Sexto Domingo de Pascua - Ciclo A
San Juan Crisóstomo
Homilía LXIXIV
Dícele Felipe: Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta . Le dice
Jesús: Felipe: hace tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me has
conocido? El que me ha visto a Mi también ha visto al Padre (Juan
XIV, 8-9).
Decía el profeta a los judíos: Tú tenias rostro de mujer descarada,
puesto que tratas con todos en forma imprudente. Por lo visto, tal
cosa puede con todo derecho decirse no sólo de aquella ciudad, sino
de todos cuantos imprudentemente se oponen a la verdad. Como
Felipe dijera: Muéstranos al Padre, Cristo le responde: Felipe: ¿tanto
tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido? Y a pesar
de todo, los hay: que tras de semejantes expresiones todavía separan
las substancias de! Padre y del Hijo; y eso que no podrás encontrar
vecindad más aceptada. No faltaron herejes que por ellas fueron a dar
al error de Sabelio.
Por nuestra parte, dejando a un lado a unos y a otros, como opuestos
impíamente a la verdad, examinamos el exacto sentido de las
palabras. Felipe: hace tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me
conoces? Tero qué es esto acaso eres tú el Padre por el cual yo
pregunto? Responde Cristo: ¡No! Por eso no dijo: No lo has conocido;
sino: :No me has conocido, queriendo declarar tan sólo que no es el
Hijo otra cosa sino lo que es el Padre, pero permaneciendo Hijo. ¿Por
qué se atrevió Felipe a semejante pregunta? Había dicho Cristo: Si me
conocéis a Mí, también habéis; conocido al Padre. Y lo mismo había
dicho varias veces a los judíos. Ahora bien, pues así los judíos como
Pedro con frecuencia habían preguntado a Jesús quién era el Padre, y
lo mismo había hecho Tomas, pero ninguno había recibido una
respuesta clara, sino que aún ignoraban quién era, Felipe, para no
parecer molesto, ni molestara Jesús tratándolo a la manera de los
judíos, en cuanto dijo: Muéstranos al Padre, añadió enseguida: Y eso
nos basta. Ya no preguntamos más.
Cristo había dicho: Si me conocéis a Mi también habéis conocido a mi
Padre, de modo que El por Sí mismo manifestaba al Padre. Pero Felipe
invirtió el orden diciendo: muéstranos al Padre, como si ya conociera
a Cristo exactamente. Cristo no accedió, sino que lo volvió al camino,
persuadiéndolo a conocer al Padre por el mismo Jesús. Felipe quería
verlo con los ojos corporales, tal vez porque sabia que los profetas
habían visto a Dios. Pero, oh Felipe, advierte que eso se ha dicho
hablando al modo humano y craso. Por eso decía Cristo: a Dios nadie
lo vio jamás; y también: Todo el que oye el mensaje des Padre,
vosotros jamás habéis oído mi voz, ni jamás habéis visto mi rostro. Y
en el Anticuo Testamento Nadie puede ver ml rostro y seguir viviendo.
Qué le responde Cristo: Felipe: tanto tiempo hace que estoy con
vosotros y no me has conocido? No le dice: Y no me has visto, sino:
No me has conocido. Pero, Señor: ¿ es acaso a Ti a quien quiero
conocer? Yo quiero ahora conocer a tu Padre ¿ y Tu me dices: no me
has conocido? ¡No hay lógica en esto! U sin embargo la hay y muy
exacta. Puesto que el Hijo es una misma cosa con el Padre, aunque
permaneciendo Hijo, lógicamente Jesús manifiesta en Sí al Padre.
Pero enseguida, distinguiendo las Personas, dice: El que me ha visto a
Mi también has visto al Padre, para que nadie diga que una misma
Persona es Padre y es Hijo. Si el Hijo fuera al mismo tiempo Padre, no
diría: Quien a Mi me ve también a El lo ve.
Más ¿ por qué no le dijo: Pides un imposible para quien es puro
hombre? ¡Eso sólo a Mí me es posible! Como Felipe había dicho: Eso
nos basta, como si ya lo viera, Cristo le declara que ni a El mismo lo
ha conocido; pues si hubiera podido conocer a Cristo habría conocido
al Padre ya. De otro modo: Ni a Mi ni al Padre puede alguno
conocernos. Felipe buscaba el conocimiento mediante la vista; y como
pensaba. que ya conocía a Cristo, quería ver del mismo modo al
Padre. Cristo le declara que ni a El mismo lo conoce.
Si alguien en estas palabras quiere entender por conocimiento la
visión, no lo contradiré. Pues dice Cristo: El que me conoce, conoce
también al Padre. Pero no es eco lo que quiere significar Cristo, sino
demostrar su consubstancialidad con el Padre. Como si dijera: El que
conozca la sustancia mía, conoce por lo mismo al Padre. Instarás:
pero ¿qué solución es ésa? También el que ve las creaturas conoce a
Dios. Sin embargo, todos ven las creaturas y las conocen, pero a Dios
no. Investiguemos qué es lo que Felipe anhela ver. ¿Es acaso la
sabiduría del Padre o su bondad? ¡De ninguna manera! Sino qué cosa
es Dios en su misma sustancia. A esto responde Cristo: El que me ve
a Mi. Quien ve las creaturas no ve la sustancia de Dios. Cristo dice: El
que me ve ha visto al Padre. Si El fuera de otra sustancia no lo habría
aseverado.
Para usar de un lenguaje más craso, nadie que no conozca el oro
puede ver en la plata la sustancia del oro, puesto que es imposible
conocer una naturaleza en otra distinta. De modo que con razón
Cristo increpó a Felipe y le dijo: Tanto tiempo he estado con vosotros.
Como si le dijera: Tantas enseñanzas has recibido, tantos milagros
has visto realizados por mi autoridad propia, cosas todas privativas de
la divinidad y que solamente el Padre hace, como la remisión de los
pecados, la revelación de lo íntimo y secreto, las resurrecciones, la
creación de los miembros hecha mediante un poco de lodo ¿y no me
has conocido? Como estaba Cristo vestido de nuestra carne, dice: No
me ayas conocido. ¿Has visto al Padre? No busques más. En Mí lo has
visto. Si me has visto ya no investigues más con vana curiosidad: en
Mi mismo lo has visto. ¿No crees que yo estoy con el Padre. Es decir:
¿que yo me presento en su misma sustancia? Las cosas que Yo os
manifiesto no son invención mía. ¿Adviertes la suma vecindad y cómo
son una misma y única sustancia? El Padre que mora en mi El mismo
realiza las obras. Mira cómo pasa a las obras habiendo comenzado por
las palabras. Lógicamente debió decir: El es quien pronuncia las
palabras; pero es que toca aquí dos cosas: la doctrina y los milagros;
o también quiere decir que las palabras mismas ya son obras.
Mas ¿cómo hace el Padre esas obras? Porque en otro lugar dice
Cristo: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. ¿Por qué aquí
dice que es el Padre quien las hace? Es para indicar con esto que no
hay intermedio entre el Padre y el Hijo. Es decir: No procede el Padre
de un modo y Yo de otro; puesto que en otra parte asegura: Mi Padre
en todo momento trabaja y Yo también trabajo. En ese pasaje indica
no haber ninguna diferencia, y aquí declara de nuevo lo mismo.
No te extrañes de que las palabras a primera vista parezcan algo
rudas. Pues las dijo después de haber dicho a Felipe: ¿No crees?
dando a entender que en tal forma atemperaba sus expresiones que
arrastraran a Felipe a la fe. Conocía los corazones de sus discípulos.
¿Creéis que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mi? Convenía que
vosotros, en oyendo Padre e Hijo, no preguntarais más, para confesar
enseguida ser ambos una sola y la misma sustancia. Pero si eso no os
basta para demostrar la igualdad de honor y la consubstancialidad,
aprendedlo recurriendo a las obras. Aquello de: quien me ha visto
también ha visto a mi Padre, si se hubiera referido a las obras, no
habría añadido ahora: A lo menos por las obras creedme.
Luego, declarando que puede no únicamente éstas, obras, sino otras
mucho mayores que éstas, lo hace mediante una hipérbole. Porque no
dice: Puedo hacer obras mayores que éstas, sino lo que es mucho
más admirable: Puedo comunicar a otros E1 poder de hacer obras
superiores a éstas: En verdad, en verdad os digo: El que cree en Mi
hará también las obras que Yo hago; y aun mayores que éstas,
porque Yo voy al Padre. Quiere decir: En vuestras manos estará en
adelante hacer milagro, por que yo ya me voy.
Una vez que hubo conseguido con su discurso lo que intensa, dice: Y
todo cuando pidiereis en mi nombre lo haré, para que sea glorificado
el Padre en el Hijo. ¿Adviertes cómo de nuevo El es el que obra? Pues
dice: Lo haré. Y no dijo: Rogaré a mi Padre, sino: Para que sea
glorificado el Padre en Mi. En otra parte decía: Dios lo glorificará en Si
mismo. En cambio aquí dice: El glorificará al Padre. Porque así,
cuando se vea que el Hijo puede grandes obras, el Engendrador será
glorificado.
