Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Dios escondido
León Tolstoi explica con un cuento, que si bien no podemos ver a Dios directamente, sí
podemos conocer cómo actúa: Había una vez un rey severo que quería ver a Dios. Los
sabios del palacio no fueron capaces de satisfacer su deseo, pero un pastor se
aventuró y dijo al monarca que él podía mostrarle al menos cómo actuaba. −De
acuerdo− asintió el rey. −Para hacerlo, debemos intercambiarnos nuestros vestidos.
Con cierto recelo, pero impulsado por la curiosidad el rey accedió y entregó sus
vestiduras reales al pastor y él se vistió con la ropa sencilla de ese pobre hombre. En
ese momento recibió la respuesta: −Esto es lo que hace Dios con nosotros. Pasa
desapercibido porque le gusta manifestar su grandeza en las realidades más simples y
sencillas.
En efecto, Dios se esconde en el firmamento, y su firma son las estrellas; Dios se
esconde en una pareja de enamorados y su firma es el primer beso; Dios se esconde en
el cuerpo humano, y su firma es la admirable capacidad que tenemos para ver, oír y
gustar de los colores, la música y los sabores. Dios se esconde en el arte y su firma es la
belleza; Dios se esconde en la naturaleza y su firma es el canto de los pajarillos, del
arrollo y del silbido del viento entre las hojas de los árboles. Dios se esconde en la
Eucaristía y su firma es la paz que produce en el alma. ¿Acaso no han copiado este
lenguaje los grandes pintores, como el Greco, cuando esconde su firma en algún
detalle del lienzo?
Dios juega con nosotros a las escondidas. Le gusta que le busquemos y le hallemos en
nuestra propia historia, en aquello que para algunos es sinónimo de coincidencia,
fortuna o energía positiva. Ahora no lo podemos ver directamente como muchos
quisieran, pero lo veremos cara a cara en el cielo (I Cor.13, 12). Es sabido que los niños
dicen siempre la verdad, pues bien, ¿existe alguno que sea ateo? Los niños son
creyentes porque no tienen prejuicios, porque todo les habla de Dios y no se les puede
tachar de ignorantes. En “ El Principito ”, Saint-Exupery, muestra cómo el mundo de los
adultos pierde de vista lo que la mirada limpia y sencilla de los niños es capaz de
percibir.
Este domingo, Jesús promete a sus apóstoles no dejarlos solos cuando llegue el
momento de partir de este mundo a la casa del Padre. Les enviará al Espíritu Santo, el
Consolador, el Paráclito, “el espíritu de la verdad que el mundo no lo puede recibir
porque no lo ve ni lo conoce”. Ese Dios escondido cuya voz resuena sin descanso en
nuestra conciencia como prueba de su presencia viva y operante.
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