Los pobres nos evangelizan
Un ilustre humanista ha escrito: “Haber nacido pobre es haber ganado treinta
años de vida”. El tener que enfrentarnos a realidades extremas nos da tal
reciedumbre físico-espiritual, tanta madurez, tanta solidaridad que le ganamos
a los calendarios la rigidez de su mezquindad y, saltando edades, ganamos una
generación para hacernos contemporáneos del futuro.
Todo comienza en una elección libre de parte de Dios. Es Él quien ha elegido lo
necio, lo débil, lo más bajo y despreciable de entre los seres humanos para
exaltar su gloria y formar su comunidad, su pueblo predilecto y sentarlo a la
mesa de sus preferencias. Sus amistades más significativas surgen de gentes
que tienen como signo la humildad y la pobreza.
Los valores del Reino tales como equidad, justicia, solidaridad, fiesta, gozo
tienen su raíz en la convivencia de los pobres. El evangelio de hoy los sintetiza
en una sola palabra: “Bienaventuranzas”. Todas ellas tienen como sujeto
primero al pobre, aquel o aquella que sabe de su pequeñez y se pone en
manos de Dios. Él es su fuerza y su sabiduría.
Dios no quiere la pobreza. Sobre todo, porque atenta contra la dignidad
humana. Es fruto de la injusticia, del egoísmo. Dios se confunde con las
víctimas de este cuadro dantesco de miseria, hambre y dolor. El evangelio se
lee desde ahí en clave de solidaridad. Son los pobres, las pobres quienes nos
evangelizan y nos enseñan a descubrir a Dios en su hábitat.
Cochabamba 30.01.11
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com