¿Qué Significa: En mi nombre? Lo que luego los apóstoles decían: En
nombre de Jesucristo, levántate y camina. Pues todos los milagros
que ellos obraban era El quien los hacía; y la mano del Señor estaba
con ellos. Porque dice: Lo haré. ¿Adviertes cl poder absoluto? Los
milagros que mediante otros se verifican, El los hace; ¿y no podrá
hacer los que El mismo obra si no es dándole poder el Padre? ¿Quién
podría afirma tal cosa? Mas, ¿por qué añade esto? Para confirmar sus
palabras y manifestar que las anteriores las dijo atemperándose.
Lo que sigue: voy al Padre, significa: No perezco, en mi propia
dignidad permanezco; estoy en los Cielos. Todo esto lo decía para
consolarlos. Como era verosímil que sintieran en su animo alguna
tristeza, pues no tenían aún una noción justa de la resurrección, con
variadas palabras les promete que ellos comunicarán a otros esas
mismas cosas y continuamente cuida de ellos y les declara que El
permanecerá siempre; y no sólo que permanecerá, sino que incluso
demostrará un poder aún mayor.
En consecuencia, vayamos en pos de El y tomemos nuestra cruz. Pues
aun cuando ahora no amenaza ninguna persecución: pero es tiempo
de otro género de muerte. Porque dice Pablo: Mortificad vuestros
miembros, que son vuestra porción terrena. Apaguemos la
concupiscencia, reprimamos la ira, quitemos la envidia. Este es un
sacrificio en víctima viva; sacrificio que no acaba en ceniza, ni se
expande como el humo, ni necesita leña ni fuego ni espada. Porque
tiene en sí el fuego y la espada, que es el Espíritu Santo. Usa de este
cuchillo y circuncida todo lo inútil, todo lo extraño de tu corazón. Abre
tus oídos que estaban cerrados. Porque las enfermedades espirituales
y las perversas pasiones suelen cerrar las puertas de los oídos.
El ansia de riquezas no permite oír las palabras de la limosna. La
envidia, si se echa encima, aparta las enseñanzas acerca de la
caridad; y cualquier otra enfermedad de ésas torna al alma perezosa
para todo. Quitemos, pues, esas malas pasiones. Basta con querello y
todas se apagan. No nos fijemos, os ruego, en que el anhelo de
riquezas es una tiranía. La tiranía verdadera la constituye nuestra
apatía y pereza. Muchos hay que aseveran no saber qué cosa es la
plata, puesto que semejante codicia no es innata y connatural. Las
inclinaciones naturales se nos infunden desde el principio. En cambio,
durante mucho tiempo se ignoró lo que fueran el oro y la plata.
Entonces ¿de dónde vino semejante codicia? De la vanagloria y de la
extrema indolencia. Porque de las pasiones, hay unas que son
necesarias, otras connaturales, otras que no son ni lo uno ni lo otro.
Por ejemplo: las que si no se satisfacen perece la vida, son necesarias
y connaturales, como la del alimento la bebida y el sueño. En cambio,
el amor sensual de los cuerpos se dice connatural, pero no es
necesario, puesto que muchos lo han superado ž no han perecido. Por
lo que mira a la codicia del dinero, ni es connatural ni necesaria, sino
adventicia y superflua.
Si queremos no nos dominará. Hablando Cristo acerca de la
virginidad, dice: El que pueda entender que entienda. Pero acerca de
las riquezas no se expresa lo mismo, sino que dice: El que no
renunciare a todo lo que posee no es digno de mí. Cristo exhorta a lo
que es fácil; pero en lo que supera las fuerzas de muchos lo deja a
nuestro arbitrio. Entonces ¿por qué nos privamos de toda defensa? El
esclavo de pasiones vehementes no sufrirá tan graves castigos; pero
el que se hace esclavo de pasiones más débiles, queda sin posible
defensa.
¿Qué responderemos al Juez cuando nos diga: Me viste hambriento y
no me diste de comer? ¿Qué excusa tendremos? ¡Objetaremos
nuestra pobreza' Pero no somos más pobres que la viuda aquella que
venció en generosidad a todos con los dos óbolos que dio de limosna.
Dios no exige en los dones la magnitud, sino el fervor de la voluntad;
lo cual forma parte de su providencia. Admiremos su bondad y
ofrezcamos, en consecuencia, lo que nos sea posible. Así, tras de
alcanzar grande clemencia de parte de Dios, así en esta vida como en
la futura, podemos disfrutar de los bienes prometidos, por gracia y
benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los
siglos de los siglos. Amén.