SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
CONMEMORACIÓN DEL 50 ANIVERSARIO
DE LA DEFINICIÓN DOGMÁTICA DE LA ASUNCIÓN
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
1 de noviembre de 2000
.
1. "La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el
poder y la fuerza son de nuestro Señor, por los siglos de los siglos" ( Ap 7, 12).
Con actitud de profunda adoración a la santísima Trinidad nos unimos a todos
los santos que celebran perennemente la liturgia celestial para repetir con ellos
la acción de gracias a nuestro Dios por las maravillas que ha realizado en la
historia de la salvación.
Alabanza y acción de gracias a Dios por haber suscitado en la Iglesia una
multitud inmensa de santos, que nadie puede contar (cf. Ap 7, 9). Una multitud
inmensa : no sólo lo santos y los beatos que festejamos durante el año litúrgico,
sino también los santos anónimos, que solamente Dios conoce. Madres y padres
de familia que, con su dedicación diaria a sus hijos, han contribuido eficazmente
al crecimiento de la Iglesia y a la construcción de la sociedad; sacerdotes,
religiosas y laicos que, como velas encendidas ante el altar del Señor, se han
consumido en el servicio al prójimo necesitado de ayuda material y espiritual;
misioneros y misioneras, que lo han dejado todo por llevar el anuncio evangélico
a todo el mundo. Y la lista podría continuar.
2 . ¡ Alabanza y acción de gracias a Dios , de modo particular, por la más santa de
entre todas las criaturas, María, amada por el Padre, bendecida a causa de
Jesús, fruto de su seno, y santificada y hecha nueva criatura por el Espíritu
Santo! Modelo de santidad por haber puesto su vida a disposición del Altísimo,
"precede con su luz al peregrinante pueblo de Dios como signo de esperanza
cierta y de consuelo" ( Lumen gentium , 68).
Precisamente hoy se celebra el quincuagésimo aniversario del acto solemne con
el que mi venerado predecesor el Papa Pío XII, en esta misma plaza, definió el
dogma de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma. Alabamos al Señor por
haber glorificado a su Madre, asociándola a su victoria sobre el pecado y la
muerte.
A nuestra alabanza han querido unirse hoy, de modo especial, los fieles de
Pompeya , que, en gran número, han venido en peregrinación, guiados por el
arzobispo prelado del santuario, monseñor Francesco Saverio Toppi, y
acompañados por el alcalde de la ciudad. Su presencia recuerda que fue
precisamente el beato Bartolo Longo, fundador de la nueva Pompeya, quien
comenzó, en 1900, el movimiento promotor de la definición del dogma de la
Asunción.
3. Toda la liturgia de hoy habla de santidad. Pero para saber cuál es el camino
de la santidad, debemos subir con los Apóstoles a la montaña de las
bienaventuranzas, acercarnos a Jesús y ponernos a la escucha de las palabras
de vida que salen de sus labios. También hoy nos repite: Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos . El Maestro divino
proclama "bienaventurados" y, podríamos decir, "canoniza" ante todo a
los pobres de espíritu, es decir, a quienes tienen el corazón libre de prejuicios y
condicionamientos y, por tanto, están dispuestos a cumplir en todo la voluntad
divina. La adhesión total y confiada a Dios supone el desprendimiento y el
desapego coherente de sí mismo.
Bienaventurados los que lloran . Es la bienaventuranza no sólo de quienes sufren
por las numerosas miserias inherentes a la condición humana mortal, sino
también de cuantos aceptan con valentía los sufrimientos que derivan de la
profesión sincera de la moral evangélica.
Bienaventurados los limpios de corazón . Cristo proclama bienaventurados a los
que no se contentan con la pureza exterior o ritual, sino que buscan la absoluta
rectitud interior que excluye toda mentira y toda doblez.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia . La justicia humana ya
es una meta altísima, que ennoblece el alma de quien aspira a ella, pero el
pensamiento de Jesús se refiere a una justicia más grande, que consiste en la
búsqueda de la voluntad salvífica de Dios: es bienaventurado sobre todo quien
tiene hambre y sed de esta justicia. En efecto, dice Jesús: "Entrará en el reino
de los cielos el que cumpla la voluntad de mi Padre" ( Mt 7, 21).
