El Cordero de Dios
San Juan designa a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (cf Jn 1,29). Alude así al sacrificio redentor de Cristo. Jesús es el
verdadero “Siervo de Yahvé” (cf Is 49,3-6), que viene al mundo para hacer
la voluntad del Padre. El servicio y el sacrificio - dos palabras poco gratas a
los oídos contemporáneos - están incluidos en el simbolismo del Cordero.
¿Qué significa “servicio”? En la Biblia, el “servicio” puede ser algo bueno o
algo malo. Puede tratarse de la sumisión del hombre a Dios o bien de la
sujeción del hombre por el hombre; es decir, de una forma de esclavitud.
Se trata de acepciones antagónicas de un mismo término.
En el mundo pagano el esclavo, el servidor, no era considerado ni siquiera
como una persona; era visto como una propiedad, una cosa, algo
semejante a un animal. En la Ley de Israel, no obstante, el esclavo no deja
de ser hombre y hasta puede llegar a ser alguien de confianza e incluso
heredero (cf Gn 24,2).
Servir a Dios no es ser esclavo. Es todo lo contrario: se trata de un título de
nobleza. Pero este servicio se ha de concretar en el culto y en la conducta,
en el sacrificio ritual y en la obediencia.
Muchas veces, pretendiendo ser completamente autónomos, plenamente
independientes de Dios, nos convertimos en esclavos: De los demás, de la
moda, de los intereses dominantes o incluso de nuestras pasiones.
Jesús ha venido a servir, a cumplir la voluntad del Padre. La negativa de los
hombres a servir a Dios es reparada por la obediencia de Cristo. Servir es
dar la vida, entregándola hasta las últimas consecuencias. No somos
“menos” hombres por ser “más” de Dios. Es justamente al revés: Cuanto
más seamos de Dios, más somos. En la medida en que seamos sus
servidores, seremos libres.
Dios no esclaviza, sino que solicita nuestra libertad. Jesús es el hombre libre
por antonomasia, aunque esa libertad, esa independencia de los intereses
creados y de la servidumbre de este mundo, le costase, literalmente, la
sangre.
Jesús muere en la cruz como un esclavo, pero su muerte es la muerte del
más libre de los hombres; es la muerte del Hombre que sólo sirve a Dios,
que nada antepone a Dios, ni siquiera el propio egoísmo.
Por su obediencia, Jesús se dio a sí mismo en expiación, reparando por
nuestras faltas y satisfaciendo al Padre por nuestros pecados (cf Catecismo
615). Él es el Redentor, aquel que nos libera de la esclavitud del pecado.
Para nosotros, los cristianos, “servir a Cristo es reinar” ( LG 36). Por su
servicio y su sacrificio, el Señor se convierte para todos nosotros en la “Luz
de las naciones” (cf Is 49, 3-6). Seguirle significa hacer propia su actitud
básica de obediencia, de entrega a la voluntad del Padre, tal como expresa
el Sal 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Guillermo Juan Morado.