EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Juan 6,52-59.
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer
su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y
no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de
la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El
que coma de este pan vivirá eternamente".
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
Papa Benedicto XVI
Homilía para el Congreso Eucarístico italiano, 29/05/05
«Mi carne es el verdadero alimento»
El Señor no nos deja solos en este camino. Está con nosotros; más aún, desea
compartir nuestra suerte hasta identificarse con nosotros. En el coloquio que acaba
de referirnos el evangelio, dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en
mí y yo en él» (Jn 6, 56). ¿Cómo no alegrarse por esa promesa? Pero hemos
escuchado que, ante aquel primer anuncio, la gente, en vez de alegrarse, comenzó
a discutir y a protestar: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» (Jn 6, 52).
En realidad, esta actitud se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia.
Se podría decir que, en el fondo, la gente no quiere tener a Dios tan cerca, tan a la
mano, tan partícipe en sus acontecimientos. La gente quiere que sea grande y, en
definitiva, también nosotros queremos que esté más bien lejos de nosotros.
Entonces, se plantean cuestiones que quieren demostrar, al final, que esa cercanía
sería imposible. Pero son muy claras las palabras que Cristo pronunció en esa
circunstancia: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros» (Jn 6, 53). Realmente, tenemos
necesidad de un Dios cercano.
Ante el murmullo de protesta, Jesús habría podido conformarse con palabras
tranquilizadoras. Habría podido decir: «Amigos, no os preocupéis. He hablado de
carne, pero sólo se trata de un símbolo. Lo que quiero decir es que se trata sólo de
una profunda comunión de sentimientos». Pero no, Jesús no recurrió a esa
dulcificación. Mantuvo firme su afirmación, todo su realismo, a pesar de la
defección de muchos de sus discípulos (Jn 6, 66). Más aún, se mostró dispuesto a
aceptar incluso la defección de sus mismos Apóstoles, con tal de no cambiar para
nada lo concreto de su discurso: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,
67), preguntó. Gracias a Dios, Pedro dio una respuesta que también nosotros, hoy,
con plena conciencia, hacemos nuestra: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes
palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).
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