CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN EL MONTE SINAÍ
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Monasterio de Santa Catalina, sábado 26 de febrero
Queridos hermanos y hermanas:
1. Durante este año del gran jubileo, nuestra fe nos impulsa a convertirnos
en peregrinos, siguiendo los pasos de Dios. Contemplamos el camino que
recorrió en el tiempo, revelando al mundo el magnífico misterio de su amor fiel a
toda la humanidad. Hoy, con gran alegría y profunda emoción, el Obispo de
Roma llega como peregrino al monte Sinaí, atraído por este monte santo que se
eleva como un monumento majestuoso a lo que Dios reveló aquí. ¡Aquí reveló su
nombre! ¡Aquí dio su ley, los diez mandamientos de la Alianza!
¡Cuántos han venido a este lugar antes de nosotros! Aquí acampó el pueblo de
Dios (cf. Ex 19, 2); aquí se refugió el profeta Elías en una cueva (cf. 1 R 19, 9);
aquí encontró su última morada el cuerpo de la mártir santa Catalina; aquí, a lo
largo de los siglos, multitud de peregrinos han escalado lo que san Gregorio de
Nisa llamó "el monte del deseo" ( Vida de Moisés , II, 232); aquí han velado y
orado generaciones de monjes. Nosotros seguimos humildemente sus pasos en
"la tierra sagrada", donde el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob ordenó a
Moisés que librara a su pueblo (cf. Ex 3, 5-8).
2. Dios se revela de modos misteriosos, como el fuego que no consume, de
acuerdo con una lógica que desafía todo lo que conocemos y esperamos. Es el
Dios a la vez cercano y lejano; está en el mundo, pero no es del mundo . Es el
Dios que viene a nuestro encuentro, pero que no será poseído. Es "yo soy el que
soy", el nombre que no es nombre . "Yo soy el que soy": el abismo divino en el
que la esencia y la existencia son una sola cosa. Es el Dios que es el Ser mismo.
Ante tal misterio, no podemos por menos de "quitarnos las sandalias", como nos
ordena, y adorarlo en esta tierra sagrada.
Aquí, en el monte Sinaí, la verdad de "quién es Dios" ha llegado a ser el
fundamento y la garantía de la Alianza. Moisés entra en la "oscuridad luminosa"
( Vida de Moisés , II, 164), y aquí recibe la ley "escrita por el dedo de Dios"
( Ex 31, 18). ¿Qué es esta ley? Es la ley de la vida y de la libertad .
En el mar Rojo el pueblo experimentó una gran liberación. Vio el poder y la
fidelidad de Dios; descubrió que él es el Dios que realmente libra a su pueblo,
como había prometido. Pero ahora, en las alturas del Sinaí, este mismo Dios
sella su amor estableciendo una Alianza, a la que jamás renunciará. Si el pueblo
obedece a su ley, conocerá la libertad para siempre. El Éxodo y la Alianza no son
solamente acontecimientos del pasado; son para siempre el destino de todo el
pueblo de Dios .
3. El encuentro entre Dios y Moisés en este monte encierra en el corazón de
nuestra religión el misterio de la obediencia liberadora , que llega a su culmen en
la obediencia perfecta de Cristo en la encarnación y en la cruz (cf. Flp 2, 8; Hb 5,
8-9). También nosotros seremos verdaderamente libres si aprendemos a
obedecer como hizo Jesús (cf. Hb 5, 8).
Los diez mandamientos no son una imposición arbitraria de un Señor tirano.
Fueron escritos en la piedra; pero antes fueron escritos en el corazón del
hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar. Hoy,
como siempre, las diez palabras de la ley proporcionan la única base auténtica
para la vida de las personas, de las sociedades y de las naciones. Hoy, como
siempre, son el único futuro de la familia humana . Salvan al hombre de la fuerza
destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Señalan todos los falsos
dioses que lo esclavizan: el amor a sí mismo que excluye a Dios, el afán de
poder y placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad
humana y la de nuestro prójimo. Si nos alejamos de estos falsos ídolos y
seguimos a Dios, que libera a su pueblo y permanece siempre con él,
apareceremos como Moisés, después de cuarenta días en el monte,
"resplandecientes de gloria" (san Gregorio de Nisa, Vida de Moisés , II, 230),
envueltos en la luz de Dios.
Guardar los mandamientos significa ser fieles a Dios, pero también ser fieles a
nosotros mismos, a nuestra verdadera naturaleza y a nuestras aspiraciones más
profundas. El viento que aún hoy sopla en el Sinaí nos recuerda que Dios quiere
ser honrado en sus criaturas y en su crecimiento: gloria Dei, homo vivens . En
este sentido, ese viento lleva una insistente invitación al diálogo entre los
seguidores de las grandes religiones monoteístas para el bien de la familia
humana. Sugiere que en Dios podemos encontrar nuestro punto de encuentro:
en Dios omnipotente y misericordioso, Creador del universo y Señor de la
historia, que al final de nuestra existencia terrena nos juzgará con perfecta
justicia.
4. La lectura del evangelio que acabamos de escuchar nos sugiere que el
episodio del Sinaí alcanza su culmen en otro monte, el monte de la
Transfiguración, donde Jesús aparece a sus Apóstoles resplandeciente de la
gloria de Dios. Moisés y Elías están con él para testimoniar que la plenitud de la
revelación de Dios se encuentra en Cristo glorificado .
En el monte de la Transfiguración, Dios habla desde una nube, tal como hizo en
el Sinaí. Pero ahora dice: "Este es mi Hijo amado, escuchadle" ( Mc 9, 7). Nos
ordena escuchar a su Hijo , porque "nadie conoce bien (...) al Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" ( Mt 11, 27). Así, aprendemos que el
verdadero nombre de Dios es Padre . El nombre que es superior a todos los
demás nombres: Abbá (cf. Ga , 4, 6). Jesús nos enseña que nuestro verdadero
nombre es hijo o hija. Aprendemos que el Dios del Éxodo y de la Alianza libra a
su pueblo, porque está formado por sus hijos e hijas , que no fueron creados
para la esclavitud, sino para "la gloriosa libertad de los hijos de Dios" ( Rm 8,
21).
Por eso, cuando san Pablo escribe que nosotros "quedamos muertos respecto de
la ley por el cuerpo de Cristo" ( Rm 7, 4), no quiere decir que la ley del Sinaí ya
no tiene valor. Quiere decir que los diez mandamientos se hacen oír ahora con la
voz del Hijo amado . La persona a la que Jesucristo hace verdaderamente libre es
consciente de que no está vinculada externamente por una serie de
prescripciones, sino interiormente por el amor que se halla arraigado en lo más
profundo de su corazón. Los diez mandamientos son la ley de la libertad: no
una libertad para seguir nuestras ciegas pasiones, sino una libertad para amar,
para elegir lo que conviene en cada situación , incluso cuando hacerlo es costoso.
No debemos obedecer a una ley impersonal; lo que se nos pide es que nos
abandonemos amorosamente al Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo
(cf. Rm 6, 14; Ga 5, 18). Al revelarse en el monte y entregar su ley, Dios reveló
el hombre al hombre mismo. El Sinaí está en el centro de la verdad sobre el
hombre y sobre su destino.
5. Los monjes de este monasterio, buscando esta verdad, han plantado su
tienda a la sombra del Sinaí. El monasterio de la Transfiguración y de Santa
Catalina muestra todas las huellas del tiempo y de los avatares humanos, pero
permanece como testigo indómito de la sabiduría y el amor divinos. Durante
siglos, monjes de todas las tradiciones cristianas han vivido y orado juntos en
este monasterio, escuchando la Palabra, en la que mora la plenitud de la
sabiduría y el amor del Padre. En este mismo monasterio san Juan Clímaco
escribió La escalera del paraíso , una obra maestra de la espiritualidad que sigue
inspirando a monjes y monjas, tanto de Oriente como de Occidente, de
generación en generación. Todo esto ha sucedido bajo la poderosa protección de
la gran Madre de Dios. Ya en el siglo III los cristianos egipcios la invocaban con
palabras llenas de confianza: ¡Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de
Dios! Sub tuum praesidium confugimus, sancta Dei Genetrix! A lo largo de los
siglos, este monasterio ha sido un excepcional lugar de encuentro para personas
que pertenecen a diferentes Iglesias, tradiciones y culturas. Ruego a Dios que en
este nuevo milenio el monasterio de Santa Catalina sea un faro luminoso que
impulse a las Iglesias a conocerse mejor mutuamente y a redescubrir la
importancia, a los ojos de Dios, de lo que nos une en Cristo.
6. Doy las gracias a los numerosos fieles de la diócesis de Ismailía, encabezados
por su obispo Makarios, que se han unido a mí en esta peregrinación al monte
Sinaí. El Sucesor de Pedro os agradece la firmeza de vuestra fe. Dios os bendiga
a vosotros y a vuestras familias.
Ojalá que el monasterio de Santa Catalina sea un oasis espiritual para los
miembros de todas las Iglesias que buscan la gloria del Señor, que vino a morar
en el monte Sinaí (cf. Ex 24, 16). La visión de esta gloria nos impulsa a
exclamar, llenos de alegría: "Te damos gracias, Padre santo, por tu santo
nombre, que has hecho morar en nuestro corazón" ( Didaché X). Amén.