PEREGRINACIÓN NACIONAL DE POLONIA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Jueves 6 de julio de 2000
1. "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben" ( Sal 67,
4).
Esta invocación resuena desde aquí, desde este lugar, desde la puerta abierta
del año del gran jubileo. Y a ella responden no sólo las personas de forma
individual, sino también pueblos enteros, enteras naciones. Llegan las
peregrinaciones nacionales de diversas partes de Europa y del mundo para dar
aquí, en el corazón de la Iglesia, gloria y honor a Dios. Hoy se encuentra en
Roma la peregrinación de Polonia.
Os doy a todos mi cordial bienvenida. Saludo al cardenal primado, a los
cardenales de Cracovia y Wroclaw, a los arzobispos, a los obispos, a los
sacerdotes, a las religiosas y a los fieles de tantas parroquias y comunidades.
Saludo a los representantes de las autoridades estatales y regionales,
encabezadas por el presidente de la República, el primer ministri y los
presidentes del Parlamento y del Senado. Que la abundancia de las gracias
jubilares se derrame sobre todos los peregrinos aquí presentes. Que la obtengan
también vuestras familias y vuestros seres queridos, en la patria y en el mundo.
2. "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" ( Hb 13, 8). A él queremos unir
nuestro futuro. Sólo él es la Puerta y sólo él tiene palabras de vida eterna. Este
es el sentido más profundo del gran jubileo: es el tiempo de la vuelta a las
raíces de la fe y, a la vez, de la entrada en el futuro a través de la Puerta, que
es Cristo. En él, Hijo de Dios encarnado, se realiza el misterio eterno de la
elección del hombre por parte de Dios, el misterio que hoy nos desvela el apóstol
san Pablo, que escribe: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes
espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el
mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor" ( Ef 1, 3-
4).
Siguiendo el pensamiento del Apóstol, conozcamos cuál es el plan eterno de Dios
con respecto al hombre, que hizo a su imagen y semejanza. Dios, al crearlo de
este modo, desde el inicio hizo al hombre semejante a su Hijo y lo unió a él. Si
en este Año jubilar recordamos de modo especial el nacimiento del Hijo de Dios,
que tuvo lugar hace dos mil años, mediante este acontecimiento, el más grande
de la historia de la humanidad, nos encontramos en el umbral del misterio que
nos envuelve a todos y cada uno: el Hijo de Dios se hizo hombre, para que
nosotros, en él y por él, nos convirtiéramos en hijos adoptivos de Dios. En
efecto, "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para
que recibiéramos la filiación adoptiva" ( Ga 4, 4-5). Son palabras de san Pablo en
la carta a los Gálatas. Si hoy hacemos la peregrinación a la Puerta santa del
gran jubileo, lo hacemos ante todo para dar gracias por el gran don de la
filiación adoptiva de Dios , que mediante el nacimiento de Cristo llegó a ser la
herencia del hombre.
Como escribe san Pablo, hemos recibido esta gracia de Dios para ser "santos e
irreprochables ante él" ( Ef 1, 4) y "para ser alabanza de su gloria" ( Ef 1,
12). No se puede alcanzar la santidad, no es posible existir para la gloria de Dios
si no es por Cristo, con Cristo y en Cristo. En él "tenemos por medio de su
sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia"
( Ef 1, 7). Por eso, en este Año jubilar la Iglesia nos lleva de modo particular por
el camino de la penitencia y de la reconciliación , para que nos acerquemos con
confianza a Cristo y encontremos en él las inagotables fuentes de su
misericordia. "Él perdona todas nuestras culpas, y cura todas nuestras
enfermedades; él rescata nuestra vida de la fosa y nos colma de gracia y de
ternura" (cf. Sal 103, 3-4). Si hoy la Iglesia nos recomienda e impulsa a la
antigua práctica de la indulgencia , lo hace porque el tiempo del jubileo es
particularmente propicio para que el hombre abra su corazón a la acción de esta
gracia, que brota del Corazón abierto del Redentor.
San Pablo escribe: Cristo "es prenda de nuestra herencia, para redención del
pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria" ( Ef 1, 14). Así pues, debemos
aprovechar la gracia de este tiempo, que nos acerca a Cristo y nos permite
participar más plenamente en la herencia que Dios nos ha preparado en su
gloria.
3. Una vez, en Nazaret, Cristo dijo de sí mismo, como hemos escuchado en el
evangelio de hoy: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la buena nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. (...) Esta Escritura, que
acabáis de oír, se ha cumplido hoy" ( Lc 4, 18-19. 21). Este "hoy" perdura
incesantemente desde el día en que el Hijo de Dios vino a la tierra. Después de
su muerte y resurrección, este "hoy" permanece en la Iglesia, en la que está
presente Cristo, hasta el fin del mundo. Este "hoy" se realiza en cada uno de
nosotros, que mediante el bautismo hemos sido injertados en Cristo.
Es necesario que en el año del gran jubileo seamos particularmente conscientes
de esta verdad. Debemos recordar que este "hoy" de Cristo debe continuar en
los siglos futuros, hasta su segunda venida. Esa conciencia debe determinar el
programa de vida de la Iglesia y el de la vida de cada uno de nosotros en el
nuevo milenio.
En los últimos años las diócesis han elaborado ese programa durante los sínodos
pastorales locales, y toda la Iglesia en Polonia lo hizo en el Sínodo plenario ,
tratando de definir cuáles eran los desafíos que planteaban a los creyentes el
presente y el futuro, y de qué modo se debían afrontar. Los pastores y los fieles,
pidiendo luz al Espíritu Santo, hicieron un análisis de los fenómenos presentes
actualmente en la Iglesia en Polonia, trataron de discernir las tareas que debía
llevar a cabo nuestra generación en la perspectiva del nuevo milenio y trazaron
los caminos, a lo largo de los cuales la Iglesia debe entrar en el nuevo siglo.