Bienaventurados los misericordiosos . Son felices cuantos vencen la dureza de
corazón y la indiferencia, para reconocer concretamente el primado del amor
compasivo, siguiendo el ejemplo del buen samaritano y, en definitiva, del Padre
"rico en misericordia" ( Ef 2, 4).
Bienaventurados los que trabajan por la paz . La paz, síntesis de los bienes
mesiánicos, es una tarea exigente. En un mundo que presenta tremendos
antagonismos y obstáculos, es preciso promover una convivencia fraterna
inspirada en el amor y en la comunión, superando enemistades y contrastes.
Bienaventurados los que se comprometen en esta nobilísima empresa.
4. Los santos se tomaron en serio estas palabras de Jesús. Creyeron que su
"felicidad" vendría de traducirlas concretamente en su existencia. Y comprobaron
su verdad en la confrontación diaria con la experiencia: a pesar de las pruebas,
las sombras y los fracasos gozaron ya en la tierra de la alegría profunda de la
comunión con Cristo. En él descubrieron, presente en el tiempo, el germen inicial
de la gloria futura del reino de Dios.
Esto lo descubrió, de modo particular, María santísima, que vivió una comunión
única con el Verbo encarnado, entregándose sin reservas a su designio salvífico.
Por esta razón se le concedió escuchar, con anticipación respecto al "sermón de
la montaña", la bienaventuranza que resume todas las
demás: "¡Bienaventurada tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor
se cumplirá!" ( Lc 1, 45).
5. La profunda fe de la Virgen en las palabras de Dios se refleja con nitidez en el
cántico del Magnificat : "Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava"
( Lc 1, 46-48).
Con este canto María muestra lo que constituyó el fundamento de su
santidad: su profunda humildad . Podríamos preguntarnos en qué consistía esa
humildad. A este respecto, es muy significativa la "turbación" que le causó el
saludo del ángel: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" ( Lc 1, 28).
Ante el misterio de la gracia, ante la experiencia de una presencia particular de
Dios que fijó su mirada en ella, María experimenta un impulso natural de
humildad (literalmente de "humillación"). Es la reacción de la persona que tiene
plena conciencia de su pequeñez ante la grandeza de Dios. María se contempla
en la verdad a sí misma, a los demás y el mundo.
Su pregunta: "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?" ( Lc 1, 34) fue ya un
signo de humildad. Acababa de oír que concebiría y daría a luz un niño, el cual
reinaría sobre el trono de David como Hijo del Altísimo. Desde luego, no
comprendió plenamente el misterio de esa disposición divina, pero percibió que
significaba un cambio total en la realidad de su vida. Sin embargo, no preguntó:
"¿Será realmente así? ¿Debe suceder esto?". Dijo simplemente: "¿Cómo será
eso?". Sin dudas ni reservas aceptó la intervención divina que cambiaba su
existencia. Su pregunta expresaba la humildad de la fe , la disponibilidad a poner
su vida al servicio del misterio divino, aunque no comprendiera cómo debía
suceder.
Esa humildad de espíritu, esa sumisión plena en la fe se expresó de modo
especial en su fiat : "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra" ( Lc 1, 38). Gracias a la humildad de María pudo cumplirse lo que
cantaría después en el Magnificat : "Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre
es santo" ( Lc 1, 48-49).
A la profundidad de la humildad corresponde la grandeza del don . El Poderoso
realizó por ella "grandes obras" ( Lc 1, 49), y ella supo aceptarlas con gratitud y
transmitirlas a todas las generaciones de los creyentes. Este es el camino hacia
el cielo que siguió María, Madre del Salvador, precediendo en él a todos los
santos y beatos de la Iglesia.
6. Bienaventurada eres tú, María, elevada al cielo en cuerpo y alma . El Papa Pío
XII definió esta verdad "para gloria de Dios omnipotente (...), para honor de su
Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para
aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la
Iglesia" ( Munificentissimus Deus : AAS 42 [1950] 770).
Y nosotros nos regocijamos, oh María elevada al cielo, en la contemplación de tu
persona glorificada y, en Cristo resucitado, convertida en colaboradora del
Espíritu Santo para la comunicación de la vida divina a los hombres. En ti vemos
la meta de la santidad a la que Dios llama a todos los miembros de la Iglesia. En
tu vida de fe vemos la clara indicación del camino hacia la madurez espiritual y
la santidad cristiana.
Contigo y con todos los santos glorificamos a Dios trino, que sostiene nuestra
peregrinación terrena y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.