“Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni
teman”
Jn 14, 27-31a
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA PAZ PROCEDE DE UNA MIRADA DE FE SOBRE LA REALIDAD DE UN DIOS
PRESENTE
El Señor ha derramado la paz en tu corazón: él está presente dentro de ti, con el Padre y el
Espíritu Santo. Eso no puede más que darte un sentido de seguridad y de fuerza: si Dios
está contigo, ¿quién estará en contra de ti?
Sin embargo, a menudo estás inquieto y atemorizado: el mundo se presenta amenazante,
los pasiones no dan tregua, todo parece desarrolarse «como si Dios no existiera», y Dios
calla dentro de ti, juega a esconderse, no responde. Entonces tu corazón se espanta, te
asalta la duda y tu paz queda asediada, cuando no se volatiliza. Ahora es cuando debes
recordar que Dios está presente en la luz oscura de la fe, que has de ejercitar la fe en estos
momentos para oír aquello que no oyes, para ver aquello que no ves, para aferrarte a un
agarradero que has de buscar en la niebla. Es, en efecto, la fe lo que está en la base de la
paz, que, de hecho, procede de la comunión con Dios. Fe en el Dios ya presente, pero no
poseído aún en plenitud; fe que se madura en el tiempo de la ausencia del Esposo; fe que
se perfecciona en la búsqueda del Esposo; fe que se purifica a través de los
acontecimientos más duros y atroces.
La paz procede de una mirada de fe sobre la realidad de un Dios presente, aunque buscado
con todo el ardor de un corazón herido por el sentimiento de su ausencia. La paz viene
cuando se comprende y se acepta el misterio de la ausencia de Dios también en su
presencia, en su silencio, en el sufrimiento y el misterio de la cruz como momento más
elevado del amor de Dios y del testimonio de tu amor por él.
ORACION
¡Cómo busco la paz, Señor, y cuántas veces la busco! Sin embargo, debo admitir que no
siempre la busco donde se encuentra. A veces la busco como el mundo: busco un poco de
paz para vivir en paz, para no incomodarme demasiado, para no dejarme turbar en exceso.
También yo busco, en suma, la paz como la busca el mundo: lejos de la cruz, huyendo de
quien me turba, evitando a los que me hacen perder la paciencia, esquivando las molestias
y cerrando los ojos antes los sufrimientos de los otros. ¿Cómo voy a poder vivir en paz si no
me defiendo un poco de los otros? ¿Y cómo voy a vivir en paz si no me concedo alguna
satisfacción? ¿Cómo se puede vivir en paz estando siempre sometido a presión? Todas
estas son tentaciones frecuentes, lo sabes, Señor. Tentaciones que desvían mi mirada de ti,
fuente de mi paz; tentaciones que me hacen olvidar tus palabras constructoras de una paz
sólida y tenaz.
¡Vence, Señor, estas tentaciones mías! Haz oír tu voz a mi corazón turbado y enséñame tus
caminos, que conducen a tu paz, a mi paz. No permitas que me olvide de ti por un poco de
bienestar o por buscar una tranquilidad que, con frecuencia, es huir de tu presencia en mí y
en mis hermanos.