HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN
DE CINCO SIERVOS DE DIOS
Domingo 9 de abril
"Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 24).
Esta es la petición que hacen a Felipe algunos griegos que habían subido a
Jerusalén con ocasión de la Pascua. Su deseo de encontrarse con Jesús y
escuchar su palabra suscita una respuesta solemne de Cristo: "Ha llegado la
hora de que sea glorificado el Hijo del hombre" ( Jn 12, 23).
¿Cuál es esta "hora" a la que Jesús alude? El contexto lo aclara: es la "hora"
misteriosa y solemne de su muerte y su resurrección.
Ver a Jesús. Como aquel grupo de griegos, innumerables hombres y mujeres, a
lo largo de los siglos, han deseado conocer al Señor. Lo han visto con los ojos de
la fe. Lo han reconocido como Mesías, crucificado y resucitado. Se han dejado
conquistar por él y se han convertido en sus discípulos fieles. Son los santos y
los beatos que la Iglesia señala como modelos para imitar y ejemplos para
seguir.
En el marco de las celebraciones del Año santo, hoy tengo la alegría de elevar a
la gloria de los altares a algunos nuevos beatos. Son cinco confesores de la fe,
que anunciaron a Cristo con su palabra y dieron testimonio de él con su
incesante servicio a los hermanos. Se trata de Mariano de Jesús Euse Hoyos,
sacerdote diocesano y párroco; Francisco Javier Seelos, sacerdote profeso de la
Congregación del Santísimo Redentor; Ana Rosa Gattorno, viuda, fundadora del
instituto de las Hijas de Santa Ana; María Isabel Hesselblad, fundadora de la
orden de las religiosas del Santísimo Salvador, y María Teresa Chiramel
Mankidiyan, fundadora de la congregación de la Sagrada Familia.
2. "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi
servidor" ( Jn 12, 26), nos ha dicho Jesús en el evangelio que hemos escuchado.
Seguidor fiel de Jesucristo, en el ejercicio abnegado del ministerio sacerdotal,
fue el padre Mariano de Jesús Euse Hoyos, colombiano, que hoy sube a la gloria
de los altares. Desde su íntima experiencia de encuentro con el Señor, el padre
Marianito, como es conocido familiarmente en su patria, se comprometió
incansablemente en la evangelización de niños y adultos, especialmente de los
campesinos. No ahorró sacrificios ni penalidades, entregándose durante casi
cincuenta años en una modesta parroquia de Angostura, en Antioquia, a la gloria
de Dios y al bien de las almas que le fueron encomendadas.
Que su luminoso testimonio de caridad, comprensión, servicio, solidaridad y
perdón sean de ejemplo en Colombia y también una valiosa ayuda para seguir
trabajando por la paz y la reconciliación total en ese amado país. Si el 9 de abril
de hace cincuenta y dos años marcó el inicio de violencias y conflictos, que por
desgracia duran aún, que este día del año del gran jubileo señale el comienzo de
una etapa en la que todos los colombianos construyan juntos la nueva Colombia,
fundamentada en la paz, la justicia social, el respeto de todos los derechos
humanos y el amor fraterno entre los hijos de una misma patria.
3. "Devuélveme la alegría de la salvación; afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos; los pecadores volverán a ti" ( Sal 50,
14-15). El padre Francisco Javier Seelos, fiel al espíritu y al carisma de la
congregación del Santísimo Redentor a la que pertenecía, meditaba a menudo
estas palabras del salmista. Sostenido por la gracia de Dios y por una intensa
vida de oración, el padre Seelos dejó su nativa Baviera y se entregó con
generosidad y alegría al apostolado misionero entre las comunidades de
emigrantes en Estados Unidos.
En los diversos lugares en los que trabajó, el padre Francisco Javier mostró
entusiasmo, espíritu de sacrificio y celo apostólico. A los marginados y a los
perdidos les predicó el mensaje de
Jesucristo, "fuente de salvación eterna" ( Hb 5, 9), y en las horas que pasó en el
confesonario convenció a muchos a volver a Dios. Hoy, el beato Francisco Javier
Seelos invita a los miembros de la Iglesia a profundizar su unión con Cristo en
los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía. Que, por su intercesión,
todos los que trabajan en la viña para la salvación del pueblo de Dios se vean
impulsados y fortalecidos en su tarea.
4. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" ( Jn 12, 32).
En efecto, desde lo alto de la cruz, Jesús reveló al mundo el amor ilimitado de
Dios a la humanidad necesitada de salvación. Ana Rosa Gattorno, atraída
irresistiblemente por este amor, transformó su vida en una continua inmolación
para la conversión de los pecadores y la santificación de todos los hombres.
