HOMILÍA DE JUAN PABLO II
SANTA MISA EN LA BASÍLICA DE LA ANUNCIACIÓN
Nazaret, sábado 25 de marzo
"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Ángelus).
Beatitud;
hermanos en el episcopado;
padre custodio;
queridos hermanos y hermanas :
1. 25 de marzo del año 2000, solemnidad de la Anunciación en el año del gran
jubileo: hoy los ojos de toda la Iglesia se dirigen a Nazaret. He deseado volver a
la ciudad de Jesús para sentir una vez más, en contacto con este lugar, la
presencia de la mujer de quien san Agustín escribió: "Él eligió a la madre que
había creado; creó a la madre que había elegido" ( Sermo 69, 3, 4). Aquí es muy
fácil comprender por qué todas las generaciones llaman a María bienaventurada
(cf. Lc 1, 48).
Saludo con afecto a Su Beatitud el patriarca Michel Sabbah, y le agradezco sus
amables palabras de presentación. Junto con el arzobispo Butros Mouallem y
todos vosotros, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, me alegro por
la gracia de esta solemne celebración. Me complace tener la oportunidad de
saludar al ministro general franciscano, padre Giacomo Bini, que me ha dado la
bienvenida a mi llegada, y expresar al custodio , padre Giovanni Battistelli, así
como a los frailes de la Custodia la admiración de toda la Iglesia por la devoción
con que realizáis vuestra vocación única. Con gratitud rindo homenaje a vuestra
fidelidad a la tarea que os confió san Francisco mismo y que han confirmado los
Papas a lo largo de los siglos.
2. Nos hallamos reunidos para celebrar el gran misterio realizado aquí hace dos
mil años. El evangelista san Lucas sitúa claramente el acontecimiento en el
tiempo y en el espacio: "A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios
a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre
llamado José; (...) la virgen se llamaba María" ( Lc 1, 26-27). Pero para
comprender lo que sucedió en Nazaret hace dos mil años, debemos volver a la
lectura tomada de la carta a los Hebreos. Este texto nos permite escuchar una
conversación entre el Padre y el Hijo sobre el designio de Dios desde toda la
eternidad : "Tú no has querido sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un
cuerpo. No has aceptado holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije:
(...) "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad"" ( Hb 10, 5-7). La carta a los
Hebreos nos dice que, obedeciendo a la voluntad del Padre, el Verbo eterno
viene a nosotros para ofrecer el sacrificio que supera todos los sacrificios
ofrecidos en la antigua Alianza. Su sacrificio eterno y perfecto redime el mundo.
El plan divino se reveló gradualmente en el Antiguo Testamento, de manera
especial en las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: "El
Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y dará a
luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" ( Is 7, 14).
Emmanuel significa "Dios-con-nosotros". Con estas palabras se anuncia el
acontecimiento único que iba a tener lugar en Nazaret en la plenitud de los
tiempos, y es el acontecimiento que estamos celebrando aquí con alegría y
felicidad intensas.
3. Nuestra peregrinación jubilar ha sido un viaje espiritual, que
empezó siguiendo los pasos de Abraham , "nuestro padre en la fe" ( Canon
romano ; cf. Rm 4, 11-12). Este viaje nos ha traído hoy a Nazaret, donde nos
encontramos con María, la hija más auténtica de Abraham. María, más que
cualquier otra persona, puede enseñarnos lo que significa vivir la fe de "nuestro
padre". En muchos aspectos, María es claramente diferente de Abraham; sin
embargo, de un modo más profundo, "el amigo de Dios" (cf. Is 41, 8) y la joven
de Nazaret son muy parecidos.
Dios hace a ambos una maravillosa promesa . Abraham se convertiría en padre
de un hijo, de quien nacería una gran nación. María se convertiría en madre de
un Hijo que sería el Mesías, el Ungido. Gabriel le dice: "Concebirás en tu vientre
y darás a luz un hijo. (...) El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, (...)
y su reino no tendrá fin" ( Lc 1, 31-33).
