BENEDICTO XVI
"REGINA CAELI"
Domingo de la Misericordia Divina, 15 de abril de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Os renuevo a todos mis mejores deseos de una feliz Pascua, en el domingo que
concluye la octava y se denomina tradicionalmente domingo in Albis, como dije
ya en la homilía. Por voluntad de mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan
Pablo II, que murió precisamente después de las primeras Vísperas de esta
festividad, este domingo está dedicado también a la Misericordia Divina. En esta
solemnidad tan singular he celebrado, en esta plaza, la santa misa acompañado
por cardenales, obispos y sacerdotes, por fieles de Roma y por numerosos
peregrinos, que han querido reunirse en torno al Papa en la víspera de sus 80
años. A todos les renuevo, desde lo más profundo de mi corazón, mi gratitud más
sincera, que extiendo a toda la Iglesia, la cual me rodea con su afecto, como una
verdadera familia, especialmente durante estos días.
Este domingo —como decía— concluye la semana o, más precisamente, la
"octava" de Pascua, que la liturgia considera como un único día: "Este es el día
en que actuó el Señor" ( Sal 117, 24). No es un tiempo cronológico, sino
espiritual, que Dios abrió en el entramado de los días cuando resucitó a Cristo de
entre los muertos. El Espíritu Creador, al infundir la vida nueva y eterna en el
cuerpo sepultado de Jesús de Nazaret, llevó a la perfección la obra de la creación,
dando origen a una "primicia": primicia de una humanidad nueva que es, al
mismo tiempo, primicia de un nuevo mundo y de una nueva era.
Esta renovación del mundo se puede resumir en una frase: la que Jesús
resucitado pronunció como saludo y sobre todo como anuncio de su victoria a los
discípulos: "Paz a vosotros" ( Lc 24, 36; Jn 20, 19. 21. 26). La paz es el don que
Cristo ha dejado a sus amigos (cf. Jn 14, 27) como bendición destinada a todos
los hombres y a todos los pueblos. No la paz según la mentalidad del "mundo",
como equilibrio de fuerzas, sino una realidad nueva, fruto del amor de Dios, de su
misericordia. Es la paz que Jesucristo adquirió al precio de su sangre y que
comunica a los que confían en él. "Jesús, confío en ti": en estas palabras se
resume la fe del cristiano, que es fe en la omnipotencia del amor misericordioso
de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, a la vez que os agradezco nuevamente vuestra
cercanía espiritual con ocasión de mi cumpleaños y del aniversario de mi elección
como Sucesor de Pedro, os encomiendo a todos a María, Madre de misericordia ,
Madre de Jesús, que es la encarnación de la Misericordia divina. Con su ayuda,
dejémonos renovar por el Espíritu, para cooperar en la obra de paz que Dios está
realizando en el mundo y que no hace ruido, sino que actúa en los innumerables
gestos de caridad de todos sus hijos.
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana