LA DICHA DE DEJARSE ENRIQUECER POR DIOS
DOMINGO IV PER PER ANNUM
30 de Enero de 2.011
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se
acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los
sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre
y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios Dichosos los que trabajan por la
paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos
por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier
modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo. Mateo 5, 1-12ª
En una sociedad como la nuestra, donde en general las supremas
aspiraciones, los valores más cotizados, los servicios más vendidos y
comprados giran en torno al tener, al placer, al poder, al prestigio, a la
fiesta, al laurel, al aplauso… la proclamación de las bienaventuranzas
cristianas tienen por la fuerza que sonar, tanto al hombre moderno como
postmoderno, a un crimen oscurantista de leso bienestar, a una propuesta
políticamente incorrecta y perseguible de involución hacia la infelicidad y
la miseria, a un mensaje reaccionario y criminal de inhumanismo sádico -
masoquista. Echarla al pasto de las llamas, reduciéndola a una mala
pesadilla de un Loco y de un Débil, sería el mejor servicio que se le podría
a esta página evangélica prestar. Y si alguien se le ocurriera proponerla
como materia obligatoria en educación para la ciudadanía, lo menos que
debería ocurrirle tendría que ser la concesión irrevocable de un expediente
de incapacidad docente absoluta…
Y sin embargo, si por un terremoto de conversión social y transmutación
de valores, se llegara a un personal y comunitario consenso, sudado y
merecido, de impregnar del Espíritu de las Bienaventuranzas nuestras
finanzas y mercados, nuestros centros de difusión política y cultural, todos
nuestros descorazonados corazones reprimidos en su potencial afectivo y
efectivo…, descubriríamos asombrados, agraciados y agradecidos, el
vuelco revolucionario que experimentaría nuestro mundo en todas sus
aspectos y dimensiones. Sería un salto de gigante el que todos
recibiríamos y daríamos, provocando un anticipo y adelanto de los Cielos
nuevos y de la Tierra nueva, inaugurados y presentes ya en Jesús. Vivo
tras su muerte en el corazón de todo y de todos con una energía sanadora
y vivificadora universal, enriquecedora de pobrezas radicales, beatificante
profunda de aflicciones sustantivas, creadora y recreadora de corazones
nuevos entrañablemente amados de Dios y amantes de los hombres,
transformadora de lágrimas amargas en lágrimas festivas, de
persecuciones y patíbulos en coronas martiriales de triunfos definitivos y
totales…
No en vano las bienaventuranzas fueron concebidas por Cristo como
breves fórmulas de contenido y tono proféticos, que anunciaban la llegada
del Reino previsto por Isaías, llegada que hacía de los pobres, de los
afligidos, de los hambrientos y de los perseguidos los beneficiarios de la
salvación mesiánica. Cristo, en efecto, al proclamar las bienaventuranzas
primitivas, más que enunciar condiciones morales (Mateo) o sociales
(Lucas) para entrar en el Reino, proclamó a la manera profética que
determinadas situaciones desgraciadas (las más típicas habitualmente
consideradas en el estilo profético) habían por fin provocado la
benevolente atención de Dios presente en Cristo y advenido y dado
gratuitamente para todos los pobres y empobrecidos de sí mismos y del
mundo.
Y es desde esa benevolente atención de Dios desde do nde podemos,
dichosos y felices, agraciados y agradecidos, confesar que las
bienaventuranzas constituyen la carta magna de la Nueva Alianza, del
Nuevo Amor de Dios hacia sus débiles y necesitados hijos que con Él son
todo y sin Él son reducidos a la nada. Porque la ley nueva del amor
universal es viable tan sólo para quienes son pobres, dulces y humildes,
es decir, para quienes renuncian a encontrar en un bien creado cualquiera
con lo que se pueda saciar su sed de absoluto, a quienes no quieren
poseer nada sino que se abandonan a Dios y se confían plenamente en Él.
Juan Sánchez Trujillo