IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«Cristo llama bienaventurados a los que el mundo desprecia»
I. LA PALABRA DE DIOS
So 2,3;3,12-13: «Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde»
Sal 145,7-8.9-10: «Dichosos los pobres de espíritu...»
1Co 1,1-12: «Dios ha escogido lo débil del mundo»
Mt 5,1-12: «Dichosos los pobres de espíritu»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
Como Moisés en el Sinaí, Cristo en la montaña proclama el Código de la Nueva
Alianza.
El Maestro que proclama las Bienaventuranzas, las ha realizado perfectamente
en su vida. Son el resumen del Evangelio y de la vida misma de Jesús. Todas se
reducen a la pobreza por la que uno sale de sí mismo para entregarse
plenamente a Dios y a los demás.
Esa pobreza es la característica de la Antigua Alianza en la que Dios realiza su
designio a través «de un pueblo pobre y humilde» (1ª Lect.). Es también la
característica de la Iglesia en la que no hay muchos sabios en lo humano, ni
muchos poderosos, ni muchos aristócratas porque Dios ha escogido lo necio y lo
débil del mundo (2ª Lect.).
III. SITUACIÓN HUMANA
La tendencia del hombre es a absolutizar valores que son por sí mismos
relativos. Y no es que primero los destaque y luego los use, sino que, al hacer
imprescindible su uso, los absolutiza.
El pobre del Evangelio no es el inútil que, por no usar nada, desprecia todo. Es el
que no pone nada por encima de Dios. Es el que espera a ver qué dice Dios
acerca de algún valor para aceptarlo. Sabe que los valores que Cristo ha
proclamado, son antes conducta del propio Cristo.
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– Las Bienaventuranzas: «Las bienaventuranzas están en el centro de la
predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo
elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión
de una tierra, sino al Reino de los cielos...» (1716).
– Los que esperan de Dios la justicia: "El Pueblo de los «pobres», los humildes y
los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que
esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente,
la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las
promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del
Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En
estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor «un pueblo bien dispuesto»"
(716).
La respuesta
– «La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas.
Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el
amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside
ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna
obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas, las artes, ni en
ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor» (1723).
El testimonio cristiano
– " «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios».
Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, «nadie verá a Dios y
seguirá viviendo», porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad
hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el
privilegio de ver a Dios... porque lo que es imposible para los hombres es posible
para Dios (San Ireneo, haer.4,20,5)" (1722).
Las Bienaventuranzas nos conducen a reconocer nuestra insuficiencia, a
identificarnos con Jesucristo, a construir un mundo nuevo con los valores del
Reino y a conseguir la bienaventuranza de Dios.