Y con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra ”
Mc 4, 26-34
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
DOS PEQUEÑAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO
Sólo haciendo nuestro el «deseo de Dios» expresado en tantas páginas del
Antiguo Testamento, y de modo absolutamente particular en los salmos, es
posible intuir qué grande debió de ser la alegría de los primeros judeocristianos
cuando, iluminados por la gracia, reconocieron en Jesús al Mesías, al Esperado
por todas las gentes, al Salvador prometido. Este descubrimiento suscitó un gran
fervor; los nuevos cristianos se encaminaron con entusiasmo por el «camino
nuevo y vivo». Pero muy pronto se dieron cuenta de que el camino era largo y
fatigoso; la exaltación inicial cedió el paso al desaliento. Es la hora de la prueba,
en la que es preciso resistir con paciencia. El autor de la carta a los Hebreos
exhorta, por tanto, a sus interlocutores a perseverar con buen ánimo. Aunque el
paisaje parezca estar desolado, cada paso les aproxima a la meta. Hay períodos
en la vida de cada persona en los que se vuelve necesario aferrarnos con todas
nuestras fuerzas a la virtud de la esperanza. Esta es, por así decirlo, el bastón
del peregrino que se dirige hacia el Reino de los Cielos.
También las dos pequeñas parábolas del evangelio aluden a esta virtud. ¿No es
acaso su presencia la que nos hace soportable el tiempo que discurre entre la
siembra y la siega? Es preciso estar fuertemente motivados para perseverar
cuando el desánimo, como un ladrón, viene a robarnos las pocas fuerzas de las
que disponemos. Sólo la esperanza nos las puede restituir. Con todo, también
ella debe tener un sólido fundamento. No basta con mantener fija la mirada en
las realidades futuras, en el Reino que parece inalcanzable. Entonces, ¿en qué se
puede apoyar la esperanza cristiana? En la experiencia de los peregrinos de
Emaús, en la certeza de que aquel que nos llama a la meta es también nuestro
silencioso compañero de viaje, y cuanto más duro se vuelve el camino, más
presente se hace.
ORACION
Señor Jesús, eterno Viviente, tú eres nuestra única esperanza. Por nosotros te
escondiste como semilla en nuestra humana debilidad; experimentaste la
persecución, el peso de la soledad y la aflicción de la pobreza; por nosotros
aceptaste voluntariamente la muerte, por nosotros te hiciste Pan de vida que
nos sostiene a lo largo del camino. Tú nos conoces en lo íntimo y ves nuestras
tribulaciones y la fatiga que nos produce el compromiso de conservar la fe.
Perdónanos si hemos dejado envejecer nuestro corazón, perdiendo el ardor y el
entusiasmo de nuestro primer amor. Despierta en nosotros el hermoso recuerdo
de nuestra enamorada juventud, para que nunca nada ni nadie pueda apartamos
de buscar tu rostro. Quédate con nosotros en la hora de la prueba y concédenos
la fuerza de tu Espíritu para serte fieles hasta la muerte. Contigo ni siquiera
nuestra pobreza nos espanta ya: al ofrecértela, se convierte en el pequeño signo
de nuestro infinito deseo de colaborar en la realización de tu Reino.