2ª semana, jueves: Jesús « no cesa de ofrecerse por nosotros, de
interceder por nosotros». «Vive siempre para interceder en favor»
nuestro, diciendo al Padre: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad».
Hebreos 7,25-28; 8,1-6 (ver domingo 31B): 25 De ahí que pueda
también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está
siempre vivo para interceder en su favor. 26 Así es el Sumo Sacerdote que
nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores,
encumbrado por encima de los cielos, 27 que no tiene necesidad de
ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos
Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo realizó de una vez
para siempre, ofreciéndose a sí mismo. 28 Es que la Ley instituye Sumos
Sacerdotes a hombres frágiles: pero la palabra del juramento, posterior a la
Ley, hace el Hijo perfecto para siempre. 8,1 Este es el punto capital de
cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se
sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, 2 al servicio del
santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre.
3 Porque todo Sumo Sacerdote está instituido para ofrecer dones y
sacrificios: de ahí que necesariamente también él tuviera que ofrecer algo.
4 Pues si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya
quienes ofrezcan dones según la Ley. 5 Estos dan culto en lo que es
sombra y figura de realidades celestiales, según le fue revelado a Moisés al
emprender la construcción de la Tienda. Pues dice: Mira, harás todo
conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte. 6 Mas ahora ha
obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor
Alianza, como fundada en promesas mejores.
Salmo 40,7-10,17: 7 Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has
abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, 8 dije entonces: Heme aquí,
que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro 9 hacer tu voluntad. Oh
Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. 10 He publicado
la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo
sabes, Yahveh. 17 ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan!
Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación.
Evangelio (Mc 3,7-12): En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus
discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea.
También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los
alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía,
acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le
prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a
muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima
para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y
gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que
no le descubrieran.
Comentario: 1. Hebreos 7,25-8,6: Empieza la sección central (8,1-9,28).
La encabeza un exordio solemne (8,1-2) que expresa la vivencia personal-
comunitaria de la fe («tenemos un sumo sacerdote») y resume la teología
sacerdotal de Heb («celebrante del santuario»). Esto introduce las
explicaciones siguientes, a cuya luz puede entenderse el sentido de tales
expresiones. Heb se mueve en un mundo hecho todo él de categorías
cultuales que para nosotros resultan enigmáticas y alejadas; para nosotros,
las categorías cultuales están tan marcadas por el mundo sacrificial del
culto antiguo que corremos el peligro de entender lo que Heb dice de
Jesucristo según comprensión veterotestamentaria, con un simple barniz
cristiano. Es preciso un esfuerzo para entender que Heb utiliza categorías
cultuales tomadas del Antiguo Testamento -sacrificio, sangre, ministro,
acercarse a Dios-, pero las llena de un contenido tan genuinamente
cristiano que da de ellas una visión insospechadamente nueva,
desautorizando la misma realización antigua. El núcleo es que el único
sacerdote es Jesucristo, y que el único sacrificio eficaz fue su muerte en
cruz. La primera parte de la sección está dedicada a criticar el antiguo culto
(8,3-9,10), explicando y fundamentando el juicio emitido antes: fue ineficaz
(7,18-19). En 8,3-5, el autor lo califica de culto terrestre, «esbozo y sombra
del celeste». El culto «celeste», el único auténtico, que ha puesto de
manifiesto el carácter de puro «esbozo» y «sombra» de cualquier otro, no
es una liturgia celeste entendida con exuberancia imaginativa, sino
estrictamente la muerte de Jesús en la cruz. La cruz es el verdadero culto
celeste, infinitamente alejado de todo el que es terrestre. En Heb, el
contraste tierra-cielo no es cósmico o espacial, sino espiritual. La carta
critica también la antigua alianza (8,7-13) utilizando casi exclusivamente
palabras de Jeremías (31,31-34). Tanto la descripción de la antigua como el
anuncio de la nueva se mueven en términos de facticidad. Los antiguos
«quebrantaron [de hecho] mi alianza» (v 9); en la nueva, en cambio,
«escribiré mi ley en su corazón... todos me conocerán, desde el pequeño al
grande» (10-11). Aquélla es el fracaso de los intentos hechos al margen de
Jesucristo («no transformó nada»); ésta es en cambio, la eficacia de
Jesucristo y de su obra: de hecho, los hombres conocen a Dios, lo aman y
siguen su voluntad (G. Mora).
