PRIMERA ESTACIÓN CUARESMAL Y PROCESIÓN PENITENCIAL
DESDE LA IGLESIA DE SAN ANSELMO
A LA BASÍLICA DE SANTA SABINA EN EL AVENTINO
SANTA MISA, BENDICIÓN E IMPOSICIÓN DE LA CENIZA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica de Santa Sabina
Miércoles de Ceniza, 25 de febrero de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, miércoles de Ceniza, puerta litúrgica que introduce en la Cuaresma, los textos
establecidos para la celebración trazan, de forma sumaria, toda la fisonomía del
tiempo cuaresmal. La Iglesia se preocupa de mostrarnos cuál debe ser la
orientación de nuestro espíritu, y nos proporciona los subsidios divinos para
recorrer con decisión y valentía, iluminados ya por el esplendor
del Misterio pascual, el singular itinerario espiritual que estamos comenzando.
"Convertíos a mí de todo corazón". El llamamiento a la conversión aflora como tema
dominante en todos los componentes de la liturgia de hoy. Ya en la antífona de
entrada se dice que el Señor olvida y perdona los pecados de quienes se
convierten; y en la oración colecta se invita al pueblo cristiano a orar par que cada
uno emprenda "un camino de verdadera conversión".
En la primera lectura, el profeta Joel exhorta a volver al Padre "de todo corazón:
con ayuno, con llanto, con luto (...), porque es compasivo y misericordioso, lento a
la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas" ( Jl 2, 12-13). La
promesa de Dios es clara: si el pueblo escucha la invitación a convertirse, Dios
mostrará su misericordia y colmará a sus amigos de innumerables favores. Con el
salmo responsorial la asamblea litúrgica hace suyas las invocaciones del Salmo 50,
pidiendo al Señor que cree en nosotros "un corazón puro", que nos renueve por
dentro "con espíritu firme".
Luego, en el pasaje evangélico, Jesús, poniéndonos en guardia contra la carcoma
de la vanidad que lleva a la ostentación y a la hipocresía, a la superficialidad y a la
auto-complacencia, reafirma la necesidad de alimentar la rectitud del corazón. Al
mismo tiempo, muestra el medio para crecer en esta pureza de intención: cultivar
la intimidad con el Padre celestial.
En este Año jubilar, para conmemorar el bimilenario del nacimiento de san Pablo,
resultan especialmente significativas las palabras de la segunda carta a los
Corintios : "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Co 5,
20). Esta invitación del Apóstol resuena como un estímulo más a tomar en serio la
exhortación cuaresmal a la conversión. San Pablo experimentó de modo
extraordinario el poder de la gracia de Dios, la gracia del Misterio pascual, de la que
vive la Cuaresma misma. Se nos presenta como "embajador" del Señor. Así pues,
¿quién mejor que él puede ayudarnos a recorrer de modo fructuoso este itinerario
interior de conversión?
En la primera carta a Timoteo escribe: "Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los
pecadores; y el primero de ellos soy yo"; y añade: "Por eso se compadeció de mí:
para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su paciencia, y pudiera ser modelo
de todos los que habían de creer en él para obtener la vida eterna" ( 1 Tm 1, 15-
16). Por tanto, el Apóstol es consciente de haber sido elegido como ejemplo, y esta
ejemplaridad se refiere precisamente a la conversión, a la transformación de su
vida que se produjo gracias al amor misericordioso de Dios. "Yo antes era un
blasfemo, un perseguidor y un violento —reconoce—, pero Dios tuvo compasión de
mí (...). Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí" ( 1 Tm 1, 13-14).
Toda su predicación y, antes aún, toda su existencia misionera estuvieron
sostenidas por un impulso interior que se podría explicar como la experiencia
fundamental de la "gracia". "Por la gracia de Dios soy lo que soy —escribe a los
Corintios— (...). He trabajado más que todos ellos (los apóstoles). Aunque no he
sido yo, sino la gracia de Dios conmigo" ( 1 Co 15, 10). Se trata de una conciencia
que aflora en todos sus escritos y que fue como una "palanca" interior con la que
Dios pudo actuar para impulsarlo hacia adelante, siempre hacia nuevos confines, no
sólo geográficos, sino también espirituales.
San Pablo reconoce que todo en él es obra de la gracia divina, pero no olvida que
es necesario aceptar libremente el don de la vida nueva recibida en el Bautismo. En
el texto del capítulo 6 de la carta a los Romanos , que se proclamará durante la
Vigilia pascual, escribe: "Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal,
ni seáis súbditos de los deseos del cuerpo. No pongáis vuestros miembros al
servicio del pecado como instrumentos del mal; ofreceos a Dios como hombres que
de la muerte han vuelto a la vida, y poned a su servicio vuestros miembros, como
instrumentos del bien" ( Rm 6, 12-13). En estas palabras se contiene
todo el programa de la Cuaresma según su perspectiva bautismal intrínseca.
