Sexto Domingo de Pascua - Ciclo A
R.P. Garrigou Lagrange
¿Continúa el Salvador orando en el cielo por nosotros?
San Pablo escribe: Cristo Jesús... el que resucitó, el que está a la
diestra de Dios, es quien intercede por nosotros. ¿Quién nos separará
del amor de Cristo? , ¿de Aquel que tiene por nosotros y que suscita
en nosotros un amor recíproco?
El gran Apóstol dice también: Jesús, por cuanto permanece para
siempre, tiene un sacerdocio perpetuo. Y es, por tanto, perfecto su
poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para
interceder por ellos.
El mismo Jesús nos aseguró, antes de dejarnos, que oraría por
nosotros, cuando dijo: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos;
yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros
para siempre .
Ciertos teólogos han dicho que Jesús, en el cielo, propiamente
hablando, ya no reza por nosotros, sino que sólo muestra a su Padre
su humanidad y sus llagas gloriosas, signos de sus méritos pasados.
Según otros muchos teólogos, seguidores de San Agustín y de Santo
Tomás, este modo de ver atenúa sin motivo las inspiradas palabras
que acabamos de referir. Cuando San Pablo dice que Cristo Jesús... el
que resucitó... es quien intercede por nosotros, no hay ninguna razón
para decir que esto no es una oración propiamente dicha. Si Nuestro
Señor continúa pidiendo que se apliquen sus méritos pasados a tales
y cuales almas, no hay en ello ninguna imperfección para Él; por el
contrario, es una nueva expresión de su amor por nosotros.
Es cierto que la Virgen y los santos en el cielo ruegan por nosotros; al
recitar las letanías les pedimos que intercedan en nuestro favor. Y a
este propósito Santo Tomás señala: Como la oración por los demás
proviene de la caridad, cuanto más perfecta es la caridad de los
santos que están en la patria, más oran por nosotros, para ayudarnos
en nuestro viaje; y cuanto más unidos están a Dios más eficaz es su
oración... Por esto se dice de Cristo: el que resucitó... es quien
intercede por nosotros .
San Ambrosio dice también: Semper causas nostras agit apud Patrem,
cuius postulatio contemni non potest : siempre defiende nuestra causa
delante de su Padre y su ruego no puede ser despreciado.
Y San Agustín: Et modo orat pro nobis; ut Sacerdos noster, orat pro
nobis; ut caput nostrum, orat pro nobis; ut Deus noster, oratur pro
nobis: aún ahora ruega por nosotros; como nuestro Sacerdote, ruega
por nosotros; como nuestra cabeza, ruega por nosotros; como
nuestro Dios, nosotros le rezamos.
San Gregorio el Grande se expresa del mismo modo: quotidie orat
Christus pro Ecclesia . Permanece siempre siendo nuestro abogado y
nuestro mediador.
Sin duda, en el cielo, Jesús ya no reza como lo hizo en el huerto de
los Olivos, prosternado y anonadado por la tristeza; el holocausto
perfecto fue ofrecido. Pero continúa pidiendo que sus frutos nos sean
aplicados en el momento oportuno, sobre todo a la hora de la muerte.
Si en las letanías no decimos : Christe, ora pro nobis , sino : Christe,
miserere nobis ; Christe, exaudi nos ; es para recordar que Jesús no es
solamente hombre, sino que es Dios, y al dirigirnos a su divina
persona, es al mismo Dios a quien nos dirigimos, rogándole que nos
escuche.
Además, es absolutamente cierto que siempre vive en el Corazón de
Cristo glorioso la oración de adoración y de acción de gracias, es como
el alma del santo sacrificio de la Misa. Aún más, la oración de
adoración y de acción de gracias durará eternamente, incluso cuando
se haya dicho la última Misa. Es esto lo que se dice todos los días en
el Prefacio: Vere dignum et justum est... Nos tibi semper et ubique
gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus, per
Christum Dominum nostrum: Verdaderamente es digno y justo...
darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Padre santo, Dios
todopoderoso y eterno, por Cristo Nuestro Señor. A quien alaban los
ángeles... que no cesan de aclamarte.
Este culto de adoración y de acción de gracias durará toda la
eternidad, aun cuando la oración de petición habrá cesado con la
última Misa en el fin del mundo.
¡Qué consuelo pensar que Cristo, siempre vivo, no cesa de interceder
por nosotros, que esta oración y esta oblación es como el alma del
santo sacrificio de la Misa, y que a ella podemos siempre unir la
nuestra! A menudo, a nuestra oración le falta la humildad, la
confianza, la perseverancia que le serían necesarias; apoyémosla en
la de Cristo; pidámosle que nos inspire orar como conviene, según las
intenciones divinas, que haga brotar la oración de nuestros corazones
y la presente a su Padre, para que seamos uno con Él por toda la
eternidad. Pidámosle, así, para nosotros y para los moribundos, la
gracia de las gracias: la de una buena muerte o de la perseverancia
final, que es el preludio de la vida del cielo.
(Tomado de 'El Salvador y su amor por nosotros', Ed. Rialp, madrid.
Págs. 347-351)