BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Domingo 26 de septiembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo ( Lc 16, 19-31) Jesús narra la parábola del
hombre rico y del pobre Lázaro. El primero vive en el lujo y en el egoísmo, y
cuando muere, acaba en el infierno. El pobre, en cambio, que se alimenta de las
sobras de la mesa del rico, a su muerte es llevado por los ángeles a la morada
eterna de Dios y de los santos. «Bienaventurados los pobres —había proclamado
el Señor a sus discípulos— porque vuestro es el reino de Dios» ( Lc 6, 20). Pero
el mensaje de la parábola va más allá: recuerda que, mientras estamos en este
mundo, debemos escuchar al Señor, que nos habla mediante las sagradas
Escrituras, y vivir según su voluntad; si no, después de la muerte, será
demasiado tarde para enmendarse. Por lo tanto, esta parábola nos dice dos
cosas: la primera es que Dios ama a los pobres y les levanta de su humillación;
la segunda es que nuestro destino eterno está condicionado por nuestra actitud;
nos corresponde a nosotros seguir el camino que Dios nos ha mostrado para
llegar a la vida, y este camino es el amor, no entendido como sentimiento, sino
como servicio a los demás, en la caridad de Cristo.
Por una feliz coincidencia, mañana celebraremos la memoria litúrgica de san
Vicente de Paúl, patrono de las organizaciones caritativas católicas, de quien se
recuerda el 350º aniversario de fallecimiento. En la Francia del 1600,
precisamente, conoció de primera mano el fuerte contraste entre los más ricos y
los más pobres. De hecho, como sacerdote, tuvo ocasión de frecuentar tanto los
ambientes aristocráticos como los campos, igual que las barriadas de París.
Impulsado por el amor de Cristo, Vicente de Paúl supo organizar formas estables
de servicio a las personas marginadas, dando vida a las llamadas «Charitées»,
las «Caridades», o bien grupos de mujeres que ponían su tiempo y sus bienes a
disposición de los más marginados. De estas voluntarias, algunas eligieron
consagrarse totalmente a Dios y a los pobres, y así, junto a santa Luisa de
Marillac, san Vicente fundó las «Hijas de la Caridad», primera congregación
femenina que vivió la consagración «en el mundo», entre la gente, con los
enfermos y los necesitados.
Queridos amigos, ¡sólo el Amor con la «A» mayúscula da la verdadera felicidad!
Lo demuestra también otro testigo, una joven que ayer fue proclamada beata
aquí, en Roma. Hablo de Chiara Badano, una muchacha italiana, nacida en 1971,
a quien una enfermedad llevó a la muerte en poco menos de 19 años, pero que
fue para todos un rayo de luz, como dice su sobrenombre: «Chiara Luce». Su
parroquia, la diócesis de Acqui Terme, y el Movimiento de los Focolares, al que
pertenecía, están hoy de fiesta —y es una fiesta para todos los jóvenes, que
pueden encontrar en ella un ejemplo de coherencia cristiana—.
Sus últimas palabras, de plena adhesión a la voluntad de Dios, fueron: «Mamá,
adiós. Sé feliz porque yo lo soy». Alabemos a Dios, pues su amor es más fuerte
que el mal y que la muerte; y demos gracias a la Virgen María, que guía a los
jóvenes, también a través de las dificultades y los sufrimientos, a enamorarse de
Jesús y a descubrir la belleza de la vida.
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