Todo esto se redactó por escrito como programa de evangelización para el tercer
milenio . La puerta abierta del gran jubileo nos recuerda de modo particular a
nosotros y a toda la Iglesia en Polonia que este programa no puede quedar como
letra muerta, sino que debe ser aceptado por todos y realizado con entrega y
perseverancia.
Afecta a numerosos sectores de la vida de la Iglesia. Sin embargo, hoy,
poniéndome a la escucha del Evangelio que acabamos de proclamar, quiero
destacar dos dimensiones de la actividad pastoral del clero y del apostolado de
los laicos en nuestro país.
Cristo dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la buena nueva " ( Lc 4, 18). Por eso, la primera tarea para
la que fue enviado era el anuncio del Evangelio. Esa fue la primera tarea de los
Apóstoles: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las gentes"
( Mc 16, 15). Esta llamada es siempre actual y apremiante. Atañe a todos los
fieles, tanto clérigos como laicos. Todos estamos llamados a testimoniar cada día
con nuestra vida el Evangelio de la salvación . Es preciso que, al entrar en el
nuevo milenio, respondamos a esta llamada con todo fervor. Los padres han de
ser testigos del Evangelio ante los niños y los jóvenes. Los jóvenes deben llevar
la buena nueva a sus coetáneos, que a menudo pierden el sentido de la vida,
desconcertados entre lo que el mundo les propone. Los pastores no han de
olvidar que el espíritu misionero, la solicitud por cada hombre que busca a Cristo
y por todos los que se han alejado de él, pertenece a la esencia de su misión
pastoral.
Con el mismo espíritu pido a todos los fieles de Polonia que oren por las
intenciones de los misioneros y por las vocaciones misioneras. Hago esta
petición de manera especial porque hoy se celebra la memoria litúrgica de la
beata María Teresa Ledòchowska, llamada "Madre de los africanos", patrona de
la Cooperación misionera de la Iglesia en Polonia y fundadora de las religiosas
Claverianas, de cuya beatificación este año celebramos el vigésimo quinto
aniversario. Es grande la riqueza espiritual y son grandes las posibilidades de la
Iglesia que está en Polonia. Es preciso aprovechar ese tesoro, para ayudar de
forma eficaz a las Iglesias hermanas de África, América, Asia e incluso Europa.
Pido a Dios que inspire con el espíritu de este particular apostolado el corazón de
los numerosos sacerdotes y religiosos de nuestra patria. La Iglesia universal
necesita servidores del Evangelio procedentes de Polonia.
Mientras estamos a la escucha de las palabras de Cristo: "El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor"
(cf. Lc 4, 18-19), nos damos cuenta de que el jubileo, como período en el que
experimentamos de modo particular la misericordia de Dios, nos lleva hacia los
que tienen necesidad de nuestra misericordia . El "hoy" de la Iglesia, vivido como
un "hoy" en el que se cumple la misión mesiánica de Cristo, debemos vivirlo
como un "hoy" de los pobres, de los oprimidos, de los que están solos o
enfermos, de todos los que Cristo eligió como destinatarios especiales de la
predicación "del año de gracia del Señor". Ojalá que este "año de gracia" se les
proclame mediante obras de amor auténtico, tratando de formar una cultura de
solidaridad y colaboración. Ojalá que el fantasma de la pérdida del trabajo, de la
casa, de la salud o de la posibilidad de instrucción, no ensombrezca la alegría de
vivir el Año jubilar, que abre la perspectiva del nuevo milenio. Es preciso que
todos los responsables de la vida social en nuestro país hagan todo lo que esté
de su parte para que se lleven a cabo reformas económicas justas, pues así
todos saldrían beneficiados, especialmente los más pobres. Pido esto de modo
particular a todos los que basan en los valores cristianos el programa de su
actividad.
Sin embargo, el deber de salir al encuentro de las necesidades de los menos
afortunados no corresponde sólo a los políticos, a los empresarios o a las
organizaciones caritativas, sino a todos los que pueden remediar de algún modo
la indigencia del prójimo. El Año jubilar es una ocasión especial para que todos
los miembros de la comunidad de la Iglesia, tanto eclesiásticos como
laicos, lleven a cabo obras de misericordia para bien de sus hermanos. Al
elaborar programas pastorales en el país, en la diócesis o en la parroquia, es
preciso volver constantemente a la idea de la opción preferencial por los pobres y
los necesitados. Pensando en las familias con muchos hijos, en los ancianos, en
los enfermos, en los abandonados, os pido a vosotros, queridos hermanos y
hermanas, y a todos los creyentes de Polonia, lo mismo que pedía san Pablo:
"Que vuestra abundancia remedie su necesidad, para que la abundancia de ellos
pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad, como dice la
Escritura: el que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de
menos" ( 2 Co 8, 14-15).
4. "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" ( Hb 13, 8). Esta verdad nos
habla con una fuerza particular, mientras nos acercamos al umbral de la puerta
del gran jubileo, para entrar en el nuevo milenio con la fe, la esperanza y la
caridad que hemos recibido junto con la gracia del santo bautismo. "Pasar por
esa puerta significa confesar que Cristo Jesús es el Señor, fortaleciendo la fe en
él para vivir la vida nueva que nos ha dado" ( Incarnationis mysterium, 8). Sólo
él es la Puerta que permite entrar en la vida de comunión con Dios: "Esta es la
puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella" ( Sal 118, 20). Que esta
peregrinación nacional de los polacos con ocasión del gran jubileo nos acerque
a todos a Cristo Redentor; él es la fuente de la vida y de la esperanza para el
tercer milenio, que se acerca. "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre".