como criaturas viejas y no redimidas. Nuestra vocación es
llegar a ser plenos y santos. Ser transfigurados, renovados por el amor de Dios, no
es un acontecimiento de un día, es un acontecimiento del día a día.
En la iglesia se nos recuerda que somos más amados y más sagrados de lo que
pensamos.
La fiesta de hoy nos revela la identidad escondida de Jesús que se manifiesta a sus
discípulos en la cima de la montaña. Jesús, el hombre de Nazaret, el hijo de María,
el judío marginal, es también el hijo de Dios. Esa es su verdadera identidad.
La diferencia entre Jesús y nosotros es ésta: Jesús siempre obedeció a su Padre,
siempre vivió de acuerdo a su verdadera identidad, como buen hijo. Aun siendo
hombre como nosotros, nunca sirvió a la carne sino al Espíritu. Nosotros, débiles
como somos, servimos casi siempre a la carne y ocasionalmente servimos a Dios.
Aquí, en la iglesia, no es verdad eso de lo que ves es lo que hay, porque tenemos
que ver más, ser más, amar más, gracias al amor de Dios que llena nuestra vida.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P