TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo A
Is 9,14; Sal 26; 1Cor 1,10-13.17; Mt 4,12-23
Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y dejando
Nazará, vino a residir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón y
Neftalí; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «¡Tierra de Zabulón,
tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El
pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en
paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido». Desde entonces
comenzó Jesús a predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha
llegado.» Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos,
Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues
eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de
hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando
adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan,
que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los
llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron. Recorría
Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva
del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
El tiempo que vivimos en la Iglesia llamado tiempo Ordinario nos hace presente
el sentir de la vida del creyente a través del seguimiento de la vida pública de
Cristo, tal como nos dice el Papa Benedicto XVI: el evangelista san Mateo
presenta el inicio de la misión pública de Cristo. (Que) consiste esencialmente en
el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar
que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. Jesús comienza
a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio de "periferia" con
respecto al centro de la nación judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el
profeta Isaías había anunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón
y Neftalí, conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas
vería una gran luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt
4, 12-16). (Benedicto XVI, Ángelus, 27 de enero de 2008).
Las lecturas de la presente semana nos ofrecen tres momentos, que están
interrelacionados: el Anuncio del Reino, la llamada a la conversión y la elección,
puesta de manifiesto en el dejar las redes. Así cuando el profeta Isaías dice que
el pueblo ve una gran luz, nos está profetizando el anuncio que el mismo Cristo
hace en el evangelio, cuando dice: «...Porque el reino de los cielos está
cerca...». Esto significa que la espera del cumplimiento de las promesas, espera
en la cual vivía el Pueblo de la antigua Alianza, ha llegado a su término. Ahora se
pasa del régimen de la ley al vivir del cumplimiento de las promesas, es decir a
la realización y cumplimiento de la Palabra, que se encarna en Cristo. Por eso el
creyente, como el pueblo de Israel, pasa de la oscuridad a la luz; de la
esclavitud a la liberación-libertad; de la muerte a la vida. Porque Cristo inaugura
en cada uno de nosotros el reino según y como lo acojamos. El anuncio, la
alegría de la profecía llegada a cumplimiento o realización implica acoger esta
Palabra de Vida, permitiendo o disponiéndonos a que Dios cambie nuestra vida y
obre en nuestra historia.
El evangelio también nos pone delante el Anuncio del Reino, el cual se
manifiesta con la llamada a la conversión. Este llamado a la conversión es una
urgente o apremiante invitación para abrir el corazón y acoger al Hijo de Dios y
a su Palabra que nos pone de manifestó la cercanía o proximidad del juicio
divino y del Reino de los Cielos. En tal sentido, es necesario reconocer que hay
una relación muy estrecha entre el anuncio del reino y la invitación a la
conversin. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos seala: Convertirse
significa creer que Jesús 'se ha dado a sí mismo por mí', muriendo en la cruz y
resucitando, vive conmigo y en mi. Confiándome a la potencia de su perdón,
dejándome tomar de la mano, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y
del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y de toda falsa seguridad,
para conocer y vivir la riqueza de su amor (Benedicto XVI, Ángelus, 25 de
enero de 2009).
Por último en el presente evangelio tenemos la actitud de los pescadores
quienes ante la llamada del Maestro dejan todo, sin ningún tipo de duda y lo
siguen. En este sentido podemos mencionar que la actitud de Jesús nos desvela
lo que trae consigo este Reino de los Cielos que Él mismo anuncia. Así los
miembros de este Nuevo Pueblo serán aquellos a quienes el Señor llame,
aquellos a quienes Él mismo elige, por ello el Papa Benedicto XVI nos dice:
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientacin decisiva (Deust caritas est, 1). Así el
llamado tiene una condición, estar dispuestos a escuchar la voz del Hijo
Unigénito de Dios y a dar una respuesta a este llamado, es decir estar
dispuestos a seguirle. El seguimiento se dará sólo si hay una metanoia, es decir
una conversión-cambio de Vida en aquel que ha escuchado la voz del Hijo,
entonces ante esta voz se deja todo; por eso podemos decir que las redes están
significando: la seguridad para el hombre, que cuando abre su corazón a la voz
de Dios puede confiadamente soltarlas, es decir abandonar todo lo que puede
separarlo de la auténtica vida cristiana. Por consiguiente los miembros-discípulos
del Nuevo Pueblo de Dios, son los que ponen toda su esperanza en Cristo,
porque saben que solo de Él viene la Vida.
Finalmente comentar la importancia y actualidad de la segunda lectura donde
San Pablo llama la atención a la comunidad de Corinto invocándola a orar por la
unidad entre los creyentes: porque en Cristo todos los hombres hemos sido
llamados a vivir en la comunión con el Padre y los hermanos en la fe, y en el
amor al prjimo esto está significando que nosotros también estamos
llamados a vivir nuestra fe como miembros de un solo cuerpo: la Iglesia que
Cristo ha fundado. Precisamente en este tiempo, en esta semana, la Iglesia nos
invita a rezar por la unidad de los cristianos, al respecto el Santo Padre
Benedicto XVI ha manifestado: La oracin cristiana, participacin en la
oración de Jesús, es por excelencia una experiencia filial, como nos lo atestiguan
las palabras del Padre Nuestro, oración de la familia -el “nosotros” de los Hijos
de Dios, de los hermanos y hermanas- que habla a un Padre común. Estar en
actitud de oración implica por tanto abrirse a la fraternidad. Sólo en el
“nosotros” podemos decir Padre Nuestro. Abrámonos a la fraternidad que deriva
de ser hijos del único Padre celeste, y por tanto a estar dispuestos al perdón y a
la reconciliacin (Benedicto XVI, Audiencia General, 19 de enero de 2011).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar