V Domingo de Pascua, Ciclo A
El Resucitado, piedra viva
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”(Jn 14,6) . Esta sentencia de Jesús, central en
el evangelio de este domingo de pascua (Jn 14,1-12), permite contemplar el
profundo significado del misterio de Cristo crucificado y resucitado para todo ser
humano. La búsqueda y el conocimiento de la verdad es una de las grandes
cuestiones de la historia de la filosofía. Por su parte, entre los textos bíblicos son los
escritos de Juan los que más ampliamente abordan el tema de la verdad. En Juan
convergen dos concepciones diferentes de la verdad, una de origen griego, en la
que prevalece el sentido etimológico de aletheia como realidad oculta que se
desvela y se revela, pero que hay que descubrir, y otra procedente de la palabra
hebrea emet (de la misma raíz que amén ), en la que confluyen la firmeza, la
fidelidad, la confianza y la lealtad. Respecto a la primera, Ortega y Gasset dice en
las Meditaciones del Quijote que “quien quiera ensearnos una verdad, que nos
sitúe de modo que la descubramos nosotros”. La auténtica relacin del hombre con
la verdad es la que se da en el proceso de descubrimiento, al quitar el hombre con
su intelecto aquello que oculta a las cosas con objeto de que éstas se le manifiesten
en su desnudez. La realidad última de las cosas, de las personas y de Dios
permanece oculta en su apariencia. En la búsqueda de la verdad hasta llegar a su
conocimiento se requiere humildad, valor y agudeza espiritual, pues la chispa
gozosa de la verdad destella sólo cuando el ser humano se va quedando desnudo
de prejuicios y va quitando el velo de las adherencias que enmascaran toda
realidad. Ese doble desnudamiento de las cosas y de sí mismo ante ellas es el que
descubre paulatinamente la verdad. En Jn 8,32 aparece otro dicho magistral de
Jesús acerca de la verdad: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” .
En este sentido Jesús es la verdad que nos revela al hombre y a Dios. Jesús es la
verdad hecha carne cuya firmeza y radicalidad pone en evidencia la mentira de los
poderes de este mundo, en el ámbito político ante Pilatos y en los círculos religiosos
ante los fariseos y los dirigentes judíos. De ahí que todo seguidor de Jesús está
comprometido con la misma verdad que él encarnó, en la que él vivió y por la que
lo mataron. Permanecer en Cristo significa, por tanto, identificarse con la palabra y
con el espíritu de la verdad como único camino de vida y de libertad. Permanecer
en la verdad es estar dispuestos a vivir un amor seriamente comprometido con el
desenmascaramiento de las mentiras de la realidad humana del momento presente.
Ser de la verdad es estar estrechamente unidos como piedras vivas a la piedra
viva, que es Jesús Resucitado.
De esta última imagen trata el texto petrino (1Pe 2,4-10) que es de una densidad
teológica extraordinaria. En él predomina la imagen de la piedra especialmente
aplicada a Cristo. Con motivos, citas y alusiones del AT, se habla de Jesús, el
Señor, la piedra viviente, rechazada por los hombres, elegida y preciosa para Dios,
piedra angular y de tropiezo. El rechazo de esta piedra se refiere a la pasión y
muerte de Jesús, los momentos históricos más concretos que culminan el rechazo
de la piedra por parte de los constructores. Los constructores son los dirigentes
religiosos del pueblo de Israel en la época de Jesús, cuya falsedad, hipocresía y
envidia pueden ser el exponente de una religiosidad sólo aparente, que contrasta
enormemente con la religiosidad auténtica que vive de la palabra. Pero el texto
destaca sobre todo a Cristo como piedra viviente a través del proceso concreto que
implica el misterio pascual y por eso es el fundamento de una nueva construcción,
el vínculo de una nueva comunión, que une a los seres humanos entre sí
poniéndolos en relación con Dios.
