¿LOS CRISTIANOS SOMOS LA LUZ DEL MUNDO?
Apuntes de +Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia,
para la homilía del domingo 5° “A” (Mt 5,13-16), 6 febrero 2011.
I. “Ustedes son la sal de la tierra”
1. Jesús que, el domingo pasado, llamó a sus discípulos
“pobres” y “perseguidos”, hoy los califica como “la sal de
la tierra”. La misión de ellos de ningún modo es estar
escondidos como cucarachas, sino vivir en medio de los
hombres como la sal que se mezcla con el alimento y lo
sazona. Una sal que no salase sería totalmente inútil: “Ya
no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los
hombres” (Mt 5,13). Lo mismo un cristiano que no viviese
como tal. Sólo merecería el desprecio de los demás.
“Ustedes son la luz del mundo”
2. Jesús también llama a sus discípulos “la luz mundo” (v.
14). Ellos han de ser como una lámpara, “que se la pone
sobre el candelero para que ilumine a todos los que están
en la casa”. Sería ridículo encenderla “para meterla debajo
de un cajón” (v.15). Si bien el cristiano no ha de obrar
para ser visto, tiene que verse que es cristiano. Y ello,
mediante la conducta que lleva: “Así debe brillar ante los
ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que
ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está
en los cielos” (v.16).
III. Situación del cristiano hoy
3. Con ambas figuras, la sal y la luz, y con sus antítesis
paradójicas, la sal sosa y la luz encerrada en un cajón:
Jesús nos plantea a los cristianos dos interrogantes que
han de hacernos pensar. El primero, sobre la seriedad de
nuestra opción por Cristo: si somos sal de la tierra y luz
del mundo. El segundo, sobre si no traicionamos lo que
somos: si después de un primer seguimiento de Jesús, hemos
dejado de andar detrás de él, y ahora sólo conservamos el
nombre de cristianos. Y por ello en el mundo se desprecia
el nombre de Cristo.
4. La pregunta que cuestiona cada cristiano, desde el más
encumbrado hasta el más humilde, cuestiona también a las
instituciones cristianas: parroquias, colegios y
universidades católicas, seminarios, congregaciones y
órdenes religiosas, curias diocesanas y curia romana, y
todo tipo de asociación y movimiento católico. ¿Nuestras
instituciones son, de veras, cristianas?
Por gracia de Dios existen numerosos cristianos que viven
su fe con integridad y hasta con heroísmo. E, igualmente,
instituciones que son verdaderas comunidades eclesiales en
las que es posible crecer y vivir en la fe y en el amor.
Pero ¿no existen, a la vez, instituciones católicas cuya
existencia espiritual es tan miserable que plantean el
serio interrogante de si son Iglesia de Cristo?
El Evangelio de hoy nos presenta una alternativa, que es
todo un desafío: a) ser cristianos en serio, “sal de la
tierra y luz del mundo”; b) serlo de manera insignificante,
absurda: sal sosa, lámpara encajonada, y, por tanto,
cristiano despreciable.
IV. “Ustedes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor”
5. En los escritos de los Apóstoles, constatamos que
también ellos asumieron la imagen de la luz para simbolizar
la misión del cristiano en el mundo. El apóstol Pedro ve a
los cristianos como el “pueblo adquirido (por Cristo) para
anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las
tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2,9). Quien más insiste
en la imagen de la luz para simbolizar al cristiano es el
apóstol Pablo. De todas sus referencias, extraigo una de la
carta a los efesios, que permite apreciar cómo la imagen
del “cristiano-luz” está cargada de implicancias concretas
para la vida cotidiana: “Antes ustedes eran tinieblas, pero
ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz.
Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y
la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no
participen de las obras estériles de las tinieblas; al
contrario, pónganlas en evidencia” (Ef 5,8-11).
V. ¿Un Concilio Vaticano III?
6. Al constatar la opacidad del cristiano en el mundo de
hoy y la poca incidencia de la Iglesia en la evangelización
del mundo, no pocos expresan el deseo de un nuevo Concilio:
un Vaticano III. No lo descarto. Pero me preocupa que los
que lo plantean no siempre se preguntan si conocen y asumen
de corazón todas las orientaciones del Vaticano II. Y que
entre las sugerencias que se hacen, casi nunca se escuche
una que proponga volver al espíritu del Evangelio expresado
en el Sermón de la Montaña.
7. Sólo Dios sabe cuándo habrá un Concilio Vaticano III.
Pero después de la experiencia del Vaticano II, conocemos
bien cuatro cosas: 1°) un Concilio ha de ser convocado,
realizado y llevado luego a la práctica por Papas santos;
2°) necesita ser preparado por hombres sabios y prudentes,
como sucedió con el último Concilio, el cual llevó a
plenitud el trabajo de renovación de la Iglesia que éstos,
aún sin saberlo, venían promoviendo a través de largos
decenios; 3°) ha de ser acompañado por la oración de toda
la Iglesia, que suplique a Dios con toda el alma “que venga
a nosotros tu Reino” ; 4°) el mejor Concilio puede ser
frustrado en buena medida si los agentes pastorales nos
vamos luego por las ramas, como lastimosamente está
sucediendo con el Vaticano II.