BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 28 de febrero de 2010
Ayer concluyeron aquí, en el palacio apostólico, los ejercicios espirituales que, como
de costumbre, tienen lugar al inicio de la Cuaresma en el Vaticano. Con mis
colaboradores de la Curia romana hemos pasado días de recogimiento y de intensa
oración, reflexionando sobre la vocación sacerdotal, en sintonía con el Año que la
Iglesia está celebrando. Doy las gracias a todos los que han estado espiritualmente
cerca de nosotros.
En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia está dominada por el episodio de la
Transfiguración, que en Evangelio de san Lucas sigue inmediatamente a la invitación
del Maestro: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día y sígame" ( Lc 9, 23). Este acontecimiento extraordinario nos alienta a seguir
a Jesús.
San Lucas no habla de Transfiguración, pero describe todo lo que pasó a través de dos
elementos: el rostro de Jesús que cambia y su vestido se vuelve blanco y
resplandeciente, en presencia de Moisés y Elías, símbolo de la Ley y los Profetas. A
los tres discípulos que asisten a la escena les dominaba el sueño: es la actitud de
quien, aun siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la lucha
contra el sopor que los asalta permite a Pedro, Santiago y Juan "ver" la gloria de
Jesús. Entonces el ritmo se acelera: mientras Moisés y Elías se separan del Maestro,
Pedro habla y, mientras está hablando, una nube lo cubre a él y a los otros discípulos
con su sombra; es una nube, que, mientras cubre, revela la gloria de Dios, como
sucedió para el pueblo que peregrinaba en el desierto. Los ojos ya no pueden ver, pero
los oídos pueden oír la voz que sale de la nube: "Este es mi Hijo, el elegido;
escuchadlo" (v. 35).
Los discípulos ya no están frente a un rostro transfigurado, ni ante un vestido blanco,
ni ante una nube que revela la presencia divina. Ante sus ojos está "Jesús solo" (v.
36). Jesús está solo ante su Padre, mientras reza, pero, al mismo tiempo, "Jesús solo"
es todo lo que se les da a los discípulos y a la Iglesia de todos los tiempos: es lo que
debe bastar en el camino. Él es la única voz que se debe escuchar, el único a quien es
preciso seguir, él que subiendo hacia Jerusalén dará la vida y un día "transfigurará este
miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" ( Flp 3, 21).
"Maestro, qué bien se está aquí" ( Lc 9, 33): es la expresión de éxtasis de Pedro, que a
menudo se parece a nuestro deseo respecto de los consuelos del Señor. Pero la
Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la vida no son
puntos de llegada, sino luces que él nos da en la peregrinación terrena, para que "Jesús
solo" sea nuestra ley y su Palabra sea el criterio que guíe nuestra existencia.
En este periodo cuaresmal invito a todos a meditar asiduamente el Evangelio.
Además, espero que en este Año sacerdotal los pastores "estén realmente impregnados
de la Palabra de Dios, la conozcan verdaderamente, la amen hasta el punto de que
realmente deje huella en su vida y forme su pensamiento" (cf. Homilía de la misa
Crismal, 9 de abril de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17
de abril de 2009, p. 3). Que la Virgen María nos ayude a vivir intensamente nuestros
momentos de encuentro con el Señor para que podamos seguirlo cada día con alegría.
A ella dirigimos nuestra mirada invocándola con la oración del Ángelus.
© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana