BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 21 de febrero de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el rito penitencial de la Ceniza, comenzamos la Cuaresma,
tiempo de renovación espiritual que prepara para la celebración anual de la Pascua.
Pero, ¿qué significa entrar en el itinerario cuaresmal? Nos lo explica el Evangelio de
este primer domingo, con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. El
evangelista san Lucas narra que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan,
"lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo
fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo" ( Lc 4, 1-2). Es
evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron contratiempo, sino la
consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión que le encomendó el Padre
de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente en él. Cristo
vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar
nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con declaraciones altisonantes,
sino luchando en primera persona contra el Tentador, hasta la cruz. Este ejemplo
vale para todos: el mundo se mejora comenzando por nosotros mismos,
cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra propia vida.
De las tres tentaciones que Satanás plantea a Jesús, la primera tiene su origen en
el hambre, es decir, en la necesidad material: "Si eres Hijo de Dios, dile a esta
piedra que se convierta en pan". Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: "No
sólo de pan vive el hombre" ( Lc 4, 3-4; cf. Dt 8, 3). Después, el diablo muestra a
Jesús todos los reinos de la tierra y dice: todo será tuyo si, postrándote, me adoras.
Es el engaño del poder, que Jesús desenmascara y rechaza: "Al Señor, tu Dios
adorarás, y a él solo darás culto" (cf. Lc 4, 5-8; Dt 6, 13). No adorar al poder, sino
sólo a Dios, a la verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a Jesús que
realice un milagro espectacular: que se arroje desde los altos muros del Templo y
deje que lo salven los ángeles, para que todos crean en él. Pero Jesús responde que
no hay que tentar a Dios (cf. Dt 6, 16). No podemos "hacer experimentos" con la
respuesta y la manifestación de Dios: debemos creer en él. No debemos hacer de
Dios "materia" de "nuestro experimento".
Citando nuevamente la Sagrada Escritura, Jesús antepone a los criterios humanos
el único criterio auténtico: la obediencia, la conformidad con la voluntad de Dios,
que es el fundamento de nuestro ser. También esta es una enseñanza fundamental
para nosotros: si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra
en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de
engaños del Tentador. Además, de toda la narración surge claramente la imagen de
Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios humilde y obediente al Padre, a diferencia de
Adán y Eva, que en el jardín del Edén cedieron a las seducciones del espíritu del
mal para ser inmortales, sin Dios.
La Cuaresma es como un largo "retiro" durante el que debemos volver a entrar en
nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno
y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de
"combate" espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni
presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la
escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos llegar a
celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro
Bautismo.
Que la Virgen María nos ayude para que, guiados por el Espíritu Santo, vivamos con
alegría y con fruto este tiempo de gracia. Que interceda en particular por mí y por
mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos los ejercicios
espirituales.
El año litúrgico es un gran camino de fe, que la Iglesia realiza siempre precedida
por la Virgen Madre María. En los domingos del tiempo ordinario, este itinerario
está marcado este año por la lectura del Evangelio de san Lucas, que hoy nos
acompaña "en un paraje llano" ( Lc 6, 17), donde Jesús se detiene con los Doce y
donde se reúne una multitud de otros discípulos y de gente llegada de todas partes
para escucharlo. En ese marco se sitúa el anuncio de las "bienaventuranzas" ( Lc 6,
20-26; cf. Mt 5, 1-12). Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, dice:
"Dichosos los pobres... Dichosos los que ahora tenéis hambre... Dichosos los que
lloráis... Dichosos vosotros cuando los hombres... proscriban vuestro nombre" por
mi causa. ¿Por qué los proclama dichosos? Porque la justicia de Dios hará que sean
saciados, que se alegren, que sean resarcidos de toda acusación falsa, en una
palabra, porque ya desde ahora los acoge en su reino. Las bienaventuranzas se
basan en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha sido
humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido (cf. Lc 14, 11). De
hecho, el evangelista san Lucas, después de los cuatro "dichosos vosotros", añade
cuatro amonestaciones: "Ay de vosotros, los ricos... Ay de vosotros, los que ahora
estáis saciados... Ay de vosotros, los que ahora reís" y "Ay si todo el mundo habla
bien de vosotros", porque, como afirma Jesús, la situación se invertirá, los últimos
serán primeros y los primeros últimos" (cf. Lc 13, 30).
Esta justicia y esta bienaventuranza se realizan en el "reino de los cielos" o "reino
de Dios", que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, pero que ya está
presente en la historia. Donde los pobres son consolados y admitidos al banquete
de la vida, allí se manifiesta la justicia de Dios. Esta es la tarea que los discípulos
del Señor están llamados a realizar también en la sociedad actual. Pienso en la
realidad del albergue de la Cáritas romana en la estación Termini, que visité esta
mañana: de corazón animo a quienes colaboran en esta benemérita institución y a
cuantos, en todas partes del mundo, se comprometen gratuitamente en obras
similares de justicia y de amor.
Al tema de la justicia he dedicado este año el Mensaje de la Cuaresma, que
comenzará el próximo miércoles, llamado de Ceniza. Por tanto, hoy deseo
entregarlo idealmente a todos, invitando a leerlo y a meditarlo. El Evangelio de
Cristo responde positivamente a la sed de justicia del hombre, pero de modo
inesperado y sorprendente. Jesús no propone una revolución de tipo social y
político, sino la del amor, que ya ha realizado con su cruz y su resurrección. En
ellas se fundan las bienaventuranzas, que proponen el nuevo horizonte de justicia,
inaugurado por la Pascua, gracias al cual podemos ser justos y construir un mundo
mejor.
Queridos amigos, dirijámonos ahora a la Virgen María. Todas las generaciones la
proclaman "dichosa", porque creyó en la buena noticia que el Señor le anunció
(cf. Lc 1, 45.48). Dejémonos guiar por ella en el camino de la Cuaresma, para ser
liberados del espejismo de la autosuficiencia, reconocer que tenemos necesidad de
Dios, de su misericordia, y entrar así en su reino de justicia, de amor y de paz.
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