IV DOMINGO PASCUA
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
¡¡¡Vale la pena seguirle‼!
El hombre siempre piensa a Dios a partir de la imagen que tiene de sí mismo y del
mundo. Me gusta imaginar a Abraham, a Jacob, a Moisés o a David, que ejercieron
el pastoreo, preguntándose por Dios en sus largas horas de silencio, mientras
apacentaban sus rebaños. Y me parece natural que imaginaran a Dios como un
pastor vigilante y solícito. Sobre esta imagen vendría, luego, la composición de
oraciones, algunas de un lirismo estremecedor, que se convertirían en alimento
espiritual de judíos y cristianos : " El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes
praderas me hace recostar;... aunque camine por cañadas oscuras nada
temo"..."Pastor de Israel, escucha, tú, que guías a José como a un rebaño...".
Cualquier nombre que usemos para definir a Dios será siempre inadecuado. Pero
parece que a Dios le gustaba la denominación de Pastor con que le llamó
amorosamente su Pueblo ¿O fue Dios mismo el que, desde la masa de la sangre y
de la historia del Pueblo, hizo aflorar en la fe de Israel tal imagen y denominación?
A Jesús también le encantó, y utilizó la alegoría del Buen Pastor para hablarnos de
su ser, de su misión y de su pasión: "Yo soy el Buen Pastor... El Buen Pastor que da
la vida por sus ovejas ".
Jesús es el Buen Pastor, pastor hecho cordero, “víctima pascual”, canta la liturgia
pastor que se hace pasto, amor que se entrega hasta la muerte para darnos vida.
¡Qué bien lo expresó Lope de Vega: “Dime, Pastor, que por amores mueres…”.
Y en este domingo en que todos los cristianos nos reconocemos con gratitud,
aunque sea con distintos niveles de responsabilidad, partícipes de la misión pastoral
confiada a la Iglesia, celebramos también la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones. Lo hacemos este año a las puertas de la Jornada Mundial de la
Juventud.
Toda vocación en la Iglesia está al servicio de la comunión con Dios y con los
hermanos ; pero algunas, como la vocación al ministerio sacerdotal o a la vida
consagrada, lo están por una consagración especial. Ello ni nos sitúa por encima de
los demás fieles, ni nos hace ajenos a sus gozos y esperanzas. Demanda de
nosotros, eso sí, una disponibilidad total al servicio del Reino de Dios. La carencia
de estas vocaciones, que tienen una función tan importante y cualificada, produce
un grave quebranto en la vida y misión de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para esta Jornada, apela a la Iglesia local
como fuente de vocaciones, como sujeto de convocación y sostenimiento de las
vocaciones. Y consciente de que la vocación es siempre don y misterio nos invita a
orar por esta intención. Sin negar la importancia de poner los mejores medios y las
mejores técnicas pedagógicas al servicio de tan noble causa, el Papa nos invita a
fijarnos en Jesús, donde encontramos el modelo y promotor: llamó a algunos; les
mostró su misión mesiánica abriéndoles los ojos para contemplar a los hombres
como ovejas sin pastor, para descubrir sus sufrimientos y sus cadenas, los educó
con palabras y con la vida, les confió el memorial de su muerte y resurrección, los
envió al mundo con un mandato claro.
Asumidos estos puntos, el Papa urge para que toda la Iglesia local se haga cada vez
más sensible a la pastoral vocacional, como una exigencia constitutiva de su
identidad. Y cuando nos referimos a toda la Iglesia local quiere decir que nos ha de
implicar a todos los niveles y estamentos eclesiales: parroquias, familias,
asociaciones apostólicas. De un modo especial nos implica a quienes un día
recibimos esta llamada. La vocación se ha definido como una llama que llama.
Estamos ante un gran desafío: Porque son muchas las dificultades, porque la voz
del Señor parece ahogada por otras voces, porque se sufre una grave parálisis de
voluntad y de fidelidad, porque la cultura vocacional queda soslayada y solapada
por la cultura profesional. Por eso necesitamos imaginación activa, audacia y, sobre
todo, una oración insistente y perseverante “ al dueño de la mies para que envíe
obreros a su mies”.
Es seguro que Jesús sigue llamando. Quizá existan menos respuestas porque, entre
tantos ruidos, no se oye la llamada, o porque, entre tantas seducciones, no se
quiere oír; o porque, entre tantas comodidades, no se quiere seguir. Y mira que
vale la pena seguirle.