“Escuchen! El sembrador salió a sembrar”
Mc 4, 1-20:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
UNA MÍNIMA GRIETA DONDE SEMBRAR SU PALABRA, UNA RENDIJA POR LA QUE
PUEDA ENTRAR CON SU LUZ.
Dios pone su ley en nuestros corazones, olvida nuestros pecados; por medio de Cristo
estamos santificados... Casi podríamos tener la impresión de que mientras que en la
antigua ley había que hacer «muchas cosas» con poco resultado, en la «nueva y eterna
alianza» no hay que hacer nada para obtener el máximo resultado. En cierto sentido esto es
verdad, pero el «no hacer nada» debe ser en realidad plena disponibilidad para acoger los
dones de Dios. La parábola evangélica completa adecuadamente e ilumina el contenido
doctrinal de la primera lectura. Aceptar recibir no es una cosa fácil para el hombre, puesto
que requiere una gran humildad. No es fácil reconocerse pobre, hacerse mendigo... En una
sociedad como la nuestra, donde reina la abundancia, donde está de moda el mito del
hombre infalible, donde la mentalidad dominante difunde una «cultura» basada en el éxito,
en el saber y en el poder, en este contexto quien es pobre y tiene hambre de la Palabra de
Dios es verdaderamente un extranjero, alguien que vive aislado. Llegamos incluso a ser
incapaces de reconocer cuáles son nuestras auténticas necesidades. ¿Qué es, en efecto, la
tierra árida de la parábola sino ese vacío, ese deseo de la verdad y del silencio que todo
hombre debería redescubrir en el fondo de su propio corazón, para reconocerse, finalmente,
mendigo de Dios, buscador de lo absoluto? La Palabra encuentra en este vacío el terreno
fecundo para fructificar. Sin embargo, mientras espera, el Señor busca de mil modos,
incluso en los corazones aparentemente más cerrados, una mínima grieta donde sembrar
su Palabra, una rendija por la que pueda entrar con su luz.
Este infinito y paciente amor de Dios, esta indómita esperanza suya, no nos autoriza, sin
embargo, a dejar sin cultivar el jardín de nuestra alma; al contrario, nos impulsa a prepararlo
con mayor cuidado en la espera trémula de que el divino Sembrador pase y se ponga
solícitamente a trabajar para consumar su obra.
ORACION
Señor Jesús, tu Palabra nos impulsa hoy a abrirte el corazón con plena confianza. Cuando,
en medio del silencio y del recogimiento, te escuchamos, sentimos brotar irresistible dentro
de nosotros un inmenso deseo de santidad. Nos invade una energía nueva; somos un
campo sembrado que quiere producir frutos en abundancia; con ánimo confiado, nos
abrimos a la nueva jornada. Pero cuando, llegados a la noche, cansados, vemos discurrir
ante nuestros ojos las fatigosas horas de la jornada, las muchas ocasiones perdidas, el
peso de situaciones dolorosas, el bien omitido, el mal realizado, entonces nos encontramos
como quien ha intentado en vano levantarse a sí mismo y a los otros de la tierra al cielo...
Precisamente en esta hora es todavía tu Palabra viva, sepultada en nuestros corazones, la
que nos hace ponernos humildemente de rodillas ante ti para decirte con sencillez: Jesús,
Hijo de Dios, ten piedad de nosotros. Tal vez no exista el fruto que tú esperabas, pero sí
existe un vacío más grande en nuestro corazón, una disponibilidad más sincera para
escuchar tu Palabra, para vivirla. Mañana saldremos juntos al campo a sembrar; tú irás
delante y nosotros te seguiremos.