HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
JUBILEO DE LOS ENFERMOS Y DE LOS AGENTES SANITARIOS
Viernes 11 de febrero de 2000
1. "Nos visitará el sol que nace de lo alto" ( Lc 1, 78). Con estas palabras,
Zacarías anunciaba la ya próxima venida del Mesías al mundo.
En la página evangélica que acabamos de proclamar, hemos revivido el episodio
de la Visitación: la visitación de María a su prima Isabel, la visitación de Jesús a
Juan, la visitación de Dios al hombre.
Amadísimos hermanos y hermanas enfermos, que habéis venido hoy a esta
plaza para celebrar vuestro jubileo, también el acontecimiento que estamos
viviendo es expresión de una peculiar visitación de Dios. Con esta certeza, os
acojo y os saludo cordialmente. Estáis en el corazón del Sucesor de Pedro, que
comparte todas vuestras preocupaciones y angustias: ¡sed bienvenidos! Con
íntima emoción celebro hoy el gran jubileo del año 2000 junto con vosotros, y
con los agentes sanitarios, los familiares y los voluntarios que os acompañan con
diligente abnegación.
Saludo al arzobispo monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo
pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, y a sus colaboradores, que
se han ocupado de la organización de este encuentro jubilar. Saludo a los
señores cardenales y obispos presentes, así como a los prelados y sacerdotes
que han acompañado a grupos de enfermos en esta celebración. Saludo a la
ministra de Salud pública del Gobierno italiano y a las demás autoridades que
han participado. Por último, saludo y doy las gracias a los numerosísimos
profesionales y voluntarios que han estado dispuestos a ponerse al servicio de
los enfermos durante estos días.
2. "Nos visitará el sol que nace de lo alto". ¡Sí, Dios nos ha visitado hoy! Él está
con nosotros en toda situación difícil. Pero el jubileo es experiencia de una
visitación suya muy singular. Al hacerse hombre, el Hijo de Dios ha venido a
visitar a cada una de las personas y se ha convertido para cada una de ellas en
"la Puerta": Puerta de la vida, Puerta de la salvación. Si el hombre quiere
encontrar la salvación, debe entrar a través de esta Puerta. Cada uno está
invitado a cruzar este umbral.
Hoy estáis invitados a cruzarlo especialmente vosotros, queridos enfermos y
personas que sufrís, que habéis acudido a la plaza de San Pedro desde Roma,
desde Italia y desde el mundo entero. También estáis invitados vosotros que,
comunicados por un puente televisivo especial, os unís a nosotros en la oración
desde el santuario de Czestochowa (Polonia): os envío mi saludo cordial, que
extiendo de buen grado a cuantos, mediante la televisión y la radio, siguen
nuestra celebración en Italia y en el extranjero.
Amadísimos hermanos y hermanas, algunos de vosotros estáis inmovilizados
desde hace años en un lecho de dolor: pido a Dios que este encuentro
constituya para ellos un extraordinario alivio físico y espiritual. Deseo que esta
conmovedora celebración ofrezca a todos, sanos y enfermos, la oportunidad de
meditar en el valor salvífico del sufrimiento.
3. El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra.
Ciertamente, es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de
Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el
sufrimiento llama a nuestra puerta. La "clave" de dicha lectura es la cruz de
Cristo. El Verbo encarnado acogió nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en el
misterio de la cruz. Desde entonces, el sufrimiento tiene una posibilidad de
sentido, que lo hace singularmente valioso. Desde hace dos mil años, desde el
día de la pasión, la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios
siente por nosotros. Quien sabe acogerla en su vida, experimenta cómo el dolor,
iluminado por la fe, se transforma en fuente de esperanza y salvación.
Ojalá que Cristo sea la Puerta para vosotros, queridos enfermos llamados en
este momento a llevar una cruz más pesada. Que Cristo sea también la Puerta
para vosotros, queridos acompañantes, que los cuidáis. Como el buen
samaritano, todo creyente debe dar amor a quien sufre. No está permitido
"pasar de largo" ante quien está probado por la enfermedad. Por el contrario,
hay que detenerse, inclinarse sobre su enfermedad y compartirla
generosamente, aliviando su peso y sus dificultades.
4. Santiago escribe: "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los
presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del
Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y
si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" ( St 5, 14-15). Dentro de poco
reviviremos de modo singular esta exhortación del Apóstol, cuando algunos de
vosotros, queridos enfermos, recibáis el sacramento de la unción de los
enfermos. Él, devolviendo el vigor espiritual y físico, pone muy bien de relieve
que Cristo es para la persona que sufre la Puerta que conduce a la vida.
Queridos enfermos, éste es el momento culminante de vuestro jubileo. Al cruzar
el umbral de la Puerta santa, uníos a todos los que, en todas las partes del
mundo, ya la han cruzado, y a cuantos la cruzarán durante el Año jubilar. Ojalá
que pasar a través de la Puerta santa sea signo de vuestro ingreso espiritual en
el misterio de Cristo, el Redentor crucificado y resucitado, que por amor "llevó
nuestras dolencias y soportó nuestros dolores" ( Is 53, 4).
5. La Iglesia entra en el nuevo milenio estrechando en su corazón el evangelio
del sufrimiento, que es anuncio de redención y salvación. Hermanos y hermanas
enfermos, sois testigos singulares de este Evangelio. El tercer milenio espera
este testimonio de los cristianos que sufren. Lo espera también de vosotros,
agentes de la pastoral sanitaria, que con funciones diferentes cumplís junto a los
enfermos una misión tan significativa y apreciada, apreciadísima.
Que se incline sobre cada uno de vosotros la Virgen Inmaculada, que nos visitó
en Lourdes, como hoy recordamos con alegría y gratitud. En la gruta de
Massabielle confió a santa Bernardita un mensaje que lleva al corazón del
Evangelio: a la conversión y a la penitencia, a la oración y al abandono confiado
en las manos de Dios.
Con María, la Virgen de la Visitación, elevamos también nosotros al Señor el
"Magníficat", que es el canto de la esperanza de todos los pobres, los enfermos y
los que sufren en el mundo, que exultan de alegría porque saben que Dios está
junto a ellos como Salvador.
Así pues, con la Virgen santísima queremos proclamar: "Proclama mi alma la
grandeza del Señor", y dirigir nuestros pasos hacia la verdadera Puerta jubilar:
Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre.