JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 28 de noviembre
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con este primer domingo de Adviento se abre el nuevo año litúrgico y, más
específicamente, inicia el período de preparación para la Navidad. Toda la
Iglesia, peregrina en el mundo, se pone en camino hacia el Mesías esperado.
Dios es "aquel que viene": vino a nosotros en la persona de Jesucristo; sigue
viniendo en los sacramentos de la Iglesia y en todo ser humano que implora
nuestra ayuda; y vendrá en la gloria al final de los siglos. Por eso, el Adviento se
caracteriza por la espera vigilante y activa, alimentada por el amor y la
esperanza, que se expresa en la alabanza y la súplica y se traduce en obras
concretas de caridad fraterna.
2. El Adviento que comienza hoy es extraordinario: es el Adviento del gran
jubileo , durante el cual celebraremos el bimilenario de la venida del Salvador en
la humildad de nuestra naturaleza humana. "Con la mirada puesta en el misterio
de la encarnación del Hijo de Dios, la Iglesia se prepara para cruzar el umbral
del tercer milenio" ( Incarnationis mysterium , 1). Se trata de una mirada de fe,
exenta de toda tentación milenarista. Ha orientado los pasos del pueblo de Dios
durante estos últimos decenios, en el clima espiritual de un único gran
"adviento", como afirmé ya desde el comienzo de mi pontificado (cf. Redemptor
hominis , 1).
Prepararse para la Navidad significa este año disponerse a entrar por la Puerta
santa, símbolo del paso a la vida nueva y eterna, que Jesucristo vino a abrir ante
todo hombre. Esto acentúa la dimensión penitencial, ya presente en el tiempo de
Adviento, y que recuerda con fuerza la figura de Juan el Bautista, el cual enseña
precisamente que el camino del Señor se prepara con el cambio de mentalidad y
de vida (cf. Mt 3, 1-3).
3. El Adviento es tiempo mariano por excelencia, porque María esperó y acogió
de manera ejemplar al Hijo de Dios hecho hombre. Que la Virgen santísima nos
ayude a abrir las puertas de nuestro corazón a Cristo, Redentor del hombre y de
la historia; nos enseñe a ser humildes, porque en el humilde pone Dios su
mirada; nos haga comprender cada vez más el valor de la oración, del silencio
interior y de la escucha de la palabra de Dios; nos impulse a una íntima y
sincera búsqueda de la voluntad de Dios, incluso cuando altera nuestros
proyectos; y nos anime a esperar al Señor, compartiendo nuestro tiempo y
nuestras energías con los necesitados.
Madre de Dios, Virgen de la espera, haz que el Dios que viene nos encuentre
dispuestos a acoger la abundancia de su misericordia.