a) Ante la añoranza que algunos cristianos sentían de los valores que
habían abandonado al convertirse a Cristo (el Templo, los sacrificios, el
culto. el sacerdocio), el autor de la carta insiste en mostrar cómo Jesús es
superior a todo el AT, sobre todo a su sacerdocio. Enumera los varios
aspectos en que era deficiente el sacerdocio de antes y perfecto el de
Cristo. Los sacerdotes del Templo eran pecadores, tenían que ofrecer
sacrificios primero por sus propios pecados, porque estaban llenos de
debilidades, lo hacían diariamente y con víctimas que no eran capaces de
salvar. Estos sacerdotes estaban «al servicio de una copia y vislumbre de
las cosas celestes», en un Templo construido por manos humanas. Mientras
que Cristo Jesús, santo, inocente y sin mancha, no necesita ofrecer
sacrificios cada día, porque lo hizo una vez por todas, no tiene que
ofrecerlos por sus propios pecados, y no ofrece sacrificios de animales,
porque se ha ofrecido a sí mismo. Es el sacerdote del Templo construido por
Dios, el santuario del cielo, donde está glorificado a la derecha de Dios,
como Mediador nuestro.
Jesús puede salvar de modo definitivo a los que por El se llegan a
Dios... Fórmula admirable que podemos «gustar» en la meditación. La
humanidad es una inmensa caravana que trata de avanzar hacia Dios, pero
que en el fondo es incapaz de abrirse camino. Al entrar Jesús en el cielo con
su humanidad nos facilita entrar con El. Santa Teresa de Ávila decía:
«Quiero ver a Dios». Todos tenemos el mismo deseo. Pero ¿cómo entrar
donde está Dios? Tenemos más bien experiencia de nuestros pecados, de
nuestras dificultades de amar y de orar. Entonces Jesús nos abre la puerta
de par en par, de «manera definitiva». -Pues está siempre vivo para
interceder por ellos. Otra fórmula, también célebre. Está «siempre vivo», su
resurrección es la garantía de la eternidad de su misión respecto a nosotros.
«Para interceder por nosotros». Jesús no deja de orar, de suplicar a su
Padre por nosotros, por mí, por todos los pecadores. En este momento
¡Cristo intercede ante Dios por mí! ¡Lo está haciendo siempre ! -Porque así
tenía que ser nuestro sumo sacerdote. ¡Oh, sí! ¡Señor! -Santo, inocente, sin
mancha, separado ahora de los pecadores, y encumbrado por encima de los
cielos. Son los atributos de la divinidad. -No necesita ofrecer sacrificios cada
día como lo hacen los sumos sacerdotes... porque esto lo hizo de una vez
para siempre, ofreciéndose El mismo. Partiendo de ese texto, la teología
afirma que no hay más que un solo sacrificio, ofrecido de una vez por
todas: el del Calvario. Cabría decir entonces: ¿por qué tenemos que
celebrar repetidas misas? ¿No es esto volver al Antiguo Testamento? Es
evidente que Cristo, una vez resucitado, no muere otra vez (Romanos 6,9).
La misa tiene un objetivo preciso: el de ser para cada época y para cada
lugar el signo eficaz de ese don de sí mismo que hizo Cristo una vez al
ofrecer su vida. Y como no deja de "interceder por nosotros", es decir, de
mantenerse en estado de ofrenda, la misa es el instante privilegiado en el
que lo encontramos... uniendo a la suya nuestra propia ofrenda, la de la
Iglesia de hoy y la del mundo de hoy. Ayúdanos, Señor, a descubrir mejor
el sentido de la eucaristía. Ya no es, ciertamente, un sacrificio cruento. La
escena exterior del Gólgota sucedió sólo aquel viernes.
Pero todo lo esencial de la escena, que tenía lugar entonces en el
corazón de Cristo es perenne: HOY y para siempre continúa la ofrenda de
amor a Dios su Padre y a los hombres sus hermanos. Con demasiada
frecuencia presto poca atención a esa gran realidad, la «misa sobre el
mundo», como decía el P. Teilhard de Chardin, a esta ofrenda actual, que es
fuente de todo amor si sabemos estar en comunión con ella. -Tenemos un
Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en
los cielos. Es decir, su poder y su eficacia. Tenemos un abogado de nuestra
causa cerca de Dios. ¿Qué podrían nuestros pecados ante tal defensor? Sí:
nuestra naturaleza humana ha sido realmente entronizada en la intimidad
del Padre (Noel Quesson).
vv. 11-28: el sacerdocio perfecto de Cristo se compara al imperfecto
de Aarón, transitorio. El de Leví parecía más perfecto. Una legislación
teocrática caduca cuando lo hace su sacerdocio. El de Aarón, con la
introducción del sacerdocio de Melquisedec se hace anacrónico, como
cualquier sacerdocio no levítico.
13-14: “Nuestro Señor” es de Judá, sin precedentes sacerdotales, la
Ley no pone nexos.