Tanto para Abraham como para María la promesa divina es algo completamente
inesperado . Dios altera el curso diario de su vida, modificando los ritmos
establecidos y las expectativas comunes. Tanto a Abraham como a María la
promesa les parece imposible. La mujer de Abraham, Sara, era estéril, y María
no estaba aún casada: "¿Cómo será eso -pregunta-, pues no conozco varón?"
( Lc 1, 34).
4. Como a Abraham, también a María se le pide que diga "sí" a algo que nunca
antes había sucedido . Sara es la primera de las mujeres estériles de la Biblia que
concibe por el poder de Dios, del mismo modo que Isabel será la última. Gabriel
habla de Isabel para tranquilizar a María: "Ahí tienes a tu parienta Isabel, que,
a pesar de su vejez, ha concebido un hijo" ( Lc 1, 36).
Como Abraham, también María debe caminar en la oscuridad, confiando
plenamente en Aquel que la ha llamado. Sin embargo, incluso su pregunta:
"¿Cómo será eso?", sugiere que María está dispuesta a decir "sí", a pesar de su
temor y de su incertidumbre. María no pregunta si la promesa es posible, sino
únicamente cómo se cumplirá . Por eso, no nos sorprende que finalmente
pronuncie su "sí": "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra" ( Lc 1, 38). Con estas palabras, María se presenta como verdadera hija
de Abraham, y se convierte en Madre de Cristo y en Madre de todos los
creyentes.
5. Para penetrar más a fondo en este misterio, volvamos al momento del viaje
de Abraham, cuando recibió la promesa. Sucedió en el momento en que acogió
en su casa a tres misteriosos huéspedes (cf. Gn 18, 1-15), y les rindió la
adoración debida a Dios: tres vidit et unum adoravit . Aquel misterioso
encuentro prefigura la Anunciación, cuando María es fuertemente impulsada a la
comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo . Mediante el "sí" que María
pronunció en Nazaret, la Encarnación se convirtió en el maravilloso cumplimiento
del encuentro de Abraham con Dios. Así, siguiendo los pasos de Abraham,
hemos llegado a Nazaret para alabar a la mujer "por quien la luz ha brillado en
el mundo" (himno Ave Regina caelorum ).
6. Pero hemos venido también a implorarle . ¿Qué pedimos nosotros, peregrinos
en nuestro itinerario hacia el tercer milenio cristiano, a la Madre de Dios? Aquí,
en la ciudad que Pablo VI, cuando visitó Nazaret, definió "la escuela del
Evangelio", donde "se aprende a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en
el sentido, tan profundo y misterioso, de aquella simplicísima, humildísima y
bellísima manifestación del Hijo de Dios" ( Homilía en Nazaret , 5 de enero de
1964), pido, ante todo, una gran renovación de la fe de todos los hijos de la
Iglesia. Una profunda renovación de la fe: no sólo una actitud general de vida,
sino también una profesión consciente y valiente del Credo: "Et incarnatus est
de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est".
En Nazaret, donde Jesús "crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y ante los hombres" ( Lc 2, 52), pido a la Sagrada Familia que impulse a todos
los cristianos a defender la familia contra las numerosas amenazas que se
ciernen actualmente sobre su naturaleza, su estabilidad y su misión. A la
Sagrada Familia encomiendo los esfuerzos de los cristianos y de todos los
hombres de buena voluntad para defender la vida y promover el respeto a la
dignidad de todo ser humano.
A María, la Theotókos , la gran Madre de Dios, consagro las familias de Tierra
Santa, las familias del mundo.
En Nazaret, donde Jesús comenzó su ministerio público, pido a María que ayude
a la Iglesia por doquier a predicar la "buena nueva" a los pobres, como él hizo
(cf. Lc 4, 18). En este "año de gracia del Señor", le pido que nos enseñe
el camino de la obediencia humilde y gozosa al Evangelio para servir a nuestros
hermanos y hermanas, sin preferencias ni prejuicios.
"No desprecies mis súplicas, oh Madre del Verbo encarnado, antes bien dígnate
aceptarlas y favorablemente escucharlas. Así sea" ( Memorare ).