Junto a Cristo como piedra viviente están también todos los cristianos como
comunidad mesiánica de piedras vivientes, regenerados por la resurrección de
Cristo. Ellos forman una casa espiritual y tienen la misión de ofrecer sus propias
vidas como sacrificio espiritual en el ejercicio de su función sacerdotal (Éx 19,5-6).
Pero el rechazo del Cristo viviente repercute indiscutiblemente en la identidad
cristiana y eclesial. La piedra viviente que ha sido rechazada por los hombres
sugiere también el rechazo del evangelio, como palabra viviente de Dios (1 Pe
1,23.25; 4,17; 3,1) y, el desprecio de los cristianos , como piedras vivientes,
rechazo que se hace patente en los textos sobre el sufrimiento como consecuencia
de la hostilidad ambiental imperante. El realismo de estas consideraciones ha de
servir en el tiempo presente como fundamento de la esperanza cristiana y como
correctivo de todo tipo de triunfalismo eclesial, pues los cristianos nos
consideramos miembros vivos de una comunidad creyente, elegidos y edificados
por Dios como casa espiritual fundada sobre Jesucristo, piedra viviente, pero
conscientes de que ésta, el Cristo viviente, sigue siendo piedra rechazada por parte
de los hombres.
El final de este texto recoge una serie de atributos que muestran la concepción de
Iglesia por parte del autor de la Carta. Todos ellos son alusiones al AT: «Un linaje
elegido (Is 43,20) , un ámbito del Reino, un organismo sacerdotal, una gente
santa (Éx 19,6) , un pueblo adquirido por Dios (Éx 19,5; Is 43,21) para anunciar
las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa» (Is 43,21) . De
este modo, el autor recapitula, con expresiones corporativas de las tradiciones
bíblicas, aspectos esenciales de la comunidad cristiana. La traducción alternativa,
ofrecida aquí como interpretacin exegética, a la formulacin tradicional “sacerdocio
real” pretende reflejar el carácter sustantivo de los dos términos originales griegos
(basileion ierateuma) y su valor autónomo como conceptos corporativos de la
Iglesia, superando así la dependencia entre adjetivo y sustantivo plasmada en la
traducción latina de la Vulgata (regale sacerdotium) respecto al texto petrino. En el
Concilio Vaticano II la iglesia católica ha recuperado la centralidad del carácter
sacerdotal de los laicos en la concepción del Pueblo de Dios, promoviendo, como
derecho y como deber, la participación plena, consciente y activa de todos los fieles
en la liturgia (SC 14) y mostrando su identidad de pueblo mesiánico y sacerdotal
(LG 9), pues tanto el sacerdocio común de los fieles como el sacerdocio ministerial
participan a su manera del único sacerdocio de Cristo (LG 10, 34).
Entre otras tareas propias de los cristianos es apremiante en el ámbito social la
toma de conciencia y de postura ante el ocultamiento de la verdadera y dramática
realidad de la inmensa mayoría de la población mundial que sufre las consecuencias
de la pobreza y de la miseria, es urgente dar a conocer el alcance pernicioso de los
nacionalismos de cualquier signo, del racismo, de la xenofobia y de todo tipo de
fanatismos, como ideologías conducentes a callejones sin salida en el mundo actual.
Los creyentes hemos de comprometernos en el descubrimiento de la verdad para
que podamos entrar en el dinamismo de la vida y de la libertad que Jesús nos
comunica. A esto nos apela de manera singular la Carta Pastoral de los obispos en
Bolivia, pues su análisis de la situación del país en los ámbitos sociales, políticos,
económicos y culturales es un verdadero sismógrafo de lo que está sucediendo. El
compromiso con la verdad que siempre nos hace libres les ha llevado a
pronunciarse proféticamente para promover entre los creyentes una presencia de
esperanza y compromiso, que al mismo tiempo abra caminos de vida para nuestro
pueblo. Profundicemos su mensaje en las comunidades a fin de conseguirlo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura