JUBILEO DE LOS DEPORTISTAS
HOMILÍA DE JUAN PABLO II
Domingo 29 de octubre de 2000
1. "Ya sabéis que en el estadio todos los atletas corren, aunque uno solo se lleva
el premio. Corred así: para ganar" ( 1 Co 9, 24).
En Corinto, a donde san Pablo había llevado el anuncio del Evangelio, había un
estadio muy importante, en el que se disputaban los "juegos ístmicos". Por eso,
muy oportunamente el Apóstol, para estimular a los cristianos de aquella ciudad
a comprometerse a fondo en la "carrera" de la vida, alude a las competiciones
atléticas. En el estadio -dice- todos corren, aunque sólo uno gana: corred así
también vosotros... Mediante la metáfora de una sana competición deportiva,
pone de relieve el valor de la vida, comparándola con una carrera hacia una
meta no sólo terrena y pasajera, sino también eterna. Una carrera en la que
todos, y no sólo uno, pueden ganar.
Escuchamos hoy estas palabras del Apóstol, reunidos en este estadio Olímpico
de Roma, que una vez más se transforma en un gran templo al aire libre, como
sucedió con ocasión del Jubileo internacional de los deportistas, en 1984, Año
santo de la Redención. Entonces, como hoy, es Cristo, único Redentor del
hombre, quien nos acoge y con su palabra de salvación ilumina nuestro camino.
A todos vosotros, amadísimos atletas y deportistas de todo el mundo, que
celebráis vuestro jubileo, dirijo mi afectuoso saludo. Expreso mi gratitud más
cordial a los responsables de los organismos deportivos internacionales e
italianos, y a todos los que han colaborado en la organización de esta cita
singular con el mundo del deporte y con sus diversas secciones.
Agradezco las palabras que me ha dirigido el presidente del Comité olímpico
internacional, señor Juan Antonio Samaranch, y el presidente del Comité
olímpico nacional italiano, señor Giovanni Petrucci, así como el señor Antonio
Rossi, medalla de oro en Sydney y en Atlanta, que ha interpretado los
sentimientos de todos vosotros, amadísimos atletas. Al veros reunidos con gran
orden en este estadio, me vienen a la memoria muchos recuerdos de mi vida
relacionados con experiencias deportivas. Queridos amigos, gracias por vuestra
presencia y, sobre todo, gracias por el entusiasmo con que estáis viviendo esta
cita jubilar.
2. Con esta celebración el mundo del deporte se une, como un grandioso coro,
para expresar con la oración, el canto, el juego y el movimiento un himno de
alabanza y acción de gracias al Señor. Es la ocasión propicia para dar gracias a
Dios por el don del deporte , con el que el hombre ejercita su cuerpo, su
inteligencia y su voluntad, reconociendo que estas capacidades son dones de su
Creador.
Gran importancia cobra hoy la práctica del deporte , porque puede favorecer en
los jóvenes la afirmación de valores importantes como la lealtad, la
perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad. Precisamente por eso,
durante estos últimos años ha ido desarrollándose cada vez más como uno de
los fenómenos típicos de la modernidad, casi como un "signo de los tiempos"
capaz de interpretar nuevas exigencias y nuevas expectativas de la humanidad.
El deporte se ha difundido en todos los rincones del mundo, superando la
diversidad de culturas y naciones.
A causa de la dimensión planetaria que ha adquirido esta actividad, es grande la
responsabilidad de los deportistas en el mundo . Están llamados a convertir el
deporte en ocasión de encuentro y de diálogo, superando cualquier barrera de
lengua, raza y cultura. En efecto, el deporte puede dar una valiosa aportación al
entendimiento pacífico entre los pueblos y contribuir a que se consolide en el
mundo la nueva civilización del amor.
3. El gran jubileo del año 2000 invita a todos y a cada uno a emprender un serio
camino de reflexión y conversión. ¿Puede el mundo del deporte eximirse de este
providencial dinamismo espiritual? No. Al contrario, precisamente la importancia
que el deporte tiene hoy invita a cuantos participan en él a aprovechar esta
oportunidad para hacer un examen de conciencia . Es importante constatar y
promover los numerosos aspectos positivos del deporte, pero también es
necesario captar las diferentes situaciones negativas en las que puede caer.
Las potencialidades educativas y espirituales del deporte deben llevar a que los
creyentes y los hombres de buena voluntad se unan y contribuyan a superar
cualquier desviación que pudiera producirse en él, considerándola un fenómeno
contrario al desarrollo pleno de la persona y a su alegría de vivir. Hay que
proteger con esmero el cuerpo humano de cualquier atentado contra su
integridad y de toda forma de explotación e idolatría.
Es preciso estar dispuestos a pedir perdón por lo que en el mundo del deporte se
ha hecho o se ha omitido, en contraste con los grandes compromisos asumidos
en el jubileo anterior. Estos compromisos serán reafirmados en el "Manifiesto del
deporte", que se presentará dentro de poco. Quiera Dios que esta verificación
ofrezca a todos -directivos, técnicos y atletas- la ocasión de encontrar un nuevo
impulso creativo y estimulante, para que el deporte responda, sin
desnaturalizarse, a las exigencias de nuestro tiempo: un deporte que tutele a
los débiles y no excluya a nadie, libere a los jóvenes del riesgo de la apatía y de
la indiferencia, y suscite en ellos un sano espíritu de competición; un deporte
que sea factor de emancipación de los países más pobres y ayude a eliminar la
intolerancia y a construir un mundo más fraterno y solidario; un deporte que
contribuya a hacer que se ame la vida y que eduque para el sacrificio, el respeto
y la responsabilidad, llevando a una plena valorización de toda persona humana.
4. "Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" ( Sal 125, 5). El
Salmo responsorial nos ha recordado que para tener éxito en la vida es preciso
perseverar en el esfuerzo. Quien practica el deporte lo sabe muy bien: sólo a
costa de duros entrenamientos se obtienen resultados significativos. Por eso el
deportista está de acuerdo con el salmista cuando afirma que el esfuerzo
realizado en la siembra halla su recompensa en la alegría de la cosecha: "Al ir,
iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus
gavillas" ( Sal 125, 6).
En las recientes Olimpíadas de Sydney hemos admirado las hazañas de grandes
atletas, que, para alcanzar esos resultados, se sacrificaron durante años, día a
día. Esta es la lógica del deporte , especialmente del deporte olímpico; y es
también la lógica de la vida : sin sacrificio no se obtienen resultados
importantes, y tampoco auténticas satisfacciones.
Nos lo ha recordado una vez más el apóstol san Pablo: "Los atletas se privan de
todo; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una
que no se marchita" ( 1 Co 9, 25). Todo cristiano está llamado a convertirse en
un buen atleta de Cristo , es decir, en un testigo fiel y valiente de su Evangelio.
Pero para lograrlo, es necesario que persevere en la oración, se entrene en la
virtud y siga en todo al divino Maestro.
En efecto, él es el verdadero atleta de Dios ; Cristo es el hombre "más fuerte"
(cf. Mc 1, 7), que por nosotros afrontó y venció al "adversario", Satanás, con la
fuerza del Espíritu Santo, inaugurando el reino de Dios. Él nos enseña que para
entrar en la gloria es necesario pasar a través de la pasión (cf. Lc 24, 26 y 46), y
nos precedió por este camino, para que sigamos sus pasos.
Que el gran jubileo nos ayude a afianzarnos y fortalecernos para afrontar los
desafíos que nos esperan en esta alba del tercer milenio.
5. "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" ( Mc 10, 47).
Estas son las palabras del ciego de Jericó en el episodio narrado en la página
evangélica que acabamos de proclamar. Ojalá que las hagamos nuestras:
"¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!".
Fijamos, oh Cristo, nuestra mirada en ti, que ofreces a todo hombre la plenitud
de la vida. Señor, tú curas y fortaleces a quien, confiando en ti, cumple tu
voluntad.
Hoy, en el ámbito del gran jubileo del año 2000, están reunidos aquí
espiritualmente los deportistas de todo el mundo, ante todo para renovar su fe
en ti, único Salvador del hombre.
También los que, como los atletas, están en la plenitud de sus fuerzas,
reconocen que sin ti, oh Cristo, son interiormente como ciegos , o sea, incapaces
de conocer la verdad plena y de comprender el sentido profundo de la vida,
especialmente frente a las tinieblas del mal y de la muerte. Incluso el campeón
más grande, ante los interrogantes fundamentales de la existencia, se siente
indefenso y necesitado de tu luz para vencer los arduos desafíos que un ser
humano está llamado a afrontar.
Señor Jesucristo, ayuda a estos atletas a ser tus amigos y testigos de tu amor.
Ayúdales a poner en la ascesis personal el mismo empeño que ponen en el
deporte; ayúdales a realizar una armoniosa y coherente unidad de cuerpo y
alma.
Que sean, para cuantos los admiran, modelos a los que puedan imitar. Ayúdales
a ser siempre atletas del espíritu, para alcanzar tu inestimable premio: una
corona que no se marchita y que dura para siempre. Amén.