Comentario al evangelio del Viernes 28 de Enero del 2011
Queridos hermanos:
Hace un par de días la parábola del sembrador impertérrito nos hablaba de la esperanza inquebrantable
de Jesús en el triunfo final del plan de Dios; habrá dificultades y obstáculos, pero la cosecha definitiva
supera todas las expectativas y cálculos humanos. Hoy, la consideración de cómo la semilla se va
desarrollando sin llamar la atención nos remite al mismo pensamiento: lo que aparentemente comenzó
por un mero pudrirse en la tierra termina siendo una dorada espiga doblada por el peso de su grano
abundante. Pero ello ha requerido un tiempo, han tenido que pasar los meses del gélido invierno; no
sucedió de la noche a la mañana. Por eso al labrador le parecía que allí no se daba ningún desarrollo,
que nada se podía esperar. Sólo la cosecha final le llenó de admiración.
Esta llamada a la admiración se nos hace nuevamente hoy, al contemplar la grandiosidad que puede
encerrarse en las cosas pequeñas: una semilla minúscula o unos gramos de levadura son algo que
apenas admite ser medido, y sin embargo allí se aloja una magnitud insospechada, un hermoso pan
henchido, un arbusto capaz de cobijar pájaros.
Tal vez estas parábolas sean explicación de mucho del ministerio de Jesús; quizá más de una vez los
seguidores le llamaron iluso, haciéndole notar que eran pocos y mal avenidos y que los signos
realizados por el Maestro alcanzaban a personas aisladas y pasaban inadvertidos a las mayorías
menesterosas del pueblo.
En una cultura totalmente religiosa y de escasos conocimientos botánicos, estas parábolas orientaban la
atención hacia algo que era considerado misterioso y que remitía al inconmensurable poder Dios. De
ellas se sirve Jesús para ilustrar su enseñanza sobre lo misterioso del Reino que él proclama: “a
vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino de Dios…”.
Nosotros hoy podemos tener la misma falta de fe, o la misma sobra de escepticismo, que pudieron
tener entonces los seguidores de Jesús. Él nos invita a mirar en profundidad y a saber valorar lo
pequeño, el inmenso cúmulo de detalles minúsculos que a diario embellecen y ennoblecen nuestra vida
por obra de quienes nos rodean, o con los que nosotros embellecemos la de otros. No perdamos de
vista la fecundidad de la fe que los engendra y alimenta.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco cmf