DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
Sof 2, 3; 3, 12-13; Sal 145; 1Co 1, 26-31; Mt 5, 1-12
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le
acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: "Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los
mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan
por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque
vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
En esta semana, cuarta del tiempo ordinario, el evangelio que escuchamos hace
resonar el anuncio de las Bienaventuranzas, Jesús mismo nos dice:
Bienaventurados los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que
tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los
artífices de paz, los perseguidos por causa de la justicia, es un anuncio de
consuelo y de esperanza que se nos pone delante como realización para la vida
del creyente. Es conveniente además citar las palabras del venerable siervo de
Dios Juan Pablo II: Las ocho Bienaventuranzas son las seales de tráfico que
indican la dirección que es preciso seguir. Es un camino en subida, pero Jesús lo
ha recorrido primero. Y él está dispuesto a recorrerlo de nuevo con vosotros. Un
día dijo: "El que me siga no caminará en la oscuridad" (Jn 8, 12). En otra
circunstancia añadió: "Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y
vuestro gozo sea colmado" (Jn 15, 11). Caminando con Cristo es como se puede
conquistar la alegría, la verdadera alegría (Juan Pablo II, Discurso a los
Jóvenes Jornada Mundial de la Juventud, Toronto, 25 de julio de 2002).
En la primera lectura el profeta Sofonías invita al pueblo de Israel a vivir en la
pobreza, la humildad, la honradez, buscando la paz y la verdad. Anuncia que
Dios no aprecia a los ricos, o sea, a los que confían y se apoyan en sus propias
fuerzas, el «resto de Israel» lo conformarán los humildes, los que ponen su
confianza en Dios. Porque en la presencia de Dios no van a ser felices los
malvados y los que hacen su propia voluntad, sino los humildes. Dios ayuda a
los que sufren, a los que están en búsqueda, mientras que trastorna el camino
de los malvados. La Sabiduría y los Salmos nos recuerdan la precariedad y
provisionalidad de todos los bienes de este mundo. Pero la antigua Alianza no
reconoce todavía la pobreza voluntaria, como tampoco la renuncia voluntaria a
toda violencia, a todo afán de poder. Sólo a través de la misión de Cristo llegará
el conocimiento del amor espontáneo de Dios, vivido de manera radical a través
del mandamiento del amor.
San Pablo en la segunda lectura insiste en la actitud de la humildad cristiana, no
hay porque gloriarse de los propios méritos y fuerzas: «...quien se gloríe, que se
gloríe en el Señor,...». Dios quiere darnos una lección de humildad, porque elige
a personas que según los criterios de este mundo serían ineficaces, no
olvidemos lo que dice el Libro I de Samuel: Dios mira no la apariencia sino el
corazón del hombre.
El Evangelio nos pone de manifiesto para seguir al Señor es necesaria la
conversión, es decir una transformación profunda de corazón, porque los
bienaventurados son aquellos elegidos por Dios, no por la apariencia, sino
porque Dios ve su corazón; incluso su mente, como dicen los proverbios. Es de
considerar que la sola pobreza material, no garantiza necesariamente la cercanía
a Dios, porque el corazón del pobre puede estar duro y lleno de afán de riqueza,
pero la palabra nos da a entender que, en cualquier caso, Dios está cercano a
los pobres de un modo especial. Así, resulta claro que quien quiera
verdaderamente seguir a Cristo de un modo radical, debe renunciar a sus
propios proyectos, porque Cristo le invita a vivir la pobreza de espíritu como un
modo de llegar a ser interiormente libre para el prójimo. El Papa Benedicto XVI
nos dice al respecto: el evangelio de Cristo responde positivamente a la sed
de justicia del hombre, pero de forma inesperada y sorprendente: Jesús no nos
propone una revolución de tipo social y político, sino la del amor, que ya ha
realizado con su Cruz y su Resurrección. En ellas se fundan las bienaventuranzas
que proponen el nuevo horizonte de justicia inaugurado con la Pascua, gracias al
cual podemos llegar a ser justos y construir un mundo mejor (Benedicto XVI,
Ángelus, 14 de febrero de 2010).
San Agustín respecto a este evangelio de las Bienaventuranzas nos dice:
Dichosos los limpios de corazn, porque ellos verán a Dios. Éste es el fin de
nuestro amor: fin con que llegamos a la perfección no fin con el que nos
acabamos. Se acaba el alimento, se acaba el vestido; el alimento se acaba
porque se consume al ser comido; el vestido porque se concluye su tejedura.
Una y otra cosa se acaban, pero un fin es de consunción, otro de perfección.
Todo lo que obramos, lo que obramos bien, nuestros esfuerzos, nuestras
laudables ansias e inmaculados deseos, se acabarán cuando lleguemos a la
visión de Dios. Entonces no buscaremos más. ¿Qué puede buscar quien tiene a
Dios? O ¿qué le puede bastar a quien no le basta Dios? Queremos ver a Dios,
buscamos verlo y ardemos por conseguirlo. ¿Quién no? Pero mira lo que se dijo:
Dichosos los limpios de corazn porque ellos verán a Dios (San Agustín,
Sermón 53,1-6).
Las bienaventuranzas son un anuncio de lo que uno va a alcanzar en la vida
después de dar un sí a Cristo, es decir acogerse realmente a la vida cristiana.
Por eso puede ser dichoso el pobre, porque su pobreza es acogida por amor a
Cristo. Es dichosos aquel que llora porque el seguimiento a Jesús le hace ver su
pobreza y pecado, y que por misericordia del Padre será bienaventurado, será
dichoso. Así con todas las bienaventuranzas, lo primero, el punto de partida, es
acoger a Cristo; y luego seremos dichosos. La buenaventura no puede venir por
sí sola sino, únicamente, como fruto de acoger a Cristo y contemplar cada día
como Dios en Cristo realiza en nosotros una obra redentora; por ello somos
bienaventurados “el hombre nuevo”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar