XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
2 Samuel 5, 1-3;Colosenses 1, 12-20; Lucas 23, 35-43
EVANGELIO
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: -A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si ere tú
el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE
LOS JUDÍOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías?
Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro le increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo
suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en
cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino.
Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.
HOMILÍA
EL MENDIGO QUE QUERÍA VER AL REY
Un mendigo vivía cerca del palacio del Rey. Este iba a dar un gran banquete a todos
los que se presentaran con ropas regias.
El mendigo miró sus harapos y suspiró desanimado. Pero el deseo de asistir era tan
grande que puso audacia en su corazón y le llevó hasta las puertas del palacio y le
dijo al centinela: “Vengo a ver al Rey”.
Cuando, después de muchas horas de espera, fue introducido ante el Rey éste le
dijo: “¿Querías verme? ¿Qué puedo hacer por ti?”
“Majestad, sólo tengo un deseo, asistir a su banquete, pero no tengo las ropas
regias exigidas”.
El rey le dijo: “Has sido muy sabio al acudir a mi”. Y llamó a su hijo, el príncipe, y le
dijo:”Viste a este hombre con algunas de tus ropas regias”.
Mientras el mendigo, sorprendido y guapísimo, se miraba en el espejo el príncipe le
dijo: “Ahora ya puedes asistir al banquete del Rey, pero recuerda que ya no
necesitarás otras ropas. Estas duran para siempre.
El mendigo cayó de rodillas y le dio las gracias al Rey.
Cuando se marchaba miró al montón de sus ropas viejas y sucias y pensó: ¿Y si el
príncipe se equivoca? ¿Y si vuelvo a necesitarlas? Y las recogió.
El banquete fue fantástico, algo que sólo un rey puede ofrecer, pero el mendigo no
lo disfrutó del todo porque apegado a sus viejas ropas las llevaba siempre consigo.
La gente le llamaba el mendigo de las ropas viejas.
A punto de morir, el Rey le visitó y se entristeció al ver las ropas viejas junto a la
cama.
El mendigo recordó las palabras del príncipe y cayó en la cuenta de que su apego a
su viejo hatillo le había impedido vivir una vida verdaderamente regia.
Lloró y el Rey lloró con él.
La palabra rey nos desconcierta. En nuestras sociedades los reyes son noticia por
su esplendor, su lujo, su aislamiento y por las bodas reales, cuentos de hadas para
consumo de los demás mortales.
Los verdaderos reyes, los que todos conocen, son el King Elvis, rey del pop, Messi,
el rey del balón y esas celebridades que seducen a jóvenes y a mayores, que son
noticia todos los días y que tienen más seguidores que los reyes encerrados en sus
castillos. Los reyes de la cultura light, del deporte y de la música encandilan a la
gente y la entretienen en sus ratos de ocio.
En uno de esos grandes paneles de propaganda, a la entrada de una ciudad,
colocaron un día una gran figura de Jesús con una botella de cerveza en la mano. A
su izquierda en grandes letras se leía: Jesús Rey de los Judíos y a su derecha:
Jesús Rey de la Cerveza.
Hoy, celebramos el último domingo de nuestro calendario litúrgico.
Hemos llegado a la última página del leccionario y del evangeliario.
Muchas lecturas proclamadas, muchos sermones escuchados a lo largo del año y
muchos son los títulos que hemos dado a Jesús.
¿Se acuerdan de algo que les haya, como dicen ahora, impactado?
¿Nada? No importa.
Tampoco se acuerdan de lo que comieron ayer, pero seguro que estaba bueno y
bien sazonado y les alimentó.
Hoy, al cerrar el libro, a la letanía de títulos que le hemos dado a Jesús añadimos
uno más. Jesucristo es Rey y para el creyente el único Rey.
EL I.N.R.I., Jesús Nazareno Rey de los Judíos, escrito en latín, griego y hebreo,
suena a burla y provocación. Fue la única verdad, que sin saberlo, mandó escribir
Pilatos.
Título demasiado pomposo para un hombre sencillo que sólo habla de Dios y de su
reino. Un reino abierto a todos.
Título blasfemo para un pueblo que aún sueña con un Rey poderoso como David.
El pueblo, como los extras en las películas, se limita a mirar la representación y a
cuchichear; las autoridades que lo saben todo y manejan los hilos, se burlan de la
supuesta autoridad del profeta; los soldados, como los de ayer y los de hoy, abusan
de su poder, se mofan y torturan a su prisionero.
Y para mayor INRI, El Rey de Reyes y el Señor de Señores, muere en una cruz
junto a dos malhechores.
Sólo desde la muerte de Dios, sólo desde la debilidad, sólo desde el amor sin
límites, Cristo es constituido Señor y Salvador.
Rey sí, pero de un reino cósmico, sin fronteras, sin súbditos, sin armas, sin más
leyes que la del amor y sin más señas de identidad que la fe.
Jesús, que se encontró con muchos hombres y mujeres en el camino de su vida, en
la cruz hace el último encuentro.
Se encuentra con el ladrón que se burla de él y con el ladrón que sabiendo que no
puede librarse de la merecida cruz, la acepta como lugar de redención.
“Hoy, estarás conmigo en el paraíso”.
Hoy, Dios es presente, y en este hoy de nuestra vida a nosotros que nos hemos
encontrado aquí con él nos ofrece también la salvación.
La Iglesia y los cristianos, en estos tiempos de crisis religiosa, ridiculizados por los
mirones y las autoridades, debemos renunciar al boato y al poder sin renunciar a
predicar el evangelio de Jesús. Pasaron los tiempos del narcisismo y triunfalismo
eclesial.
Es tiempo de confesar los pecados y desde la debilidad y la persecución poner en el
centro a Cristo, único centro, único Señor y Salvador.