Comentario al evangelio del Miércoles 18 de Mayo del 2011
Queridos amigos:
Jesús no estuvo entre nosotros para vivir a escondidas y sin musitar palabra. Es el Revelador: no puede
pasarse los días de incógnito, como una sombra fugitiva, como un testigo vergonzante de Dios. Jesús
es la luz que brilla en la tiniebla, porque la tiniebla no logró sofocarla. Ya desde el primer signo, la
transformación del agua en vino abundante y generoso, manifestó su gloria; al percibirla, los discípulos
creyeron en él.
Nos toca escuchar y cumplir, escuchar y guardar. “Guardar” es una traducción muy atinada. Nos hace
evocar a quien está encargado de la vigilancia de algo; por ejemplo, de un tesoro. Es un centinela, un
custodio, y tiene la atención fija en lo que se le ha confiado. Le va la vida en ello. La palabra de Jesús
es un gran tesoro, hay que “guardarla”. El guardián de la palabra no deja que vengan los pájaros del
cielo y se lleven esa semilla preciosa; el guardián de la palabra no la lleva como un libro en el bolsillo
del chaleco, sino que la interioriza y la hace suya (León Felipe). El guardián de la palabra deja que esta
vaya modelando su modo de pensar, de sentir, de actuar, de reaccionar, porque ella es como el espejo
en que se mira y en que confronta lo que de hecho es y lo que la palabra lo insta a ser. Le va la vida en
ello.
Los judíos ortodoxos, en ciertos rezos, llevan filacterias (“guardianas”, cabe traducir), unas envolturas
de cuero que guardan tiras de pergamino con textos de las Escrituras. Las sujetan, una, al brazo
izquierdo, y la otra, a la frente. Nuestras filacterias han de ser el corazón creyente que medita, los
brazos hacendosos y las manos diestras en la práctica. Seamos vestales que día y noche mantienen vivo
el fuego de la Palabra.
Vuestro amigo
Pablo Largo
Pablo Largo, cmf