XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Sabiduría: 11, 23.12,2; 2 Tesalonicenses 1, 11.2-2; Lucas19,1-10
EVANGELIO
En aquel tiempo entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado
Zaqueo, jefe de los publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la
gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a
una higuera para verlo porque tenía que atravesar por allí. Jesús, al llegar a aquel
sitio, levantó los ojos y dijo: -Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que
alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver eso, todos murmuraban
diciendo:- Ha entrado a comer en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -Mira, la mitad de mis bienes, Señor,
se la doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces
más.
Jesús le contestó: -Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de
Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba
perdido.
HOMILÍA
JESÚS EN CASA
Un joven invitó a Jesús y le pidió que se quedara unos días con él.
Cuando llegó le ofreció su mejor habitación y le dijo que podía disponer de todo lo
que había en ella.
Llegada la noche el joven se acostó. A eso de la medianoche oyó unos fuertes
golpes en la puerta de entrada. Bajó y se encontró con tres diablillos que querían
entrar. Luchó contra ellos y logró cerrar la puerta.
No puede ser pensó. Jesús durmiendo en mi habitación y yo luchando solito con los
diablillos.
La noche siguiente más de lo mismo, pero esta vez tuvo que enfrentarse a una
docena.
A la maana siguiente el joven dijo a Jesús: “Te he dado mi mejor habitacin y no
me has ayudado en mi lucha contra los demonios. ¿Cómo has podido dejarme solo?
¿Acaso no los has oído?
Jesús le dijo: “Tú sabes que te quiero y que me preocupo de ti. Pero cuando me
invitaste sólo me ofreciste una habitación. Soy el señor de una habitación, pero no
soy el seor de la casa”.
El joven le dijo: “Perdname, Seor. De hoy en adelante toda la casa es tuya”.
Aquella noche los demonios volvieron a la carga. El joven vio a Jesús que bajaba a
la puerta y cuando la abrió allí estaba Satanás.
Al ver a Jesús le dijo: “lo siento, creo que me he equivocado de direccin” y se
largó.
Mis feligreses me decían: usted tiene una habitación en mi corazón y no tiene que
pagar renta. Sonaba bien, pero yo no me fiaba de ninguno.
Jesús no es un huésped fácil. No se contenta con un rinconcito en el ático de la
vida de sus seguidores. Quiere tener cada día más sitio, más tiempo, sentirse
Señor, no un huésped o un intruso.
El evangelio de este domingo nos presenta a un hombre que tiene nombre, Zaqueo,
que tiene una profesión, publicano o cobrador de impuestos, que es rico, que es
bajito, pocos grados de religiosidad, que es pecador y que era considerado por los
demás como un gran pecador.
Zaqueo, perdido entre la multitud, quiere ver a Jesús que pasa por su pueblo,
Jericó.
Como era rico podía haber contratado un balcón en la calle Mayor de Jericó, pero
tuvo una idea más imaginativa y más juvenil, subirse a un árbol.
“Jesús, al llegar a aquel sitio, levant los ojos y dijo: Zaqueo, baja enseguida,
porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
La búsqueda ha terminado, la curiosidad ha sido satisfecha, Jesús se hospeda en su
casa y termina diciendo: la salvación ha entrado en esta casa.
Encontrar a Jesús no es encontrar una celebridad o un ídolo, recibir un autógrafo y
hacerse una foto.
Encontrarse con Jesús es ver con sus ojos nuestra realidad y prometer cambiar.
Junto a Jesús Zaqueo se vio tal como era. Su cotidianidad, con todos sus pequeños
y grandes errores, se le hizo presente. E hizo su confesión. Se desprende de lo que
lo ata y separa de Dios y de los hermanos: el dinero mal adquirido y estafado que
devolverá con creces.
Uno no puede encontrarse con Jesús y no cambiar.
Nosotros estamos aquí, en la iglesia. Hemos superado muchos obstáculos para
llegar hasta aquí.
NO venga a ver al padrecito, puede ser un obstáculo para ver a Jesús.
NO venga a cumplir con la Iglesia, su higuera estéril, su institución pecadora, puede
ser un obstáculo para su fe, venga a ver a Jesús.
NO venga a cumplir un mandamiento, sólo hay un mandamiento amar a Jesús.
NO venga porque, hoy, no tiene ningún compromiso social o deportivo, venga
porque Jesús es su gran compromiso.
NO venga pensando que usted es el autor del cambio, el cambio de vida y de
corazón es obra del Señor.
NO venga pensando que va a escuchar su nombre entre tantos hermanos. Si está a
lo que está, Jesús le llamará y se hospedará en su casa.
Para Jesús usted no es un número o un nombre en una lista. Usted y yo somos
únicos y nos ve subidos en nuestro árbol y nos manda bajar para hacernos más
altos, mejores, nuevos.
“Cuántas veces el ángel me decía:
Alma asómate ahora a la ventana
Y cuántas, hermosura soberana,
Mañana le abriremos respondía,
Para lo mismo responder mañana.
Lope de Vega