SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Parroquia de Santo Tomás de Villanueva, Castel Gandolfo
Miércoles 15 de agosto de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
En su gran obra "La ciudad de Dios", san Agustín dice una vez que toda la historia
humana, la historia del mundo, es una lucha entre dos amores: el amor a Dios
hasta la pérdida de sí mismo, hasta la entrega de sí mismo, y el amor a sí mismo
hasta el desprecio de Dios, hasta el odio a los demás. Esta misma interpretación de
la historia como lucha entre dos amores, entre el amor y el egoísmo, aparece
también en la lectura tomada del Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí
estos dos amores se presentan en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragón
rojo fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante del poder sin
gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, de la violencia.
Cuando san Juan escribió el Apocalipsis, para él este dragón personificaba el poder
de los emperadores romanos anticristianos, desde Nerón hasta Domiciano. Este
poder parecía ilimitado; el poder militar, político y propagandístico del Imperio
romano era tan grande que ante él la fe, la Iglesia, parecía una mujer inerme, sin
posibilidad de sobrevivir, y mucho menos de vencer. ¿Quién podía oponerse a este
poder omnipresente, que aparentemente era capaz de hacer todo? Y, sin embargo,
sabemos que al final venció la mujer inerme; no venció el egoísmo ni el odio, sino
el amor de Dios, y el Imperio romano se abrió a la fe cristiana.
Las palabras de la sagrada Escritura trascienden siempre el momento histórico. Así,
este dragón no sólo indica el poder anticristiano de los perseguidores de la Iglesia
de aquel tiempo, sino también las dictaduras materialistas anticristianas de todos
los tiempos. Vemos de nuevo que este poder, esta fuerza del dragón rojo, se
personifica en las grandes dictaduras del siglo pasado: la dictadura del nazismo y la
dictadura de Stalin tenían todo el poder, penetraban en todos los lugares, hasta los
últimos rincones. Parecía imposible que, a largo plazo, la fe pudiera sobrevivir ante
ese dragón tan fuerte, que quería devorar al Dios hecho niño y a la mujer, a la
Iglesia. Pero en realidad, también en este caso, al final el amor fue más fuerte que
el odio.
También hoy el dragón existe con formas nuevas, diversas. Existe en la forma de
ideologías materialistas, que nos dicen: es absurdo pensar en Dios; es absurdo
cumplir los mandamientos de Dios; es algo del pasado. Lo único que importa es
vivir la vida para sí mismo, tomar en este breve momento de la vida todo lo que
nos es posible tomar. Sólo importa el consumo, el egoísmo, la diversión. Esta es la
vida. Así debemos vivir. Y, de nuevo, parece absurdo, parece imposible oponerse a
esta mentalidad dominante, con toda su fuerza mediática, propagandística. Parece
imposible aún hoy pensar en un Dios que ha creado al hombre, que se ha hecho
niño y que sería el verdadero dominador del mundo.
También ahora este dragón parece invencible, pero también ahora sigue siendo
verdad que Dios es más fuerte que el dragón, que triunfa el amor y no el egoísmo.
Habiendo considerado así las diversas representaciones históricas del dragón,
veamos ahora la otra imagen: la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies,
coronada por doce estrellas. También esta imagen presenta varios aspectos. Sin
duda, un primer significado es que se trata de la Virgen María vestida totalmente de
sol, es decir, de Dios; es María, que vive totalmente en Dios, rodeada y penetrada
por la luz de Dios. Está coronada por doce estrellas, es decir, por las doce tribus de
Israel, por todo el pueblo de Dios, por toda la comunión de los santos, y tiene bajo
sus pies la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad. María superó la muerte;
está totalmente vestida de vida, elevada en cuerpo y alma a la gloria de Dios; así,
en la gloria, habiendo superado la muerte, nos dice: "¡Ánimo, al final vence el
amor! En mi vida dije: "¡He aquí la esclava del Señor!". En mi vida me entregué a
Dios y al prójimo. Y esta vida de servicio llega ahora a la vida verdadera. Tened
confianza; tened también vosotros la valentía de vivir así contra todas las
amenazas del dragón".
Este es el primer significado de la mujer, es decir, María. La "mujer vestida de sol"
es el gran signo de la victoria del amor, de la victoria del bien, de la victoria de
Dios. Un gran signo de consolación. Pero esta mujer que sufre, que debe huir, que
da a luz con gritos de dolor, también es la Iglesia, la Iglesia peregrina de todos los
tiempos. En todas las generaciones debe dar a luz de nuevo a Cristo, darlo al
mundo con gran dolor, con gran sufrimiento. Perseguida en todos los tiempos, vive
casi en el desierto perseguida por el dragón. Pero en todos los tiempos la Iglesia, el
pueblo de Dios, también vive de la luz de Dios y —como dice el Evangelio— se
alimenta de Dios, se alimenta con el pan de la sagrada Eucaristía. Así, la Iglesia,
sufriendo, en todas las tribulaciones, en todas las situaciones de las diversas
épocas, en las diferentes partes del mundo, vence. Es la presencia, la garantía del
amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.
Ciertamente, vemos cómo también hoy el dragón quiere devorar al Dios que se hizo
niño. No temáis por este Dios aparentemente débil. La lucha es algo ya superado.
También hoy este Dios débil es fuerte: es la verdadera fuerza. Así, la fiesta de la
Asunción de María es una invitación a tener confianza en Dios y también una
invitación a imitar a María en lo que ella misma dijo: "¡He aquí la esclava del
Señor!, me pongo a disposición del Señor". Esta es la lección: seguir su camino;
dar nuestra vida y no tomar la vida. Precisamente así estamos en el camino del
amor, que consiste en perderse, pero en realidad este perderse es el único camino
para encontrarse verdaderamente, para encontrar la verdadera vida.
Contemplemos a María elevada al cielo. Renovemos nuestra fe y celebremos la
fiesta de la alegría: Dios vence. La fe, aparentemente débil, es la verdadera fuerza
del mundo. El amor es más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: "Bendita tú
eres entre todas las mujeres". Te invocamos con toda la Iglesia: Santa María, ruega
por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
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