Ser "portavoz de Jesús", para hacer que se difunda por doquier el mensaje del
amor que salva, fue el anhelo más profundo de su corazón.
La beata Ana Rosa Gattorno, confiando totalmente en la Providencia y animada
por un valiente impulso de caridad, buscó únicamente servir a Jesús en los
miembros más dolientes y heridos de su Cuerpo, con sensibilidad y solicitud
materna hacia toda miseria humana.
El singular testimonio de caridad que dio la nueva beata sigue constituyendo hoy
un fuerte estímulo para todos los que en la Iglesia están comprometidos a llevar,
de modo más específico, el anuncio del amor de Dios, que cura las heridas de
cada corazón y ofrece a todos la plenitud de la vida inmortal.
5. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" ( Jn 12, 32).
La promesa de Jesús se cumplió admirablemente también en la vida de María
Isabel Hesselblad. Al igual que su paisana santa Brígida, logró entender a fondo
la sabiduría de la cruz por la oración y en los acontecimientos de su vida. Su
temprana experiencia de la pobreza, su contacto con los enfermos, que le
impresionaron por su serenidad y confianza en la ayuda de Dios, y su
perseverancia a pesar de los numerosos obstáculos que se le plantearon en la
fundación de la orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, le enseñaron que
la cruz ocupa el centro de la vida humana y es la revelación definitiva del amor
de nuestro Padre celestial. Meditando constantemente en la palabra de Dios, la
madre Isabel se confirmó en su resolución de trabajar y orar para que
todos los cristianos sean uno (cf. Jn 17, 21).
Estaba convencida de que, escuchando la voz de Cristo crucificado, llegarían a
formar un solo rebaño bajo un solo pastor (cf. Jn 10, 16) y, desde el principio,
su fundación, caracterizada por su espiritualidad eucarística y mariana, se
consagró a la causa de la unidad de los cristianos mediante la oración y el
testimonio evangélico. Que, por la intercesión de la beata María Isabel
Hesselblad, pionera del ecumenismo, Dios bendiga y haga fecundos los
esfuerzos de la Iglesia por construir una comunión cada vez más profunda y por
promover una cooperación cada vez más eficaz entre todos los seguidores de
Cristo: "Ut unum sint".
6. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere,
da mucho fruto" ( Jn 12, 24). Desde su niñez, María Teresa Chiramel Mankidiyan
intuyó que el amor de Dios le pedía una profunda purificación personal.
Entregándose a una vida de oración y penitencia, el deseo de la madre María
Teresa de abrazar la cruz de Cristo le permitió permanecer firme ante frecuentes
malentendidos y grandes pruebas espirituales. El paciente discernimiento de su
vocación la llevó a la fundación de la congregación de la Sagrada Familia, que
sigue inspirándose en su espíritu contemplativo y en su amor a los pobres.
La madre María, convencida de que "Dios dará la vida eterna a los que
convierten a los pecadores y los llevan al camino recto" ( Carta 4 a su director
espiritual ), se consagró a esa tarea mediante sus visitas y sus exhortaciones, así
como mediante la oración y la práctica de la penitencia. Que, por intercesión de
la beata María Teresa, todos los hombres y mujeres consagrados se fortalezcan
en su vocación de orar por los pecadores y llevar a otros a Cristo mediante su
palabra y su ejemplo.
7. "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" ( Jr 31, 33). Dios es nuestro único
Señor y nosotros somos su pueblo. Este inquebrantable pacto de amor entre
Dios y la humanidad tuvo su realización plena en el sacrificio pascual de Cristo.
En él, nosotros, aun perteneciendo a tierras y culturas diversas, formamos un
solo pueblo, una sola Iglesia, un mismo edificio espiritual, del que los santos son
piedras brillantes y sólidas.
Demos gracias al Señor por el espléndido testimonio de estos nuevos beatos.
Contemplémoslos, especialmente en este tiempo cuaresmal, a fin de que nos
estimulen en la preparación para las próximas celebraciones pascuales.
María, Reina de los confesores, nos ayude a seguir a su Hijo divino, como
hicieron los nuevos beatos. Y vosotros, Mariano de Jesús Euse Hoyos, Francisco
Javier Seelos, Ana Rosa Gattorno, María Isabel Hesselblad y María Teresa
Chiramel Mankidiyan, interceded por nosotros, para que, participando
íntimamente en la pasión redentora de Cristo, vivamos la fecundidad de la
semilla que muere y seamos acogidos como su cosecha en el reino de los cielos.
Amén.