Por una parte, se afirma la victoria de Cristo sobre el pecado, obtenida una vez
para siempre con su muerte y su resurrección; por otra, se nos exhorta a no poner
nuestros miembros al servicio del pecado, o sea, por decirlo así, a no conceder
espacio de revancha al pecado. El discípulo de Cristo debe hacer suya la victoria de
Cristo y esto se realiza ante todo con el Bautismo, mediante el cual, unidos a Jesús,
"de la muerte volvemos a la vida". Ahora bien, el bautizado, para que Cristo pueda
reinar plenamente en él, debe seguir fielmente sus enseñanzas; nunca debe bajar
la guardia, para no permitir que el adversario de algún modo recupere terreno.
Pero, ¿cómo realizar la vocación bautismal?, ¿cómo vencer en la lucha entre la
carne y el espíritu, entre el bien y el mal, una lucha que marca nuestra existencia?
En el pasaje evangélico de hoy, el Señor nos indica tres medios útiles: la oración,
la limosna y el ayuno. Al respecto, en la experiencia y en los escritos de san Pablo
encontramos también referencias útiles.
Con respecto a la oración , exhorta a "perseverar" y a "velar en ella, dando gracias"
( Rm 12, 12, Col 4, 2), a "orar sin interrupción" ( 1 Ts 5, 17). Jesús está en el fondo
de nuestro corazón. La relación con Dios está presente, permanece presente
aunque estemos hablando, aunque estemos realizando nuestros deberes
profesionales. Por eso, en la oración, está presente en nuestro corazón la relación
con Dios, que se convierte siempre también en oración explícita.
Por lo que atañe a la limosna , ciertamente son importantes las páginas dedicadas a
la gran colecta en favor de los hermanos pobres (cf. 2 Co 8-9), pero conviene
subrayar que para él la caridad es la cumbre de la vida del creyente, el "vínculo de
la perfección": "Por encima de todo esto —escribe a los Colosenses— revestíos del
amor, que es el vínculo de la perfección" ( Col 3, 14).
Del ayuno no habla expresamente, pero a menudo exhorta a la sobriedad, como
característica de quienes están llamados a vivir en espera vigilante del Señor (cf. 1
Ts 5, 6-8; Tt 2, 12). También es interesante su alusión a la "carrera" espiritual, que
requiere templanza: "Los atletas se privan de todo —escribe a los Corintios—; y
eso por una corona corruptible; nosotros, en cambio, por una incorruptible" ( 1
Co 9, 25). El cristiano debe ser disciplinado para encontrar el camino y llegar
realmente al Señor.
Así pues, esta es la vocación de los cristianos: resucitados con Cristo, han pasado
por la muerte, y su vida ya está escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3, 1-2). Para
vivir esta "nueva" existencia en Dios es indispensable alimentarse de la Palabra de
Dios. Para estar realmente unidos a Dios, debemos vivir en su presencia, estar en
diálogo con él. Jesús lo dice claramente cuando responde a la primera de las tres
tentaciones en el desierto, citando el Deuteronomio: "No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" ( Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3).
San Pablo recomienda: "La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su
riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría; cantad agradecidos a Dios en
vuestro corazón con salmos, himnos y cánticos inspirados" ( Col 3, 16). También en
esto el Apóstol es, ante todo, testigo: sus cartas son la prueba elocuente de que
vivía en diálogo permanente con la Palabra de Dios: pensamiento, acción, oración,
teología, predicación, exhortación, todo en él era fruto de la Palabra, recibida desde
su juventud en la fe judía, plenamente revelada a sus ojos por el encuentro con
Cristo muerto y resucitado, predicada el resto de su vida durante su "carrera"
misionera".
A él le fue revelado que Dios pronunció en Jesucristo su Palabra definitiva, él
mismo, Palabra de salvación que coincide con el misterio pascual, el don de sí en la
cruz que luego se transforma en resurrección, porque el amor es más fuerte que la
muerte. Así san Pablo pudo concluir: "En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si
nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un
crucificado y yo un crucificado para el mundo!" ( Ga 6, 14). En san Pablo la Palabra
se hizo vida, y su único motivo de gloria era Cristo crucificado y resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, mientras nos disponemos a recibir la ceniza en
nuestra cabeza como signo de conversión y penitencia, abramos nuestro corazón a
la acción vivificadora de la Palabra de Dios. La Cuaresma, que se caracteriza por
una escucha más frecuente de esta Palabra, por una oración más intensa, por un
estilo de vida austero y penitencial, ha de ser estímulo a la conversión y al amor
sincero a los hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados. Que nos
acompañe el apóstol san Pablo y nos guíe María, atenta Virgen de la escucha y
humilde esclava del Señor. Así renovados en el espíritu, podremos llegar a celebrar
con alegría la Pascua. Amén.
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