Sexto Domingo de Pascua - Ciclo A
Romano Guardini
La esencia del cristianismo
(…)
La doctrina de Jesús es doctrina del Padre. Pero no como en un
profeta que recibe y da a conocer la revelación, sino en el sentido de
que su punto de partida se halla en el Padre, pero, a la vez, también
en Jesús. Y en Jesús de una manera que sólo a Él le es propia y que
determina su más profunda esencia: por el hecho de ser el Hijo del
Padre. Jesús puede enseñar la verdad, porque "está en el Padre y el
Padre está en Él" . Esta relación no significa simplemente presencia
amorosa de Dios en el hombre a Él rendido, sino una forma de
existencia única, exclusiva y sólo dada aquí, que fundamenta la
divinidad de Jesús: "Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con
Dios, y el Verbo era Dios. Estaba al principio con Dios" (Jn. 1, 1-2).
Partiendo de aquí habla Cristo.
Sin embargo, Cristo no habla sólo con palabras, sino con todo su
ser. Todo lo que Él es, es revelación del Padre. Sólo ahora alcanza el
concepto cristiano de la revelación toda su entera plenitud. El
racionalismo, que ha influido profundamente el pensamiento cristiano,
sitúa la esencia de la revelación en el pensamiento que se revela y en
la palabra que lo expresa. La palabra que la boca habla no es,
empero, más que una parte de una palabra más amplia, de aquella
palabra que consiste en la plenitud del ser. Cristo es la palabra,
incluso cuando "no abre su boca y habla". Toda su esencia es palabra,
sus gestos, sus ademanes y actitud, su acción y su obra, los motivos
de su comportamiento y la conexión de su destino. Nos las habernos
aquí con un concepto óntico de la palabra que se halla en la base de
aquel "ser Verbo" en que consiste la esencia del Hijo: Jesús es
"logos", aun cuando nada diga en concreto.
Esto nos lleva al importante concepto de la Epifanía en el Nuevo
Testamento. La Epifanía significa la revelación y publicidad de la
verdad y realidad divinas, hasta entonces ocultas. En los discursos
polémicos se dice: "Jesús, gritando, dijo: El que cree en mí, no cree en
mí, sino en el que me ha enviado, y el que me ve, ve al que me ha
enviado. Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que cree
en mí no permanezca en tinieblas" (Jn. 12, 44-46). Lo mismo dice San
Juan con esa fuerza para penetrar hasta lo esencial, que es su más
constante característica: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad" (Jn. 1, 14). Un eco de estas palabras
vuelve a hallarse también en el comienzo de la primera Epístola : "Lo
que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos
tocante al Verbo de vida, porque la vida se ha manifestado y nosotros
hemos visto y testificamos y os anunciamos la vida eterna, que estaba
en el Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo
anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con
nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo
Jesucristo" (1 Ep. Jn. 1, 1-3). La recóndita plenitud de sentido que es
el Padre mismo con su amor, se da accesible a todos en Cristo; es
decir, "en verdad" entre los hombres.
Es, por tanto, consecuente que San Pablo hable de Dios como
de "Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Col. 1, 3). Dios no es
Padre en sí y por sí, sino en relación con Cristo, y sólo desde Cristo
puede ser comprendido. De igual manera, tampoco el Espíritu Santo
es espíritu en sí, aliento religioso que manara libremente, sino en
relación con Jesús. Es el espíritu que Jesús "envía". "El Abogado que
Yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede
del Padre... dará testimonio de mí" (Jn. 15, 26). El contenido de su
misión es Cristo. "Pero cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, os
guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino
que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. Él me
glorificará, porque tomará de lo mío, y os lo dará a conocer" (Jn. 16,
13-14). La divinidad del Nuevo Testamento se halla, pues, referida a
Cristo, y sólo desde Él puede llegarse a ella. El Dios en que cree el
cristiano es "el Dios Jesucristo".
Teniendo esto presente se pone de manifiesto la tremenda decisión
ante la que Cristo pone al mundo : "Podéis conocer el espíritu de Dios
por esto: todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en
carne, es de Dios; pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no
es de Dios, es del Anticristo, de quien habéis oído que está para
llegar, y que al presente se halla ya en el mundo... Quien confiese que
Jesús es Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios... Todo el
que cree que Jesús es el Cristo, ése es nacido de Dios, y todo el que
ama al que le engendró, ama al engendrado en Él... ¿Y quién es el
que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?...
El que cree en el Hijo de Dios, tiene este testimonio en sí mismo. El
que no cree en Dios le hace embustero, porque no cree en el
testimonio que Dios ha dado de su Hijo" (Ef. 4, 2-3, 15; 5, 1, 5, 10).
Desde esta perspectiva, y sólo desde ella, se pone de manifiesto la
significación del mensaje redentor del Nuevo Testamento.
( Romano Guardini , Das wesen des christentums (La esencia del
cristianismo), ensayo publicado en 1929 en la revista "Die
Schildgenossen")