El domingo, 23 de enero de 2011
III DOMINGO ORDINARIO
(Isaías 8:28-9:3; I Corintios 1:10-13.17; Mateo 4:12-17)
En mi barrio hay varias iglesias. La iglesia católica ocupa una esquina. A través
de la calle queda la iglesia metodista. Y cien metros en el rumbo opuesto está la
iglesia evangélica. Cada una de estas iglesias proclama a Jesucristo como su
fundador. Para cada una la Biblia es el documento de origen. En todas las tres,
los fieles se piensan en sí mismos como cristianos. Sin embargo, la gente de una
iglesia no entra las puertas de las otras. Ni, en cuanto sé yo, se conocen a uno y
otro. Es como si la fe en Cristo sirviera más para separar al pueblo en grupos
que para unirla en un solo cuerpo. En la segunda lectura hoy san Pablo lamenta
una situación parecida en la comunidad cristiana de Corinto.
Como es la tendencia pecaminosa, los participantes de la iglesia en Corinto se
forman en partidos para prevalecer sobre los demás. Proclaman algunos, “Yo soy
de Pablo”; otros, “Yo soy de Apolo”; otros, “Yo soy de Pedro”; y aún otros, “Yo
soy de Cristo.” Hoy el Cristianismo tiene contenciones semejantes. Se puede
poner etiquetas designando comunidades eclesiales actuales a cada grupo que
Pablo distingue en la lectura. Los protestantes proclamando la primicia absoluta
de la palabra de Dios se aproximan a los que dicen, “Soy de Pablo.”
Menosprecian las tradiciones, que han existido por siglos, al favor de la Biblia
para formar el espíritu cristiano. Apolo es un predicador culto cuya elocuencia ha
impresionado a los corintos. Aquellos que dirían, “Soy de Apolo,” actualmente
son las comunidades de fe que han reemplazado las normas morales
establecidas con nuevas ¬¬¬modas culturales. Por ejemplo, la iglesia anglicana
ya permite la bendición de uniones homosexuales. Nosotros católicos somos
como los que aclamarían, “Soy de Pedro”. Aceptamos al papa como el sucesor
de Pedro, el vicario de Cristo, pero muchos laicos han sido renuentes a tomar
apostolados que pongan en práctica la fe. Finalmente, aquellos que se jactarían,
“Soy de Cristo,” son los evangélicos que se llaman a sí mismos “cristianos” como
si nosotros católicos y otros protestantes no lo fuéramos. Su visión del
cristianismo es demasiado estrecha.
Las divisiones entre los cristianos socavan la solidaridad humana. Nos engañan a
pensar en la rivalidad como la voluntad de Dios y, por eso, el camino a la
salvación. Nos permiten a tratar a todos que hablen diferentes idiomas o que
tengan diferentes teces de piel como si tuvieran una pistola en su bolsillo. Para
Pablo las divisiones niegan la realidad de Cristo. Si Cristo vino para reconciliar a
todos humanos en la familia de Dios, entonces los cristianos poniéndose en
contra de uno y otro le muestran como un fracaso. Por eso, Pablo grita a todos,
“Los exhorto…a que estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un
mismo pensar”.
La comunidad en Corinto está dividida pero no está separada. Por lo tanto, Pablo
puede pedir a las varias facciones la recapacitación para aliviar la amenaza. En
el mundo hoy las grietas se han puesto tan anchas que las comunidades de fe
quedan aisladas de uno y otro. Por eso, el camino a la unidad se hace
dificultoso. Para emprender este camino tenemos que reconocer las divisiones
como son, sin tratar de cubrirlas con simplismos como, “Todas iglesias son
iguales, pues todas dan culto al mismo Dios”. Requiere que refrenemos de
recibir la comunión en las iglesias protestantes, que señalaría la unidad
completa. Entonces, cada comunidad tiene que dialogar con las otras para
apreciar mejor sus características sobresalientes. Nosotros católicos querremos
hablar con los bautistas acerca de fomentar una relación personal con Jesús.
Asimismo, dialogaremos con los pentecostales sobre su percepción de la acción
del Espíritu Santo en sus vidas. Y hablaremos con los protestantes tradicionales
sobre su manera de involucrar a los laicos en el ministerio.
El ecumenismo – eso es, mejores relaciones entre las iglesias y comunidades de
fe cristianas – incumbe a todos a rezar junta e individualmente para la
reunificación. Por más que cien años los papas han pedido a los católicos a orar
por la unidad cristiana ahora, la semana entre el 18 y 25 de enero, la fiesta de la
conversión de san Pablo. Al fin de cuentas la unidad no es la obra humana sino
el don de Dios. Finalmente, deberíamos cooperar con personas de otras
comunidades de fe en proyectos caritativos. No existe mejor modo para conocer
al otro que trabajar hombro a hombro con él o ella para un objetivo común.
En los primeros siglos después de Cristo cuando el cristianismo era una religión
minoritaria, los paganos señalaban a los cristianos diciendo, “Miren como se
aman a uno y otro”. Los cristianos rezaban juntos; trabajaban hombro a
hombro; no les importaban las teces de piel. Estas tradiciones forman el camino
que tenemos que emprender de nuevo. Sí, es el camino que tenemos que
emprender.
Padre Carmelo Mele, O.P