"Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más
grande que el que lo envía"
Jn 13, 16-20
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
TAMBIÉN LOS FIELES DE JESÚS DEBEN REPETIR EL COMPORTAMIENTO DEL
HIJO.
El Padre envía al Hijo, el Hijo envía a sus discípulos; y así como el Hijo repite el
comportamiento del Padre, también los fieles de Jesús deben repetir el comportamiento del
Hijo. Ahora bien, los discípulos saben que Jesús se ha comportado como un siervo que,
reconociendo en cada hombre a su propio señor, se dedica a él, incluso en el más humilde
de los servicios, según el significado simbólico del lavatorio de los pies. Pero como la ley del
servicio es dura, pronto es removida y sustituida o suavizada o manipulada. Se habla así de
servicio, se teoriza sobre él, pero nos mantenemos alejados del humilde servicio activo.
Por eso proclama Jesús bienaventurados no a los que hablan de servicio, sino a quienes lo
practican. ¿Acaso le traicionó Judas por esto? ¿Pensaba acaso que aunque Jesús hablara
de servicio, entendía de hecho el servicio del poder? ¿No se marcharía cuando vio que el
servicio, para Jesús, era precisamente el de los auténticos siervos, una realidad dura y no
una palabra para adornarse?
¿Y yo, cómo me sitúo ante el servicio? ¿Conozco la sonoridad y la popularidad de la
Palabra más que su humilde y a menudo humillante realidad? ¿Medito en el servicio para
hablar bien de él o para convencerme de que debo rebajarme a servir?
ORACION
Sí, Señor mío, también yo pertenezco a la categoría de los siervos de nombre y de los
servidos de hecho. Me gustaría ser considerado siervo tuyo, y algo menos ser considerado
siervo de los otros. Porque si bien, teniendo todo en cuenta, ser considerado siervo tuyo es
algo que gratifica, convertirse en siervo de los hombres no parece ni agradable ni
honorable. Y por eso no he gustado aún la bienaventuranza del servicio: demasiadas
palabras y pocos hechos; mucha teoría y poca práctica; mucha exaltación de los santos que
han servido y poco compromiso con el servicio; muchas palabras hermosas para aquellos
que me sirven y muy pocas ganas de pasar a su bando.
Señor misericordioso, abre mis ojos a las muchas ilusiones que cultivo sobre mi servicio;
refuerza mis rodillas, que se niegan a plegarse para lavar los pies; da firmeza a mis manos,
que se cansan de coger el jofaina con el agua sucia por el polvo pegado a los pies de los
viajeros que llaman a mi puerta. He de confesarte, Señor, que soy muy, muy débil, que
ando muy lejos de tu ejemplo de vida. Concédeme tu Espíritu para ahuyentar mis miedos y
para vencer mis timideces.
Señor, ten piedad de mis hermosas palabras sobre el servicio. Señor, ten piedad de mis
escasas obras. Señor, ten piedad de mi corazón, que no conoce todavía la bienaventuranza
del servicio verdadero y humillante.