15-17: el sacerdocio de Melquisedec es personal, permanente, no va
de padres a hijos
18-19: el antiguo régimen queda abolido, la ley no lleva a la
perfección, de suyo no confiere santidad interior ni fuerza para hacer el
bien, como ahora los valores que señalan los bienes pero no hacen como las
virtudes que dan facilidad para hacer el bien. Es una esperanza mejor con la
confianza que nace del perdón que nos acerca a Dios, el espíritu de
adopción y seguridad de la gloria. Teleiosis (perfección lo traducimos)
realizada por Cristo, que incluye el perdón, la gracia y la gloria.
20-22: el sacerdocio de Cristo, investido con un juramento divino que
no será retractado. Cristo es fiador de una alianza mejor, 16 veces sale en
11 contextos, de majestad.
2. Sal. 40 (39). Mucho más que holocaustos y sacrificios, al Señor le
agrada la fidelidad a su voluntad. Aquel que viva como discípulo
descuidado, escuchando al Señor pero no poniendo en práctica lo que Él nos
pide, no tiene por qué presentarse ante el Señor para escuchar su Palabra y
después vivir como si no lo conociera. El culto que le tributamos al Señor va
más allá de ofrecerle el Sacrificio Eucarístico; debe llegar a nuestra vida
diaria, de tal forma que se convierta toda ella en una continua ofrenda de
suave aroma en su presencia. Y ser fieles a la voluntad del Señor sobre
nosotros mira a anunciar el Evangelio no sólo con los labios, sino con las
actitudes, con las obras y con la vida misma; sólo entonces podremos decir
que anunciamos al mundo entero la justicia de Dios, pues nuestras buenas
obras hablarán de que hemos sido justificados, y que nuestras obras
manifiestan que realmente ha llegado a nosotros la salvación, como los
primeros beneficiados de la Buena Nueva de salvación que anunciamos a los
demás.
Jesús no ofreció víctimas distintas de sí mismo, sino su propia
persona: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides sacrificio
expiatorio: entonces yo digo, aquí estoy para hacer tu voluntad». Por eso,
«Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a
Dios, porque vive siempre para interceder en su favor». Eso es lo que
representa Jesús para nosotros. También los sacerdotes de hoy, por muy
dignamente que presidan la Eucaristía o perdonen los pecados en el
sacramento de la Reconciliación, son débiles y pecadores. Tienen que rezar
primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Si presiden y
absuelven y bendicen, es en nombre de Cristo Jesús. Pero nos debe llenar
de confianza saber que tenemos un Sacerdote santo, glorificado junto a
Dios, Cristo Jesús. Que vive y está siempre intercediendo por nosotros.
Jesús, un Sacerdote que en cada misa actualiza para nosotros su entrega de
la Cruz y nos hace entrar en su misma dinámica sacrificial, invitándonos a
ofrecer a Dios nuestra vida. Por eso pedimos a Dios que su Espíritu «haga
de nosotros ofrenda permanente», o que «seamos víctima viva para tu
alabanza». Jesús es un Sacerdote que en el sacramento de la Reconciliación
nos comunica su victoria contra el pecado y el mal. Que nos alivia y ayuda
en la enfermedad por medio de la Unción. Que nos bendice en todo
momento de nuestra vida. Que nos une en la Liturgia de las Horas a su
alabanza al Padre y a su súplica por este mundo. ¿Nos dejamos llenar de
confianza por esta convicción? ¿vivimos en unión con este Sacerdote?
3.- Mc 3,7-12. Resume hoy lo realizado por Jesús estos días en
Galilea: ha curado a los enfermos, liberado del maligno a los posesos, y
además predica como ninguno: aparece como el profeta y el liberador del
mal y del dolor. Nada extraño lo que leemos hoy: «Todos los que sufrían de
algo se le echaban encima para tocarlo». A la vez se ve rodeado de rencillas
y controversias por parte de sus enemigos. Jesús, ahora el Señor
Resucitado, sigue estándonos cerca, aunque no le veamos. Nos quiere curar
y liberar y evangelizar a nosotros. Lo hace de muchas maneras y de un
modo particular por medio de los sacramentos de la Iglesia. En la Eucaristía
es él quien sigue hablándonos, comunicándonos su Buena Noticia, siempre
viva y nueva, que ilumina nuestro camino. Tanta gente necesitada que
acude a Cristo. Una gran muchedumbre sigue a Jesús, de hecho ha venido a
llamar a todos, a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde Jesús
es la puerta que da al aprisco, al terreno seguro en el que conseguir la paz
anhelada, la felicidad de hijos de Dios, el paso o bautismo de salvación.
Llucià Pou Sabaté